En los últimos meses, desde el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, impulsado por el jefe de gobierno Jorge Macri, se viene desarrollando una reforma curricular para el nivel primario que implica desplazar los espacios curriculares destinados a la Educación Sexual Integral (ESI) y reemplazarlos por una propuesta curricular referida a la Educación Emocional. En algunos sectores más conservadores de la provincia de Buenos Aires, el debate también logró posicionarse en la Cámara de Diputados, de la mano del del Frente Renovador y con el objetivo de que los jóvenes bonaerenses puedan “conocer, entender, regular y gestionar sus emociones”. En este contexto, con fecha del martes 22 de octubre, circuló una información en el diario La Nación, acerca de que la ESI “no tiene fondos asignados en el presupuesto 2025”, indicio de que sus lineamientos pasarían a formar parte de un plan de “educación para la afectividad y la sexualidad”.
Por María Inés Alvarado*
para Diario Digital Femenino
Sin duda, para quienes venimos apostando por la efectiva implementación de la ESI en las escuelas, esto representa un retroceso en materia de políticas educativas. Desde su implementación en el año 2006, logró posicionarse como un espacio para el abordaje integral de temáticas que buscan proporcionar no solo habilidades emocionales y vinculares, sino también acercar herramientas a estudiantes de todos los niveles, para acceder a información científicamente validada sobre genitalidad, a que puedan tomar decisiones informadas sobre su cuerpo, y acceder a la plena garantía de sus derechos sexuales y reproductivos; además del espacio brindado para que denuncien episodios de abusos y maltratos de todo tipo.
En un documento redactado por la coordinación del Postítulo de Educación Sexual Integral (Joaquín V. González) y llevado a la Comisión de Educación del Ministerio porteño, las autoras describen que la ley de Educación Sexual Integral ha ido implementando acciones de modo “sistemático, obligatorio y transversal en todos las modalidades y niveles educativos sobre las emociones, la empatía, la motivación, el esfuerzo y la perseverancia, el trabajo colaborativo, la resolución pacífica de conflictos, la autonomía, la comunicación, la toma de decisiones, entre otros contenidos” que ahora figuran como novedosos en el nuevo proyecto de Educación Emocional. Además, aclaran que esta ley “que acaba de cumplir 18 años (…) se encuentra fundamentada en una enorme bibliografía y recomendaciones desde la OMS, pasando por las experiencias de países como España, Canadá, Uruguay, Dinamarca, donde las implementaciones en esta materia han sido altamente exitosas. Incluso nuestro propio Programa Nacional de ESI, ahora desarticulado y vaciado, es citado en documentos internacionales como ejemplo de buenas implementaciones de Políticas Públicas en la temática”.
Según describe la periodista Roxana Sandá en su nota La nueva batalla cultural, publicada en el periódico Página 12, “el eje central del programa educativo de la Ciudad hasta 2027, la educación socioemocional asoma como un cóctel de mindfulness para la autogestión y el autocontrol emocional de lxs alumnxs”, cuyos lineamientos principales están centrados en “Bajar los decibeles. Autoconocerse. Manejar la autoconciencia. Regularse. Dominar las decisiones. Motivarse para lograr metas. Tener mentalidad proactiva y un proyecto de vida”, premisas que parten del documento “¿Alojar o gestionar las emociones?”, del Programa Buenos Aires Aprende, que reduce la ESI a un enfoque meramente emocional. Con este panorama, se reduce la educación en sexualidad al control de la conductas y las emociones, poniendo en primer lugar “un yoismo desbordante y peligroso para la convivencia en sociedad”, según explican las docentes coordinadoras del Postítulo de Educación Sexual Integral, dejando de lado la importancia de los sentimientos y las emociones que fluyen en la vida institucional, en la relación entre docentes y estudiantes frente a la felicidad, bronca, dolor o angustia que puede implicar el proceso de enseñanza aprendizaje de los diversos temas curriculares. La mera posibilidad de “manejar y gestionar las emociones” en las aulas, sería reducirlas hacia aquello que solo genera placer, descartando lo que no les atrae o les produce conflicto.
En tiempos en que el acceso a la información y la desinformación están a solo un clic de distancia, la escuela tiene el deber ineludible de ofrecer una formación integral, inclusiva y basada en la evidencia científica. Solo así se podrá contribuir al desarrollo de ciudadanos y ciudadanas más autónomas, responsables y capaces de vivir una sexualidad plena y respetuosa. Limitar la ESI solo a lo emocional es desaprovechar su enorme potencial transformador. La clave está en valorarla en su totalidad, ofreciendo a niños, niñas, adolescentes y jóvenes todas las herramientas que necesitan para vivir cada aspecto de su vida con libertad y respetando a sus semejantes. Según la Ley 26.150, la ESI ofrece un enfoque integral que abarca mucho más que las emociones y los vínculos, tiene, entre sus propósitos formativos, una serie de ítems que valoran la posibilidad de expresar, reflexionar y valorar las emociones y los sentimientos, pero a partir de la creación de espacios para promover una educación en valores y actitudes relacionados con la solidaridad, el amor, el respeto a la intimidad propia y ajena, el respeto por la vida y la integridad de las personas, la prevención de la violencia y el desarrollo de actitudes responsables ante la toma de decisiones personales y sociales.
La ESI es mucho más que la Educación Emocional. Negarla es negar las diversidades, fomentando la discriminación y los prejuicios que aún persisten en muchos sectores de la sociedad, perpetuando las desigualdades y limitaciones en el ejercicio de una ciudadanía plena.
(*) Docente, comunicadora. Co-directora de La ESI en juego.
Columnista de Diario Digital Femenino – De ESI Sí Se Habla
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