Los abusos son desestructurantes, espantosos. Te desarman y dañan profundamente. Pero no te definen, no se vuelven parte de lo que sos. No es el hecho en sí lo más doloroso, sino el enmascaramiento de la violencia por parte de quienes, pensabas, te cuidaban.
Por Nadia Maribel Muñoz* y Lenny Cáceres**
Cuando sucede un abuso la mujer se paraliza, no sabe en quién confiar, en quién creer y, cuando esa situación sucede en tu espacio de pertenencia, de contención y expresión, ¿qué recursos le quedan?
Encontrar un lugar que genere sentido de pertenencia es una trayecto que, incluso, puede llevar toda una vida. Cuando se está allí, se construye, se planifica, se cuida, una se libera con total soltura porque es “su lugar en el mundo”. Que el abuso suceda allí significa, cuanto menos, dos cosas: en principio, que una debe reconocerse abusada. Cómo pasó, por qué, qué pude hacer distinto, ¿pude evitarlo? Barbaridades que una se pregunta, genuinamente, porque es difícil reconocer que se tuvo que atravesar el abuso. Lo sencillo es bloquearlo, no hablarlo, suprimirlo. Entonces, reconocerse abusada. Por otro lado, hay otra cuestión implicada: romper los espejos mentales que ordenaban nuestro mundo. Repudio o complicidad son las únicas dos respuestas, no hay grises. ¿Qué pasa cuando el lugar de pertenencia es el que encubre? ¿Cómo se afronta saber que ese lugar de pertenencia no es tal? ¿Qué pasa cuando el lugar de pertenencia es el que genera el abuso?
Sumado a ello, y muy común entre varones, suele primar el “amiguismo”, saliendo en defensa del perpetrador sexual y ese accionar funciona como “apriete” a la mujer en situación de violencia sexual, aunque ellos lo quieran disfrazar de “querer mediar”. No, no existe mediación ante ningún tipo de violencia, ni un “querer aplacar la situación”: en realidad, no quieren verse grupalmente perjudicados.
Se repite como un mantra: “los pibes y las pibas vienen con otro chip”. No, son innumerables las violencias ejercidas por pibes de todas las edades, con prácticas gravísimas para lograr el silencio de la piba violentada o para que se naturalice con cuestiones banales, centradas en el ninguneo, en el incansable relato de “esa deuda ya está saldada”. Resulta ser que, a veces hasta casi imperceptiblemente, sus barreras se destruyen: no hay ninguna discusión finalizada, no hay nada saldado. De hecho, lo que parece estar resuelto es un ciclo, en el que, teóricamente, estamos todos de acuerdo, pero, cuando hay que actuar para intervenir en las violencias (en esas violencias que se han abrumado de escuchar, que están claras, que no pueden pasar…), deciden ser cómplices.
Se decide saber, pero callar. Se decide ver, no intervenir. Se decide percibir la impotencia del otro lado, del que busca reparar, construir, y seguir manteniendo la inacción. Se decide ser parte de lo que se repudia, de eso que como pancarta finge definirnos porque es políticamente correcto. Quizá, sólo quizá… nunca se quiso entender la violencia.
(*) Correctora literaria, editora, docente de nivel medio, comunicadora y cantautora.
(**) Periodista feminista abolicionista, directora/editora de Diario Digital Femenino https://diariofemenino.com.ar/Titular de la web de Asesoramiento y Capacitación https://lennycaceres.com.ar/ Autora del libro La transversalidad del género: espacios y disputas.(Ed. Sudestada).
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