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Uno muchas veces le pide al show la hipnosis. Le requiere el pendulante devenir del reloj. Se salta al ficcional sueño para soltar por minutos u horas la realidad pregnante de la jornada.

Allí pudimos llevarnos trozos de cultura cinematográfica de los escaparates vhs. Entradas al teatro para ir de la mano de artistas vivos en el vivo. Supimos del cine, del circo, conciertos y recitales.

por Emiliano Samar*

También conocimos la televisión abierta, a veces más fiel a ese título al incursionar en textos célebres de plumas rioplatenses, en novelas llenas de secretos, en ciclos y entretenimientos. Hemos saltado ante la apertura de cofres y espiado la radio en imagen.

El show de la hipnosis
El show de la hipnosis

El control remoto supo ser la vara para la decisión y la posición.

Hoy se nos abre el mundo de la oferta a demanda. Historias múltiples y documentales para ser vistos en el momento en que el sillón convoca a la forma del cuerpo en la tela.

Este mundo se ha vuelto pantalla de consumos. Hace rato que nos hemos acostumbrado a este juego de tener. Consumere, tomar entera y conjuntamente, agotar, desgastar.

Al mundo le viene sucediendo una herida, un corte invisible en su gente, marca que perdurará en el tiempo. Uno esperaría allí la oportunidad de revisitar algunas cuestiones para otorgar cierto sentido al dolor. Podríamos esperanzarnos en la especial enseñanza de cuidar cuidándonos, de comprender la profundidad de ser con otras y otros, donde las fronteras se diluyen ante el invisible peligro de aerosoles y toses.

¿Será entonces que la cultura pueda ofrecernos entretenimiento y reflexión en producciones de calidad artística, estética pero también ética?

Das encendido al control remoto y en la pantalla la muchedumbre se abraza en un supuesto testeo previo. Allí sin tapabocas ni distancias los cuerpos se acercan, se hablan, se estrechan.

“Identificar la discriminación por aspecto físico no siempre es sencillo”, dice un documento elaborado por Inadi. Allí entra a la pista una mujer con sobrepeso. Ríe, juega, se expone como cada participante a las voces de jueces pagos a esos efectos. Ella ríe y dice que está soltera a la espera de un “judío con plata”. Sí. Es así. Superar estereotipos y tener un discurso no discriminatorio es un desafío también para quienes ostentan la lucha cotidiana de la diferencia. Minutos después, en el mismo show, un participante joven es mostrado cuál objeto, sujeto a un juego de palabras cargadas de lascivia. Lo tocan, lo muestran, lo exponen a una tribuna que detrás de las mesas en sus casa refuerzan un modo de entender a otras y otros y sus cuerpos. Para la primera escena, acto seguido la publicidad ofrecía un polvo que reduce el efecto de los carbohidratos en la comida. Para la segunda un vitamínico para estar despierto, arriba, activo.

Según Zygmunt Bauman, consumir es invertir en la propia pertenencia a la sociedad. Quizá debamos considerar en qué queremos invertir al encender las pantallas, qué sociedad queremos construir. Porque volver se ha vuelto ficción. Estamos yendo a un nuevo escenario aunque ciertas propuestas de los medios reproduzcan el pasado.

Tenemos la posibilidad de decidir, de tomar posición, allí en la soledad del aparato a pilas o del doble click. Podemos consumir nuevas cosas para que lo viejo se consuma en su discurso discriminatorio, obsceno y mercantil.

 

(*)Director de Teatro, actor, docente.

 

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