Marta Pozzo, una amante de las “picadas”, modalidad del automovilismo que se basa en una competencia, en línea recta, donde se acelera, desde el reposo, con el objetivo de llegar a la meta antes que el rival. Marta es pionera en la inclusión de su género en el rubro. Incluso, es una de las poquísimas mujeres que realiza la actividad.
Por Lenny Cáceres y Nadia Muñoz
Nació en General Pico, La Pampa, y, desde pequeña, su pasión fueron las carreras. Su familia se compone de padre, madre, cuatro hermanas y un hermano. A sus 8 años, se mudaron a Anguil y, a los 17 años, ya casada, se vino a vivir a Santa Rosa; sin embargo, continuó su paso por Viedma y Mar del Plata antes de asentarse, finalmente, en nuestra ciudad.
“La primaria la hice en Anguil, después la secundaria, por cosas de la vida… no la hice”, cuenta. Eran tiempos en los que no todas las localidades de la provincia tenían colegio secundario, había que viajar a diario para estudiar en Santa Rosa y tampoco eran tiempos donde estuviera previsto que las mujeres estudiáramos. “Ya me había puesto de novia y mi vieja no me dejó estudiar porque me dijo que lo que menos iba a hacer era estudiar. Nosotras estábamos criadas para casarnos, no para ser alguien en la vida”, nos cuenta. En esa breve anécdota, se condensan muchos mandatos sociales que pesan sobre nuestros proyectos de vida. Marta, luchando contra la marea, logró conectarse con su pasión. Nos adentraremos, entonces, en la historia de vida de una mujer que no deja de reinventarse.
“Me casé a los 17 años y enseguida tuve hijos: una hija mayor, Pamela, que va a cumplir 40 años, ella es quien continuó con el negocio familiar; luego, vinieron Vanesa, Ivana y Federico, el más chico”, agrega. Así, consolidó su familia. Pero, en medio de la calidez del hogar, un proyecto seguía intacto.
—Una vez casada y demás, ¿a qué te dedicaste?
—Ama de casa y después, cuando Pamela ya tenía 5 años, nos fuimos a vivir a Viedma, y bueno, allá, mar, río… y siempre los Jeep. Hacíamos las travesías en el mar; cuando bajaba la marea, nos metíamos en el mar y nos íbamos hasta el puerto de San Antonio, ahí estuvimos. Tres años después, nos fuimos a vivir a Mar del Plata.
— ¿Ahí comienza tu pasión por los “fierros”, el amor por ese deporte?
—Siempre, siempre me gusto hacer picadas, siempre. Empecé con los Jeep a los 20 años, se hacían picadas, pero en la calle.
— ¿Eran clandestinas?
—Eran clandestinas, sí, y ahí andábamos multa tras multa. Siempre tuvimos areneros, preparados para meternos al mar, y picar. ¿Qué hacíamos? En la playa, aprovechábamos a picar con los Jeeps y con los areneros.
—Después se mudan a Mar del Plata. Económicamente, la familia, ¿Cómo se sustentaba?
—En Viedma, tuvimos hotel. A la vez, teníamos confiterías con cancha de fútbol 5, peluquería, y bueno, siempre trabajando a full, de la mañana a la noche. También, al tener hijas e hijos, ya no podías hacer las picaditas en las esquinas, que era cuando nos encontrábamos con los Jeep. Después, estuvimos yendo y viniendo a Mar del Plata durante dos años.
—Porque todavía tenían el negocio allá
—Sí, teníamos hotel y casa, en Parque Camet habíamos comprado una casa; luego de dos años, decidimos regresar a La Pampa.
—En Mar del Plata, ¿pudiste hacer picadas? ¿O ahí fue la etapa dura de trabajar?
—No… y yo creo que la etapa dura de trabajar fue toda la vida, todavía no se termina, si bien ahora estoy un poco más “light”, no se termina, ¿viste?
—No, y además con tres hijas y un hijo…
—Nos levantábamos a la mañana, no parábamos, era laburar y laburar; claro, se ve que el estrés que teníamos era de tanto laburar, que nos dolían los brazos, que teníamos tendinitis… Los martes era nuestro feriado. Al principio, ¿qué hacíamos? Nos íbamos los martes al hotel, a laburar allá, ayudar con lo que sea, ya sea con la construcción, ya sea con los muebles, siempre haciendo cosas y después, que hicimos un contrato con la gente de Techint, que hicieron el acueducto, les hicimos todas las viandas a ellos, todos los días, eran 120 viandas que teníamos que tener a las 12 del mediodía en punto. Aparte, lo que laburábamos era infernal.
—Además de los fierros, ¿Qué otra cosa te gusta hacer? ¿Cocinar?
—Cocinar lo tomo como un trabajo, lo tomé siempre como un trabajo, porque a mí no me gusta cocinar, pero me mentalicé que es un trabajo y lo tenía que hacer, lo aprendí y lo tengo que hacer bien. A mí lo que me gusta es la pintura, hago pintura al óleo y, durante más o menos 10-12 años, hice arte francés, como para desenchufarme un poco de la cocina, ¿viste?
—Como terapia alternativa.
—Como terapia, exacto.
La familia: su red de acompañamiento
Es evidente, en la voz de Marta, la increíble dedicación que ha dirigido a su familia. Diferentes emprendimientos y negocios familiares han sido su sostén. Como contaba, Pame, su hija mayor, se hizo cargo de la rotisería que comenzaron dirigiendo juntas (es así desde 2008 y hasta la actualidad). Nos cuenta, también, que es abuela de tres nietas y de tres nietos. Así como afectó a la sociedad en general, la pandemia provocó cierto alejamiento de sus seres queridos; no obstante, todos los años busca y destina sus días para llevarlos al mar.
Sin embargo, la unidad de su hogar no fue un impedimento para ella ni para sus proyectos; por el contrario, ha sido el trampolín que la animó a seguir su deseo: correr.
— ¿Cuándo retomás tu pasión por las picadas?
—Mirá, yo enviudé, mi esposo, Armando Salvador murió en 2013… y caí en una depresión muy grande, muy grande. Y, un día, viene Fede, mi hijo y me dice: “Mamá, vos sabes que un amigo, vende el auto de picadas”. Porque Fede hace años que es fanático por las picadas, entonces, a mí, como me gusta, siempre trataba de ir a ver, todo, porque me encanta, siempre compartí mucho con el grupo. Y me dice Fede: “hay un auto de picadas que se vende, ¿no querés para invertirlo?, se lo compramos, después lo vendemos”. Entonces, le digo: “La verdad, lo voy a comprar para mí”.
— ¿Cuántos años tenías ahí?
—53 años. Y Fede me dice: “Mamá, ¿estás segura?” y le digo sí, me encanta, “bueno, dale” Y bueno, ahí compramos el auto, y él me apoyó mucho en todo.
—Y, además de tu hijo Fede, ¿tus hijas acompañan esta pasión, les gusta?
—Sí, sí, me acompañan.
—Se enorgullecen, eso lo sé.
—Seee, más los nietos: los nietos están enloquecidos.
—Y tenés un compañero de vida, ¿hace cuánto?
—Con Leo estamos hace… Tres años, ahora en septiembre.
— ¿Y también comparte esta pasión con vos?
— ¡Le encanta! Es más, nosotros nos conocemos con Leo hace más de 10 años. Y, por esta pasión de las picadas, empezamos a entablar más conversación, y bueno…
Automovilismo: los gajes del oficio
Es de público conocimiento, al menos en nuestra provincia, el hecho de que las “picadas” son una práctica poco regulada por el automovilismo. Eso implica la búsqueda y disposición de otros espacios que no son los oficiales para competir.
— ¿Las picadas, aquí en la provincia, son legales?
—Sí, sí. Se hacen en el Autódromo de Toay; otro lugar al que he ido es al Autódromo de Pigüé, que también son legales, que realmente estaría buenísimo que pudieran ser legales también en el Autódromo de Pico, que está cerrado.
Consultamos a Marta el porqué de esta situación, por qué no se disponía del autódromo de General Pico para realizar esta actividad. En este momento de la nota, ella estaba acompañada por Leo, su pareja y colega, quien también tomó la palabra en este punto particular. Aseguran que se trata de un tema político: “El tema de Pico, más que nada, es una cuestión que, calculamos o intuimos, a la parte política le interesa el predio para cuestiones comerciales… entonces, es como que no le dan ‘cabida’ a que se reactive el autódromo; para colmo, hay una plaza automovilística enorme en Pico”. Afirman que, pese a ser una ciudad más chica que nuestra capital, Santa Rosa, cuentan con un gran número de interesados en la actividad. El problema, como anticipábamos, está directamente relacionado, según sus palabras, a distintas dirigencias, distintos intendentes, etc., con quienes se ha iniciado el diálogo, se han presentado las condiciones que se necesitan para practicar satisfactoriamente la actividad, “sin embargo, no hubo caso, no se llegó a buen puerto… Yo digo que por una cuestión política no se dio lugar a eso”.
—Además de la importancia, ¿no?, de que las políticas públicas acompañen en la pasión de las personas, ciudadanas y ciudadanos, en las picadas. ¿Generan algún tipo de beneficio para el Estado? Es decir, si ustedes pudieran tener abierto el autódromo en Pico, ¿generarían un espacio para que vaya gente de Pigüé, Santa Rosa, de todos los lugares donde no tienen espacio para correr?
Leo: —Exactamente. Para colmo, lo loco de todo esto, en Pico, este fin de semana (15/5), hubo una exposición de autos, a la cual terminó yendo la intendenta, Fernanda Alonso, la cual declaró a la Expo de interés municipal… Fijate que lo anterior se anuló, o sea, declaran el tema de la Expo como interés municipal y no da “cabida” a que se hagan actividades automovilísticas que van de la mano con eso.
— ¿Concurrían solo autos de carrera o autos en general?
—Fue general, fue organizada por el Club de Autos Clásicos y Antiguos e invitó a distintas variables que hay en tema de autos, como autos “tunning”, autos de competición, bicicletas, motos, un evento grandísimo, muy bien organizado.
Para dimensionar la magnitud de este tipo de eventos, debemos resaltar que una jornada de picadas tiene una extensión aproximada de ocho horas. Un evento en el que se consumen alimentos, bebidas; donde se contrata personal de seguridad: bomberos, ambulancias; y al que concurren personas de toda la provincia e, incluso, de otras, como Neuquén, Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, etc. “Pero, bueno, no le dan lugar a todo eso”.
El esfuerzo técnico
Marta posee “un 128”, Europa, modelo 87, con motor 1.500, llevado a 1.700, y con una preparación “medianamente light”, nos dicen. Se trata de un vehículo semimejorado. Además de este, su herramienta de competición desde hace algunos años, con Leo, su compañero, compraron un nuevo auto: está entre los cuatro más veloces de la provincia; posee motor con turbo y 325 caballos de fuerza. Suelen utilizar este último para competir, tanto Marta como su pareja. Lo llevan a un preparador, cuyo nombre es Alejandro Ortega.
—Hablame de podios, ganancias, triunfos.
—Salí segunda, en la categoría trece, trece segundos, fue la primera carrera que hice, a los 53 años, después de todo, ya que hablábamos de mi vida, de la gran depresión que yo tenía, el tener este auto, a mí… es como que me levantó.
—Te resucitó.
—Sí, vos sabés que sí… Entonces, bueno, voy a la primera picada que hay acá en el autódromo, o sea que yo empezaba a correr las picadas y, ese día, creo que fue la fecha que más autos había y, no quiero “mentirte” en la cantidad, pero había muchos, nunca se había dado tanta cantidad de autos para esa categoría, ahí empecé. Yo dije: “tranqui, total sé que voy a perder en la primera tirada”.
Llegar al podio
—Lo importante es participar (risas).
—Participar y ver cómo era todo eso, cuestión que tiraba, volvía, volvía a tirar, de nuevo, etc., y así llegue al segundo puesto, ¿viste?
—Muy bien, y llegaste al podio.
—Ahí agarré podio.
—Digamos que ese triunfo te devolvió la alegría, la energía que te estaba faltando para salir de ese pozo en el que te encontrabas.
—Exacto, después, bueno, hay también tres o cuatro chicas que corren también y se hizo la copa de mujeres también, y salí segunda otra vez. Hasta ahora, primera no he llegado.
Este breve recorrido por la vida de nuestra entrevistada nos brinda un testimonio del anhelo transformado en realidad. Su vasta trayectoria le ha brindado conocimientos y herramientas invaluables que le permitieron alcanzar el podio en su carrera, contra todo pronóstico: por ser una de las pocas mujeres en su rubro, por la desidia estatal y por las limitaciones de su localidad. Sin embargo, supo anteponerse a cualquier obstáculo y continúa con fervor su camino hacia arriba.
Historia de Vida – Diario Digital Femenino