La machoexplicación subraya un problema mucho más profundo que el aburrimiento de los monólogos condescendientes. Kate Manne, autora de “Entitled”, analiza ese fenómeno.
“¿Podrías por favor, por favor, por favor, dejar de hablar?”
— La muchacha de Colinas como elefantes blancos (1927) de Ernest Hemingway
Es algo común. Es digno de vergüenza. Y, algunas personas podrían argumentar que ha sido documentado desde al menos el siglo XVII. Se produce en Twitter. Sucede en el trabajo y en las cenas de Acción de Gracias. En los bares y en las aulas. Lo hacen los hombres famosos. Lo hacen los tíos. Los políticos, los colegas, los hombres que conocemos en citas desagradables, los burócratas y los vecinos también lo hacen. (Quizás, irónicamente, algunos de ustedes lo hagan después de leer esto). Sí, estamos hablando de la machoexplicación.
Esta palabra compuesta describe la acción de cuando un hombre explica, sobre todo a una mujer y sin que se lo haya pedido, algo sobre lo que él cree saber más que ella —y en ocasiones, con detalles soporíferos— sin importar si él realmente sabe al respecto o no.
El hábil planteamiento de este fenómeno tuvo origen en el ensayo de 2008 de Rebecca Solnit Los hombres me explican las cosas, en el que describe una conversación que sostuvo durante una fiesta con un hombre cuyos “ojos estaban fijos en el borroso y lejano horizonte de su propia autoridad”. Luego de enterarse de que el libro más reciente de Solnit era sobre el fotógrafo británico Eadweard Muybridge, la interrumpe para elogiar sin cesar un libro “muy importante” sobre Muybridge que piensa que ella debería leer.
Resulta que ese era su libro. Y él no lo había leído.
Según cuenta Solnit, se necesitaron tres o cuatro interjecciones de su amiga para hacerle saber al machoexplicador que en realidad ella era la autora, antes de que él finalmente prestara atención. Resulta revelador que también le haya llevado un tiempo a Solnit reconocer que el libro al que él se estaba refiriendo en realidad era el suyo: “Estaba tan absorta en el papel de ingenua que me había asignado, que estuve perfectamente dispuesta a considerar la posibilidad de que otro libro sobre el mismo tema se hubiera publicado al mismo tiempo que el mío y, de algún modo, yo no me había enterado”.
La palabra “mansplaining” (machoexplicación), la cual va mucho más allá de las fronteras de Estados Unidos, tuvo su origen en ese ensayo. Hoy en día, existe una lista que crece cada vez más de iteraciones a nivel internacional. En alemán, es “herrklären”. En francés, “mecspliquer”. Los italianos usan “maschiegazione”. En español se dice “machoexplicación”, y existe una palabra para ello en ruso, árabe, hebreo, hindi, mandarín, ucraniano, japonés y decenas de otras lenguas.
La machoexplicación ilustra un problema mucho más profundo que los monólogos aburridos. Como lo señala Solnit, “doblega a las mujeres jóvenes para que se queden calladas” al afirmarles “que ese no es su mundo”. Y añade: “Nos adiestra para que dudemos de nosotras mismas y nos limitemos, al mismo tiempo que pone en práctica el exceso de confianza sin fundamentos de los hombres”. Después de más de una década, ¿por qué sigue siendo tan común que los hombres interrumpan a las mujeres para explicarles cosas de las que a menudo poseen menos conocimientos que las mujeres a las que se las están explicando?
Kate Manne, profesora adjunta de Filosofía en la Universidad Cornell, explora el tema en un capítulo de su nuevo libro Entitled: How Male Privilege Hurts Women (Legitimado: cómo los privilegios del hombre lastiman a la mujer). En una conversación telefónica reciente desde su casa en el norte de Nueva York, donde vive con su esposo, su bebé de ocho meses y un corgi, Manne analizó el problema.
Quizá haya pasado poco tiempo desde que se le dio un nombre a la machoexplicación pero, en esencia, es un fenómeno antiquísimo. En el patriarcado, es inherente el derecho del hombre a todos los bienes humanos de valor: cosas como amor, afecto, adoración, sexo, poder… y conocimiento. Cuando se trata del conocimiento, sobre todo del tipo de conocimiento que otorga prestigio, la idea de que los hombres tienen derecho prioritario a él es tan respetable como el patriarcado mismo. En ocasiones, se asocia a la idea de que las mujeres carecen de la capacidad de ser figuras de autoridad. Por ejemplo, en La política, Aristóteles escribió: “Al esclavo le falta por completo el elemento de deliberación; la mujer lo posee, pero carece de autoridad”.
A partir del estudio clásico John vs. Jennifer de la Universidad de Yale, sabemos que los hombres y las mujeres tienen prejuicios relacionados con que las mujeres son menos competentes. ¿Es esta una parte primordial de la machoexplicación?
En definitiva. Algo de lo que está sucediendo es la suposición de que una mujer tiene menos conocimientos, que es menos competente y que, de alguna manera, necesita que el hombre le explique las cosas.
Eso no aclara el hecho de que la machoexplicación a menudo también implica que los hombres no aceptan las pruebas de que las mujeres saben más que ellos sobre algún tema y que, en ocasiones, se enojan cuando eso es cierto.
¿Por qué algunos hombres machoexplican incluso cuando saben que la mujer tiene una buena preparación?
Yo lo asocio a la idea de que a algunos hombres privilegiados se les otorga el derecho de ser los expertos, de tener el conocimiento en esa conversación. Mientras que, paradójicamente, la mujer experta es la ingenua que necesita su dosis de información, como lo dijo Rebecca Solnit.
Hablas de “hombres privilegiados”, pero los que son menos privilegiados, aunque sean varones, también machoexplican.
A pesar de que suele ser peor en el caso de los hombres más privilegiados, existe una poderosa dinámica de género en la que a menudo el hombre ha sido socializado para sentirse como si fuera la autoridad.
Por otro lado, las chicas están socializadas para ser complacientes y atentas, para no avergonzar a los hombres…
En definitiva, hay una sensación muy fuerte en las mujeres de que deben actuar como un público cálido para ellos, un público que no los interrumpa. Corregir a alguien es un acto inherentemente jerárquico. Es como decir: “Estás equivocado y yo estoy en lo correcto”. Intervenir cuando él está equivocado o sabe menos de algún tema equivale a alterar la jerarquía de género. Pese a que la mujer tiene todo el derecho a intervenir, los hombres que se sienten con el derecho de tener una conversación tranquila lo perciben como algo socialmente brusco, descortés e incluso como una forma de agresión. Debido a que esto rompe con el orden establecido y anula su posición de ser la autoridad predeterminada en la conversación.
¿La interrupción va de la mano con la machoexplicación?
Sí. Está relacionado con el sentido de la legitimidad, de ser el conocedor y el que da las explicaciones. Ese sentido de derecho epistémico hace que sea muy natural hablar por encima de los demás, y mantener la palabra durante más tiempo del apropiado. También hace que los hombres estén más dispuestos a tomar la palabra. Un estudio realizado en 2004 entre los estudiantes de derecho de Harvard reveló que los hombres tenían un 50 por ciento más de probabilidades de hacer al menos un comentario en clase, y casi un 150 por ciento más de ofrecerse como voluntarios para hablar tres veces o más.
¿Cuál es un ejemplo de machoexplicación en la cultura?
En el cuento de Ernest Hemingway Colinas como elefantes blancos, un hombre y su novia embarazada están sentados en un bar esperando a que pase el tren. Él trata de convencerla de que abortar es “perfectamente sencillo”. Además de no dar lugar en la conversación para las propias reservas, deseos y planes de ella, no deja de repetir lo mismo. Finalmente, la mujer se fastidia: “¿Querrías por favor, por favor, por favor, por favor, callarte la boca?”. Como lectora, es difícil no adherirse a la postura de ella.
El término “Himpathy” (empatía hacia él) es la idea de que sentimos pena por los hombres incluso cuando se han comportado de forma aborrecible. ¿Cómo se combinan la himpathy y la machoexplicación?
Pienso queHimpathy es la excesiva o indebida simpatía que se da a los hombres por encima de sus víctimas femeninas en casos de comportamiento misógino, como la agresión sexual. La Himpathy y la machoexplicación interactúan haciéndonos sentir lástima por los hombres que, de otra manera, corregiríamos de manera tajante. Sentimos una lástima preventiva por si él se sintiera humillado o incluso castigado al ser corregido. Y nos hace sentir culpables, o incluso avergonzadas, por pensar en ello.
¿Qué debería preguntarse un hombre a sí mismo para evitar ser un machoexplicador?
¿A ella le interesa? ¿Manifestó que quiere esta información? ¿Yo sé de esto? ¿Ella sabe más que yo? ¿Es posible que ella solo haya hecho una pregunta retórica?
¿Tal vez mirar su rostro?
[Risas] Sí, interpretar el ambiente. Si parece que las demás personas están muy incómodas, eso podría ser una señal de que has cometido un error en el diálogo.
Mary Katharine Tramontana es una escritora que vive en Berlín y da cobertura a temas de política de género y cultura.
gus -
Ahora no sé si dejar o no un comentario…
Admin -
A buen entendedor…
Mariana -
Hacía varios días venía pensando al respecto y está información fue muy útil y esclarecedora, gracias!
Carlos Oscar -
Muy claro. Deseo no ser un macho explicativo. Me resulta muy fácil preguntar (cualquier que sea el género de mí interlocutor@) y me da placer aprender y entender. Pero a mismo tiempo, tengo un fuerte deseo de compartir lo que CREO saber y mis opiniones (no de autorizar lo que otre/a/o haya dicho, salvo cuando estoy en desacuerdo). Pero recibo suelo recibir la calificación de macho explicativo. A veces me doy cuenta que es cierta, otras creo que no. PERO ME QUITA LAS GANAS DE DEBATIR.