
Introducción
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El consumo de drogas es un tema que presenta múltiples aristas, y en tanto tal requiere ser abordado en forma interdisciplinaria, desde los distintos campos del saber involucrados, evitando caer en explicaciones simplistas o deterministas, cuando no fuertemente connotadas por representaciones y prejuicios propios del “sentido común”. En sus problemáticas, intervienen factores de orden individual y social, que no pueden ser considerados en forma aislada, sino que requieren una mirada integral. Aspectos tales como las diferentes subjetividades y las condiciones en las que ellas se producen, marcos éticos y culturales, conocimientos científicos socialmente disponibles, marcos jurídicos, condiciones socioeconómicas, entre otros, no pueden ser soslayados si se desea trabajar la problemática con la complejidad que merece y exige.
De ello se desprende que es necesario superar, de manera crítica, las representaciones y los prejuicios sociales con los que habitualmente se tiñen los discursos sobre las drogas y sobre quienes las consumen, ya que suelen sustentarse en concepciones irracionales que, a su vez, generan discriminaciones de diversa índole. Resulta imperioso reconocer que existe desinformación sobre esta problemática en la población en general, pero también entre docentes y profesionales de la salud, lo que conduce muchas veces a prácticas e intervenciones que pueden ser profundamente discriminatorias, estigmatizantes, inconducentes, cuando no iatrogénicas.
En primer lugar, consideramos que debemos cuestionar la relación mecánica y directa que se Introducción establece entre el consumo de drogas y la adicción, como así también la idea de que el consumo de drogas genera necesariamente problemas para el usuario o en su grupo o comunidad.
Del universo de personas que consumen sustancias, una inmensa mayoría no incurrirá en consumos problemáticos, sólo en un grupo relativamente pequeño en proporción al universo de consumidores el uso adquiere características problemáticas.[1]
Y es precisamente en este grupo donde el consumo atenta contra la salud y la construcción de proyectos de vida.
Esta perspectiva reconoce que existe un uso que puede ser problemático. Tales son los casos de consumos compulsivos, (un impulso irresistible por consumir, que no puede dejar de realizarse y cuyo correlato es la adicción), pero también otros usos en los cuales no hay compulsión ni adicción, como por ejemplo el simple hecho de probar sustancias de alto nivel de riesgo para la salud, sin información y sin precauciones, o la exposición a situaciones en las que el consumo de por sí no sería problemático, pero que por la situación en la que se realiza o por la cantidad que se consume termina siéndolo, como, por ejemplo, el conducir un vehículo en estado de ebriedad.
Ahora bien, así como con toda evidencia existe un consumo problemático, no necesariamente todo consumo tiene estas características, porque no se trata únicamente de las sustancias consumidas, sino del vínculo que los individuos establecen con ellas en un contexto determinado. Y en este sentido, es preciso considerar con especial énfasis a los sujetos y ya no las sustancias, lo que permite inferir que la probabilidad de que se establezca una relación problemática con las drogas aumenta considerablemente en sujetos que se hallan en situación de vulnerabilidad bio-psico-social.
Si se aborda la adolescencia en su dimensión de construcción de identidad, autonomía y ejercicio de la ciudadanía puede afirmarse que los jóvenes atraviesan una particular etapa de transición que los hace particularmente vulnerables y esta vulnerabilidad es mayor en los miembros de este grupo etario que además son pobres.[2]
Entre estos últimos, las carencias y desventajas que son transitorias para otros se convierten en definitivas (exclusión de servicios de salud, de educación, de acceso a bienes culturales y de acceso al mercado formal de trabajo entre otras) y el vacío de derechos que enfrentan impiden la construcción de un proyecto de vida. La realidad nos muestra que la población más expuesta o vulnerable al consumo problemático es cada vez de menor edad, más pobre y más desprotegida socialmente, y es la que padece mayor aislamiento social. El reconocimiento de su situación de vulnerabilidad de ningún modo implica afirmar que el consumo problemático de drogas es un asunto exclusivamente de los jóvenes, ni de los pobres, ni de los jóvenes pobres.
Por otra parte, no pueden estar ausentes a la hora de pensar esta problemática algunas reflexiones acerca de las condiciones de producción de subjetividad en nuestra época actual.
En las últimas décadas, la aplicación de políticas neoliberales produjo procesos de exclusión que trajeron aparejada una importante fragmentación social y el aumento de la violencia estructural. Esto impactó en las instituciones propias de la modernidad: el Estado, la escuela y la familia, y en los modos en que sus actores se relacionan entre sí.
Estas instituciones tuvieron en su momento alta eficacia en tanto reguladores simbólicos de los vínculos sociales. Tomemos por ejemplo la escuela. La escuela de antes, en tanto que significaba la promesa de un futuro mejor, tenía un alto valor simbólico que otorgaba autoridad a la figura del docente. En la escuela de hoy, las bases mismas del ejercicio de la autoridad de los adultos están siendo cuestionadas. Los dispositivos que regulaban las relaciones entre los adultos y las nuevas generaciones han dejado de ser significativos y, por lo tanto, efectivos… Seguir leyendo
[1] Documento sobre Usuarios de Drogas y las Políticas para su Abordaje, del año 2009, elaborado por el Comité Científico Asesor en Materia de Control del Tráfico Ilícito de Estupefacientes, sustancias psicotrópicas y Criminalidad Compleja, del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos
[2] Kessler, Gabriel, Sociologia del delito amateur, Buenos Aires, 2004, Paidós.
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