Qué implicó históricamente la idea de maternidad, y cómo se vive en una sociedad con diversidad de experiencias.
Por Marisol Andrés*
Aunque en muchos casos la maternidad está asociada al proceso biológico de gestar y parir, es mucho más que eso. Implica también ocupar un rol, es decir, ser y actuar de una determinada manera, según estereotipos socialmente construidos.
Hasta hace no mucho tiempo, existía solo una imagen de madre posible: idealmente biológica, en pareja heterosexual, y con dedicación exclusiva o al menos con prioridad absoluta para sus hijos/as.
Sin embargo, a lo largo de la historia, muchas mujeres han cuestionado este imaginario que proponía un único modo de ser una “buena madre” y que no se correspondía con la experiencia diversa que implica la maternidad.
De hecho, si miramos a nuestro alrededor, seguramente vamos a identificar múltiples formas de maternar, según elecciones personales y situaciones de desigualdad económica y social entre quienes ocupan este rol.
En este sentido, madre no hay una sola. Existen las madres biológicas, pero también las adoptivas, en pareja con personas del mismo sexo, con discapacidad, madres trans, mujeres que se desarrollan profesionalmente mientras ejercen la maternidad, madres solas. Y también, hay personas con capacidad de gestar, que no son mujeres.
Entender la maternidad desde un sentido amplio, contemplando la diversidad de experiencias, es fundamental para desarrollar acciones y políticas públicas que tiendan a equiparar el desigual acceso a derechos. Solo por poner un ejemplo concreto, el régimen de licencia por maternidad actual, no contempla las nuevas composiciones familiares, así como tampoco la informalidad laboral existente en nuestro país.
Hacia la igualdad de derechos
En Argentina, según la ley de contrato de trabajo sancionada en 1976, la licencia por maternidad es de 90 días. En el sector público, los plazos varían según la jurisdicción. En el mejor de los casos, llegan a ser de 100 (a nivel nacional) o de 105 días (en Ciudad de Buenos Aires).
Ante este escenario, la Comisión de Trabajo y Previsión Social del Senado dio dictamen a una serie de proyectos de ley que buscan modificar el régimen de licencias vigente.
No obstante, al hacer una revisión sobre los proyectos, hemos identificado que todavía se sostiene la figura de “madre” o “padre”, e incluso se hace mención al “personal femenino”. Las palabras que se utilizan no son un aspecto menor, porque -como mencionamos anteriormente- hay personas gestantes que no son mujeres y que pueden no ser contempladas por sus empleadores en caso de requerir este tipo de licencias.
Pero, además, siguen siendo excluidas de este derecho las trabajadoras en condiciones de informalidad. Según la Superintendencia de Riesgos del Trabajo (2021), el 37,2% de las asalariadas no se encuentra registrada.
Entre las trabajadoras independientes, el 67,6% de ellas se encuentra en situación de informalidad. Esto implica que estas mujeres, no solo no tienen acceso a la licencia por maternidad, sino que además son más susceptibles a sufrir las consecuencias de las crisis económicas cíclicas de nuestro país.
Para complejizar aún más, si abordamos este análisis desde una perspectiva interseccional, es posible arriesgar –dado que no hay estadísticas oficiales actuales– que las mujeres trans tienen mayores dificultades para acceder al mercado de trabajo formal. Por lo tanto, en su caso, ser mujer y además ser trans, opera como un doble factor de discriminación y la maternidad para ellas transcurre en situaciones de mayor vulnerabilidad.
Desde Grow hacemos la invitación a pensar en la pluralidad de madres que existen, para poder identificar sus diversas realidades y diseñar así políticas específicas que les garanticen a todas ellas –y por lo tanto a sus hijos/as– las mismas oportunidades.
(*) líder de proyectos y coordinadora de comunicación Grow, género y trabajo www.generoytrabajo.com.
Publicada en Clarín