
El reciente discurso del presidente en Davos sobre la eliminación del feminicidio y otras políticas de género no es casual ni aislado. Es, en cambio, el eco de un discurso común que escuchamos con frecuencia en los dispositivos grupales para varones que ejercen violencia: «No es para tanto», «Eso no existe», «Las mujeres tienen privilegios». Este tipo de negaciones no son simples opiniones; son estrategias para perpetuar las desigualdades y el control, invisibilizando las estructuras de poder que sostienen la violencia de género.
Decir que la figura del feminicidio implica un «privilegio» para las mujeres es, en sí mismo, un acto violento. Este argumento no sólo ignora la realidad brutal que viven las víctimas de violencia de género, sino que refuerza un sistema patriarcal que se niega a reconocer las desigualdades. ¿Qué más puede esperarse de quienes no ven la violencia? Como suele suceder, no la ven porque la ejercen.
En mi trabajo con varones que ejercen violencia, he visto cómo esta ceguera es funcional. Para muchos, admitir que la violencia existe significaría asumir responsabilidad. Reconocer el feminicidio como la expresión más extrema de violencia de género implicaría cuestionar sus privilegios, sus prácticas cotidianas y, en muchos casos, su identidad masculina construida sobre la dominación.
El discurso presidencial se parece al de los varones que justifican su comportamiento diciendo que «hay mujeres que también son violentas» o que «la violencia es cruzada». Estas frases no son análisis, son excusas. Desviar el foco de la violencia ejercida hacia las víctimas no es una argumentación lógica, es una maniobra de evasión. En el fondo, lo que subyace es la misma lógica patriarcal: negar, minimizar, invisibilizar.
El cierre del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad y la eliminación de políticas de paridad no son sólo decisiones administrativas; son un mensaje claro. Es el Estado mismo el que está negando las violencias que sufren las mujeres y diversidades, convirtiéndose, por acción u omisión, en cómplice de estas violencias. Lo que no se nombra no existe, y lo que no existe no merece atención ni recursos.
Como bien señala Liliana Carrasco (2022)[1] en Herramientas Despatriarcales:
«Desde la transversalidad de género, es posible identificar canales abiertos de interacción entre el mundo privado, avasallado por la violencia, y el mundo público, donde las instituciones, mediatizadoras del acontecer social y responsables de disminuir el permiso social para el uso abusivo del poder, pueden lograr contacto con las personas en situación de violencia y facilitar la deconstrucción de la mecánica del abuso en la relación».
Este párrafo pone de manifiesto una verdad fundamental: la violencia no ocurre en un vacío. Existe una interacción constante entre lo privado y lo público, entre las dinámicas de poder dentro de los hogares y las instituciones que, idealmente, deberían intervenir para desarticular estas desigualdades. Sin embargo, cuando el Estado se posiciona como un actor negador o cómplice de la violencia, como ocurre con las declaraciones del presidente, se rompe este canal de interacción. En lugar de reducir el «permiso social» para el uso abusivo del poder, lo legitiman y lo perpetúan.
La «transversalidad de género» que menciona Carrasco es clave en este sentido: implica abordar la violencia desde todas las dimensiones de la vida social, identificando cómo las instituciones pueden –y deben– ser agentes de cambio, en lugar de reforzar el statu quo patriarcal. La violencia que ocurre en lo privado, en las relaciones personales, tiene su raíz en un sistema público que lo permite, que lo tolera, e incluso lo fomenta con discursos y políticas regresivas.
Facilitar la «deconstrucción de la mecánica del abuso», como dice Carrasco, no es tarea sencilla, pero es imprescindible. Esto requiere que las instituciones no solo reconozcan su responsabilidad en el entramado social de la violencia, sino que también trabajen activamente en desarticular las prácticas que normalizan las dinámicas abusivas. Es decir, necesitan ser parte de la solución, no del problema. Sin embargo, como señala Muzzin Aníbal E (2019)[2]: “(…) Creo que esta posición de ataque que adopta parte de la población está ahora en aumento y debemos saber cómo posicionarnos para no quedar radicalizados en una postura rígida. Es hora de terminar con los abusos del poder perpetuados por siglos por parte de los hombres, y estos actuales ataques son una clara evidencia del manejo de ciertos sectores patriarcales que se ven amenazados ante una posible pérdida de su poder. Esto puede continuar con una escalada de violencia social, con grietas que marquen bandos con nuevas guerras… por eso es importante trabajar desde todos los sectores sociales donde tengamos injerencia para comprender que una sociedad más equitativa es posible».
La resistencia violenta que observamos, ya sea en discursos presidenciales o en actitudes individuales, es un síntoma del miedo que sienten los sectores patriarcales ante una transformación social que busca la equidad. Esta «escalada de violencia social» que menciona Muzzin no es más que un intento desesperado por mantener privilegios y el control que estos conllevan. Pero esta resistencia no puede inmovilizarnos; debe impulsarnos a redoblar los esfuerzos desde todos los ámbitos donde tengamos injerencia, como dice Muzzin, para construir una sociedad verdaderamente equitativa.
Cuando escuchamos a los varones en los dispositivos grupales decir que no sabían que estaban ejerciendo violencia o que no entienden qué es el abuso, estas palabras de Carrasco resuenan aún más. Las instituciones deben ser un puente para iluminar estas mecánicas, no una barrera que las oculte. Pero para ello, es necesario que el Estado asuma un rol activo y comprometido en la erradicación de las violencias, empezando por el reconocimiento de que estas existen.
Es necesario recordar que las leyes y tratados internacionales a los que Argentina se ha obligado, no son decorativos; son herramientas fundamentales para garantizar los derechos humanos. Como sociedad, no podemos permitirnos un retroceso que cuestione algo tan básico como el derecho a vivir una vida libre de violencia. Por eso, mientras quienes están en el poder niegan la violencia, desde nuestros espacios seguimos resistiendo, denunciando y exigiendo justicia. Porque no basta con que las leyes existan: deben cumplirse.
Este discurso tiene una raíz común con el comportamiento de muchos de los varones que participan en los dispositivos que coordinamos: la externalización de la culpa. Todo está fuera de ellos. Las leyes, las mujeres, las diversidades, la «ideología woke». Todo es responsable, menos ellos mismos. Pero la realidad es que la violencia no desaparece por decreto ni por negación. La violencia necesita ser nombrada para ser enfrentada.
Desde nuestro espacio, sabemos que el reconocimiento es el primer paso hacia la transformación. Cuando un varón logra admitir que ejerció violencia, se abre una puerta hacia el cambio. Pero este cambio no puede darse sin políticas públicas comprometidas con la igualdad y los derechos humanos. Un Estado que niega el feminicidio está diciendo que no le importa la vida de las mujeres. Un líder que habla de «privilegios» feministas está validando, implícitamente, la violencia estructural.

Quienes trabajamos en la prevención y erradicación de la violencia de género sabemos que los discursos importan. Importan porque construyen realidades, porque legitiman prácticas, porque definen qué vidas valen y cuáles no. Por eso, es fundamental que sigamos alzando la voz, denunciando y resistiendo. Porque cuando no ven la violencia, es porque la están ejerciendo. Y mientras ellos niegan, nosotros seguimos luchando.
(*) Abogado litigante en CABA y Provincia de Buenos Aires. Diplomado en violencia económica. Coordinador de dispositivos grupales para varones que ejercen violencia en Asociación Pablo Besson y Municipalidad de Avellaneda. Coordinador de laboratorio de abordaje integral de las violencias en Asoc. Pablo Besson.
Miembro de Retem. (Red de equipos de trabajo y estudio en masculinidades). Integrante de equipo interdisciplinario en evaluación de riesgo y habilidades parentales para revincular o coparentalidad (Asociaciòn Pablo Besson)
[1] Carrasco, Liliana Herramientas despatriarcales 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tercero en Discordia, 2022.
[2] Muzzin Anibal E [et al] compilado por Mario Andres Payarola , en Intervenciones en Violencia Masculina, Red de Equipos de Trabajo y Estudio en Masculinidades (RETEM), Primera edición, Editorial Duken, 2019, Ciudad autonoma de Bs As. pag. 96.
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Mariano Acciardi -
Excelente artículo querido Martín, como siempre tan claro, con fundamentos y lleno de experiencia. Me da escalofríos escuchar en tus palabras los mismos exactos discursos que escuchamos nosotros en nuestros grupos. Artículos y espacios como este renuevan las energías que se van extinguiendo cuando tanta oscuridad, crueldad e insensibilidad nos invaden. Parafraseando a Anahi Mariluan, es siempre revitalizador saber que las personas que luchamos contra la crueldad no estamos solas!! https://youtu.be/JoPuklbI-Zo Abrazo