
Pese a que hace casi 15 años nuestro país ostenta una ley señera en materia de reconocimiento jurídico de las violencias que día a día, desde nuestra concepción y nacimiento, limitan nuestro margen de acción como mujeres en base a estereotipos y creencias sociales que perduran de lo que fue el patriarcado jurídico, y un grotesco ejercicio del poder machista; las condiciones materiales han cambiado poco para nosotras, cuando es una realidad cotidiana macabra la que nos marca cada día al despertarnos sin saber quién de nosotras será la que descanse en la morgue en lugar de en su cama al terminar la jornada.
Por Moira Goldenhörn*
Es que sigue siendo una lucha interminable la comprensión social de las cadenas de causas y efectos que terminan en hechos tremendos e “incomprensibles” como son los femicidios directos y vinculados que tienen por víctimas a los hijos e hijas de las víctimas directas de la violencia machista. Decimos que para lograr erradicar los femicidios y travesticidios, debemos comprender las causas de que, directa y remotamente los generan.

La generalidad de las mujeres que terminan siendo víctimas de las más graves formas de violencia, han sido víctimas de todas las demás, ante la mirada social que naturaliza la subordinación de la mujer en la sociedad recurriendo a prejuicios consolidados en argumentos religiosos, biologicistas o neurocientíficos entre otros. Las mujeres seguimos apareciendo en el imaginario de quienes tienen a su cargo la toma de decisiones como necesitadas de tutela masculina, como peligrosas en los vínculos por sustraernos de ese control machista, como incapaces aunque tengamos sobradas credenciales en nuestras áreas de expertise, como conflictivas en grupos mayoritariamente de hombres, y, a fin de cuentas, como innecesarias y reemplazables en todos los órdenes de la vida, hasta en la gestación de los propios hijos e hijas.
Lenguaje, ideario poder y control social
Desde hace unos años, la inclusión de las mujeres y la diversidad sexual e identitaria en base al género de personas en el lenguaje tensionó las prácticas sociales poniendo a prueba no sólo la inclusión sino la tolerancia y el básico respeto. Es cierto que los cambios sociales no se generan desde la lingüística, pero también es cierto que las batallas se libran en todos los campos, y la visibilización en palabras que nos permitan pensarnos de otras maneras que las estandarizadas por un orden patriarcal, racista y clasista sigue siendo necesaria. Sin embargo, la vanguardia lingüística no va de la mano con las prácticas sociales, como tampoco ha ido la vanguardia legislativa en consonancia con las prácticas sociales en lo que hace al trato hacia las mujeres, feminidades y diversidades; fundamentalmente las prácticas sociales institucionales como son las prácticas judiciales, políticas, sindicales, policiales, escolares, académicas, laborales…
Debemos mencionar sin dudas que hoy, en un acto irracional, autoritario y sin más fundamento que el prejuicio, se prohíbe en ciudad de esas, por una mujer que no es pedagoga, el uso del llamado «le guaje inclusivo»; pero todos los días, desde siempre, se cercena en los hechos el derecho de bastante más de la mitad de la población a vivir con dignidad. Y eso permanece invisible y naturalizado en el devenir de las relaciones interpersonales e institucionales para con las ciudadanas.
Porque, pese a querer barnizar de una medida justa por ser mujer quien, autoritariamente y sin ninguna formación en lingüística o pedagogía, tomó la disparatada decisión; lo evidente se impone: una vez más el abuso de poder que entraña otra prohibición más para obstaculizar el camino hacia la plenitud y buen vivir de las personas y sus derechos históricamente negados, invisibilizados y sometidos: las mujeres, feminidades y diversidades.
Poder, propiedad, economía y prejuicios
Quizás una de las falacias mejor construidas y más repetidas desde la modernidad hasta los tiempos actuales sea la de haber logrado confundir el poder real con las instituciones políticas. Ni los partidos políticos, los sindicatos o los cargos institucionales (ni siquiera todos juntos) se aproximan a la realidad de las redes de poder que se tejen de manera transnacional e impactan de lleno en la vida cotidiana de la ciudadanía mediante la cartelización, los monopolios económicos y la propaganda hegemonizante que acompaña su instalación en los mercados internos de los países.
Así, vemos claramente el sesgo de clase, etnia, nacionalidad y género en los grupos económicos, ya que las mujeres están ínfimamente representadas, por ejemplo, en los directorios de las sociedades comerciales. Y lo mismo vemos en la institucionalización estatal, porque no basta con tener una ley de paridad en los cuerpos legislativos, y no sólo porque sabemos que muchas mujeres encarnan también un orden patriarcal, clasista o racista; sino que no tenemos paridad en los ministerios, en las Secretarías de Estado, en las Subsecretarías, Direcciones y Coordinaciones. NO se nos permite a las mujeres y feminidades desarrollar nuestras capacidades profesionales y técnicas, más que en los ámbitos “de mujeres”, es decir, feminizados: género, trabajo social, niñeces y adolescencias, educación en niveles inicial y primario… Y justamente esos ámbitos feminizados, son los que peor remuneración perciben.
Algo similar ocurre con la propiedad privada: una ínfima proporción de mujeres son propietarias de las viviendas que habitan, una ínfima proporción de mujeres son propietarias de las empresas familiares que adquirieron por herencia; a la vez que una enorme cantidad de mujeres son excluidas por sus parejas de la propiedad familiar común y por sus hermanos de las herencias familiares. Poder, poder económico, poder patriarcal, patrimonial: no apto para las mujeres y feminidades.
La dependencia económica es la sujeción femenina al hombre por excelencia, pero también lo es la responsabilidad exclusiva en las tareas de cuidados. Dinero y tiempo, energía y deseo; históricamente privados del disfrute femenino, comprometidos para con los otros y nunca con una misma.
Así comienza la historia en la biografía de cada una, al ser moldeadas socialmente para las demás personas y nunca para la escucha propia, la atención de las propias necesidades, la vivencia del propio deseo, la planificación del cumplimiento de los propios sueños para que sean una realidad palpable. Y muchas de esas biografías terminan en tormentosas cárceles vinculares, institucionales, o la morgue.
Debemos comprender entonces dónde están los ejes de la desigualdad, ya que los mismos radican en una flagrante violación a los derechos humanos de las mujeres y feminidades, para que el compromiso de correrlos sea compartido por la sociedad, de modo tal que podamos trazar otros diagramas más equitativos para nuestras vidas femeninas.
(*) Abogada feminista, Mnd. en Cs. Sociales y Humanidades, Docente especializada, Investigadora en Sociología Jurídica.
Columnista de Diario Digital Femenino – Género y Derechos Humanos