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En los espacios psicosocioeducativos con varones que ejercen violencia en la pareja, las palabras importan. No solo porque construyen sentidos, sino porque reflejan la manera en que concebimos el cambio y la responsabilidad. En este trabajo, hay un dilema conceptual que es mucho más que semántico: ¿A los varones se los acompaña o se los aloja en su proceso de transformación? Y más aún, ¿Qué implica esto desde una perspectiva feminista?

Por Martín Miguel Di Fiore*

La diferencia parece sutil, pero es crucial. A las mujeres las acompañamos. La palabra “acompañar” remite a un caminar al lado, a un sostén que no anula su autonomía. En el marco de las violencias de género, acompañamos a las mujeres en la reconstrucción de sus vidas, en el acceso a derechos que se les niegan y en la búsqueda de justicia. Pero a los varones, ¿los acompañamos también?

La asimetría en los procesos de cambio

Cuando un varón ha ejercido violencia, su camino no es el mismo que el de la mujer que la padeció. Aquí entra el concepto de “alojar”. A ellos no los acompañamos del mismo modo, porque no necesitan que se los sostenga en la reparación de un daño sufrido, sino que se los ubique frente a la responsabilidad de lo que hicieron. El espacio grupal no es un refugio ni un consuelo, es un lugar donde se los enfrenta a la necesidad de cambiar.

Alojar no significa justificar ni contener sin exigir. Significa darles un espacio para que desarmen sus justificaciones, para que se hagan cargo de lo que han provocado y para que tomen el desafío de cambiar. Es un proceso en el que deben salir de la comodidad del victimismo (“me arruinaron la vida con la denuncia”, “ella me hizo reaccionar así”) y entrar en la incomodidad de la responsabilidad.

Lo que les quitamos a las mujeres

Hablar de alojar a los varones nos lleva inevitablemente a preguntarnos qué les hemos quitado a las mujeres. ¿Cuántos recursos, cuánto tiempo, cuántos espacios de escucha se han volcado en la transformación de los varones, mientras las mujeres siguen exigiendo respuestas que no llegan?

El sistema judicial está repleto de casos donde las mujeres deben demostrar, una y otra vez, la veracidad de su denuncia. Se duda de su palabra, se les exige prueba tras prueba, mientras que los varones que ejercieron violencia son ubicados en el lugar de sujetos a reeducar, casi como si fueran víctimas de su propia conducta. ¿Qué dice esto de nuestra manera de administrar la justicia? ¿Qué dice de los recursos públicos?

Lo que los varones se apropian

¿Acompañar o alojar?
¿Acompañar o alojar?

Históricamente, los varones han tenido acceso a todo tipo de privilegios: económicos, políticos, sociales. Pero en el ámbito de la violencia de género, también se apropian de algo más: los discursos. En muchos espacios, la palabra del varón que ejerce violencia tiene más valor que la de la mujer que lo denunció. Su relato de “yo no soy violento, ella exagera” encuentra eco en la sociedad. Su malestar se convierte en el centro de la escena, mientras la mujer debe lidiar con la revictimización constante.

Incluso en los espacios psicosocioeducativos, es fácil caer en la trampa de la empatía malentendida: la idea de que al varón agresor hay que “cuidarlo” para que pueda cambiar, como si su proceso fuera más importante que la protección de las mujeres. Por eso, insistimos: no es lo mismo acompañar que alojar. Acompañar a un varón en este proceso puede sonar a brindarle un apoyo incondicional, pero alojarlo implica darle un espacio con límites claros, con la expectativa de transformación y con la exigencia de que sea él quien haga el esfuerzo de cambiar.

Conclusión: que el esfuerzo lo hagan ellos

Los espacios de trabajo con varones que ejercen violencia no deben convertirse en nuevas instancias de privilegio. No son un lugar donde su dolor importa más que el daño que han causado. No pueden ser espacios donde las mujeres sigan esperando justicia mientras el sistema sigue protegiendo a los varones.

¿Acompañar o alojar?
¿Acompañar o alojar?

Acompañamos a las mujeres en su recuperación no solo desde lo institucional, incluso a través de figuras especialmente destinada para ellas, como acompañantes (art 25 ley 26.485)[1]. Pero a los varones, si acaso, los alojamos para que transformen lo que hicieron. Porque no podemos seguir quitándoles a las mujeres el derecho a ser el centro de la respuesta frente a la violencia que sufrieron. Y porque, al final del día, si hay alguien que debe esforzarse para cambiar, son ellos.

Pero, más allá del debate sobre alojar o acompañar, hay una pregunta que sigue siendo incómoda y urgente: si el trabajo con varones que ejercen violencia debe estar orientado a acompañar a las víctimas, ¿Cómo aseguramos que este enfoque realmente se cumpla? ¿El monitoreo es una herramienta efectiva que garantiza la seguridad y reparación de quienes sufrieron la violencia, o se ha convertido en un trámite sin impacto real? ¿Se está escuchando a las víctimas en el diseño y evaluación de estos programas, o el foco sigue puesto en el proceso del varón sin medir sus efectos sobre quienes fueron violentadas?

(*) Abogado litigante en CABA y Provincia de Buenos Aires. Diplomado en violencia económica. Coordinador de dispositivos grupales para varones que ejercen violencia en Asociación Pablo Besson y Municipalidad de Avellaneda. Coordinador de laboratorio de abordaje integral de las violencias en Asoc. Pablo Besson.
Miembro de Retem. (Red de equipos de trabajo y estudio en masculinidades). Integrante de equipo interdisciplinario en evaluación de riesgo y habilidades parentales para revincular o coparentalidad (Asociaciòn Pablo Besson)

[1] Diego Oscar Ortiz: El acompañante tiene una función meramente protectora de la salud física y mental de la víctima. De ahí el fundamento de fondo de la figura, la nobleza e importancia de su participación, su presencia es importante para el empoderamiento de la persona y no para el procedimiento. Diario Familia y Sucesiones Nro 148 – 06.04.2018

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