
Como cada 11 de septiembre, mañana se conmemora en todo nuestro país “El Día del Maestro” (y la Maestra), en conmemoración a la fecha del fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento, ocurrido en el año 1888. Si bien su figura como prócer de la historia nacional puede resultar polémica y contradictoria, no podemos dejar de valorar su innegable contribución a la construcción y organización del sistema educativo público y nacional. De nada sirve juzgarlo hoy con el paradigma de nuestra época, pero sí tener en cuenta, que intentó forjar una sociedad a partir de la educación. Él sostenía que las transformaciones económico-políticas de un Estado sobrevendrían a partir de la educación de sus habitantes. Y es ahí donde honramos su legado, pero dejando en claro que no es la única figura histórica que aportó su grano de arena en la educación.
Por María Inés Alvarado*
para Diario Digital Femenino
Por eso, la mejor forma de reivindicar a la educación es nombrando a quienes formaron los cimientos que la historia popular no cuenta. Entre las muchas mujeres anónimas que la historia silenció y no reconoce en el calendario de efemérides escolares, no podemos dejar afuera la amplia carrera que desarrolló Juana Manso, una apasionada que se destacó por trabajar mano a mano con Sarmiento en su proyecto educativo. Como ya escribimos sobre ella en la nota de hace dos años publicada en este espacio, En el mes de la educación, honremos a Juana Manso, fue una de las referentes que cambió la historia de la educación en la Argentina en una época en que, a las mujeres, les resultaba casi imposible acceder a la formación académica. De hecho, son mujeres quienes contribuyen día a día a mejorar la calidad de la educación en Argentina. La realidad demuestra que el universo docente, según datos oficiales del Ministerio de Educación de la Nación, indica que más del 75% del personal docente es femenino.
Incluso, las primeras maestras que tuvo el modelo educativo de nuestro país “estaban obligadas a firmar un contrato con prohibiciones discriminatorias para ejercer la docencia, un signo de los mandatos sociales que regían la vida de las mujeres”, según explica una nota de la colega Mariángeles Robles en una nota publicada en Misiones On Line. Dicho contrato, que Sarmiento trajo de Estados Unidos junto a 300 “señoritas”, obligaba a las maestras a firmar un acuerdo bastante conservador y machista que sostenía que la “Señorita” no podía casarse ni tener pareja, ni andar en compañía de hombres, no estaban autorizadas a maquillarse y debían usar vestidos que no mostraran los tobillos; además de respetar la norma de “estar en su casa entre las 8:00 de la tarde y las 6:00 de la mañana, a menos que sea para atender una función escolar”. Por supuesto, este contrato promovía los estereotipos de género, con la única función de desarrollar la actividad de enseñar asociada a la vocación, a la maestra como “la prolongación directa entre la relación madre e hijo/a” describe Antonella Punzino en su nota Maestras y “seños”: ¿educar es solo un trabajo de mujeres?. Esta idea promovía la representación de que “las mujeres representan las cualidades de la paciencia, la ternura y la empatía con las infancias y que estas características son definitorias de lo femenino. En este sentido, a las maestras se les pide que sean más maternales que profesionales”.

Sin embargo, la etimología de la palabra “Maestro” presenta una interesante propuesta para la reflexión. En el texto La tarea de enseñar tiene nombre se explica que “deriva del latín magister compuesto del prefijo «magis» que significa «más» y el sufijo «ter» que indica un contraste. El origen de la palabra «maestro» se refería entonces a una persona que posee un alto grado o el nivel más alto de conocimiento o competencia al que podía aspirar”. En la Edad Media representaba el nivel más alto en su respectivo estamento; el más alto grado al que podía aspirar un plebeyo en su oficio y cuya misión era adiestrar a sus discípulos en habilidades muy concretas, para seguir el legado de esa práctica. Sin embargo, hoy en muchos ámbitos sociales, económicos y políticos, la profesión de enseñar, ha dejado de ser digna de respeto, y perdió toda su capacidad de estar en el nivel más alto de la escala social.

En el contexto actual, en el cual la palabra “maestro” ha perdido prestigio y jerarquía, cada vez que la usamos como adjetivo para valorar las cualidades de una persona, ya sea como músico, deportista, asador o mecánico, sería bueno recordar que gran parte de lo que somos como personas o profesionales se lo debemos, para bien o para mal, a cada docente que nos acompañó a lo largo de nuestra formación y, en lugar de cuestionar permanentemente su figura, revalorizar cuanto hacen para ayudar a reflexionar y proponer nuevas estrategias y soluciones colectivas. Por eso es que hoy, se hace imprescindible reivindicar al “maestro”. Una de las frases de Sarmiento que pasaron a la historia fue “La educación ha de preparar a las naciones en masa para el uso de los derechos que hoy no pertenecen ya a tal o cual clase de la sociedad, sino simplemente a la condición de hombre” lo cual lleva a pensar que somos los y las educadores quienes llevamos adelante la tarea, no solo de enseñar, sino también de orientar, contener, apoyar, comprender, estimular, ayudar a construir caminos y a defender los derechos de cada uno y una de sus estudiantes.

Muchas personas pueden sentirse “maestros” por lo que hacen o dicen, pero solo se es docente cuando se apuesta por una sola razón: creer en el futuro luchando por el presente a través de la formación de personas, en cualquier nivel en que se desempeñe. Y esto va más allá de un trabajo, de un título o de la vocación. Es la elección de una forma de vida que se asume desde la labor diaria, las exigencias, la lucha, el agotamiento, la esperanza y la alegría de hacer lo que elegimos ser: educadores que desarrollan con pasión el futuro de nuestra nación. Y, para esto, tenemos a la ESI como herramienta. Tal como dice Graciela Morgade, “el gran desafío de la incorporación sistemática de cuestiones de sexualidad en la escuela parece ser la posibilidad de construir situaciones de confianza y respeto por las experiencias de los/as alumnos/as”.
(*) Docente, comunicadora. Co-directora de La ESI en juego.
Columnista de Diario Digital Femenino – De ESI Sí Se Habla
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