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Llevo una semana en la que la realidad se viene alineando con mis fantasías feministas más locas y me pregunto si son señales de un inminente colapso del Universo, de mi universo, o es que mis plegarias, y creo que las de muchas otras, al fin están siendo escuchadas. Es como si todo fuera cerrando y era cuestión de tiempo para que todas viéramos lo que había que ver, o que estuviéramos tan hartas de todo lo que nos pasa que hasta las que creen que no son, al final…

Por Noelia Poblete García
para Diario Digital Femenino

Por ahí soy yo nomás, que estoy tan necesitada de creer en algo, que empiezo a ver señales donde sólo hay noticias y más noticias apilándose sobre una realidad que cada vez se me hace más hostil. A ver si me explico:

Primera señal: Patricia Bullrich dice que el gobierno está trabajando para que la violencia de género deje de ser un delito de acción privada. A raíz de la denuncia de Fabiola Yañez por el maltrato sufrido a mano de su ex pareja (no pienso ensuciar el texto con su nombre), y de la tremenda repercusión mediática de la misma —y aprovecho para decir que, más allá de cualquier circo armado en favor de los intereses de unos o de otros, hermana, yo te creo—, la Ministra de Seguridad me sorprende con que existe la intención de presentar un proyecto legislativo para que la violencia de género sea un delito de acción pública y, en consecuencia, denunciable por cualquier persona, lo que incluiría además obligación por parte de ciertos sujetos.

Yo, en shock, pensando: bien, Patricia, bien, no te abrazo porque, más allá de la distancia sideral que nos separa, sería raro. Por un momento tuve ganas, lo hubiera hecho de tenerla enfrente. Yo, yo de acuerdo con la Ministra de Seguridad. El mundo se va a la mierda. Pero después lo racionalicé, era obvio, Patricia la vio, o la venía viendo hace rato y las circunstancias la han obligado a no poder mantener la negación. Es tan apabullante la situación, son tantas mujeres asesinadas, tantos niños y niñas huérfanos, vidas destrozadas para siempre, pedidos de auxilio desatendidos, víctimas silenciadas por su propia situación, que negarlo sería políticamente peor que aceptarlo y arremangarse para hacer algo. El problema de la violencia de género es tan evidente que ni una de las personas que me parecía menos feminista puede negarlo sin atentar contra su propia inteligencia. Y tiene razón en todo su argumento, todito, para mi sorpresa. Gratísima sorpresa, además.

El feminismo impensado
El feminismo impensado

En Argentina, una agresión machista podría encuadrarse dentro del artículo 72 del Código Penal, que refiere a delitos que originan acciones dependientes de la instancia privada, lo que significa que, a excepción de ciertos supuestos, solamente las puede denunciar la persona que las sufre. El problema es que las personas que han sido o están siendo víctimas de “violencia intrafamiliar” —que bien sabemos que son mujeres por mayoría aplastante— no suelen encontrarse en posición de poder denunciar a su agresor, y esto se da por múltiples motivos que van desde la negación, el miedo, la soledad, el desamparo económico, habitacional o institucional, las cargas y responsabilidades familiares, problemas de salud físicos o mentales y un largo etcétera.

Tal como afirma la Ministra, “el problema de la violencia intrafamiliar y la violencia de género, que también se da en relaciones, es que muchas veces las mismas personas reproducen conductas y no pueden hacer la denuncia, no se animan o vuelven con sus parejas. En consecuencia, lo que estamos planteando a partir de un estudio profundo que hicimos de cómo mejoraron en España y en Inglaterra, estamos trabajando para que deje de ser un delito de acción privada que hace que solamente pueda denunciar la persona que sufrió”. También dijo que el proyecto de reforma que se plantea es muy importante porque permitiría “ampliar la base de las denuncias para que el monitoreo no llegue tarde y para que realmente pueda haber políticas preventivas”.

Patricia, gracias. Ojalá consigas sacar adelante ese proyecto, y si no lo conseguís, igual has hecho algo muy bueno para todas, poner el tema sobre la mesa, hacer que los medios tengan que hablar de esto. Todo suma.

El feminismo impensado
El feminismo impensado

Segunda señal: Cristina Fernández declara, ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal en el juicio por el atentado en su contra cuando ejercía el cargo de Vicepresidenta, que “Cuando una mujer ejerce el poder y no lo hace en la orientación que quieren los sectores de poder en Argentina, genera mucha más resistencia y mucha más violencia que los hombres”. Además, exhibió una serie de imágenes de portadas y notas publicadas por conocidos medios periodísticos en los que aparecía expresamente retratada la violencia mediática ejercida contra ella durante su gobierno, donde claramente se atacaba su condición de mujer antes que asuntos inherentes a su cargo o sus actuaciones políticas.

Por supuesto, comparto su apreciación de que ningún hombre presidente fue caricaturizado de esa particular manera. Y es que cualquiera que no esté de acuerdo con un hombre, incluso si llegara a odiarlo, no lo atacaría por su condición de hombre antes que por su discurso, su ideología o sus acciones. Con las mujeres es distinto, ser mujer, para algunos, es mucho peor que ser o hacer cualquier otra cosa.

La ex presidenta dijo más cosas en este sentido durante su paso por los tribunales de Comodoro Py, se refirió al machismo y la misoginia en Argentina, pero no me hace falta reproducir toda su declaración para llegar a la conclusión palmaria de que Cristina también entendió cuál es el meollo del asunto: para buena parte de la sociedad, el hecho de ser mujer encierra algo malo en sí mismo, un tipo de inferioridad que concede ciertas formas de licencia para el odio, el desprecio y el maltrato. Ser mujer nos recorta, en la práctica y en la cotidianeidad, una serie de derechos que en los papeles nos igualan a los hombres. En una sociedad como la nuestra, donde se ha alcanzado una igualdad formal entre sexos, las desigualdades campan a sus anchas sin mayores consecuencias para quienes las normalizan y contribuyen a perpetuarlas.

Pero, Cristina, permitime una acotación, porque creo que no tenés muy claro lo que es el feminismo. Sin la construcción teórica aportada por el feminismo en los últimos doscientos años, y más también, nunca hubieras llegado a deducir lo que tan acertadamente expusiste en tu discurso, y mucho menos hubieras llegado a ocupar el cargo que ocupaste sin las luchas feministas de las compañeras de generaciones anteriores que fueron consiguiendo derecho por derecho. Que no se te olvide que, si siendo mujer, pudiste acceder a una carrera universitaria, y luego política, que permitió que pudieras presentarte a unas elecciones que, por cierto, ganaste en buena fe, ha sido gracias a una lucha feminista histórica que no podemos soslayar.

Dijiste que las feministas no te bancaron en esos momentos (en alusión a los ataques misóginos de la prensa durante su mandato presidencial), no se a quiénes te referís, pero si es a las que usan el feminismo instrumentalizándolo para su propio beneficio, bueno, puede que tengas razón. Pero eso no es todo el feminismo, ni somos todas las feministas. La mayoría de nosotras somos mujeres anónimas, laburantas, cuidadoras, madres que educan a sus hijos para que sean mejores que sus padres, estudiantas que se adentran temerosas en carreras masculinizadas para abrirle camino a las vienen. A nuestra escala de mujeres del montón, estábamos aguantando otras formas de violencia en casa, en la calle, en el trabajo y en la facultad. Todo bien con las tuiteras y las pancarteras, y las que ocupan cargos políticos, pero muchas veces no nos representan.

Cristina diciendo que no es feminista para, inmediatamente después, hacer un alegato feminista, y yo queriéndome dar la cabeza contra algo para ver si me despierto, o me hago una lobotomía casera que me permita seguir aguantando, yo qué sé. Igual, Cristina, tu mensaje llegó, o eso espero, gracias. Creo que vos entendés cuánto suma.

Tercera señal: Lilia Lemoine, durante el debate sobre la ampliación del Registro Nacional de Datos Genéticos, cuenta que un desconocido, hace dieciocho años, la atacó y la violó luego de entrar por la fuerza a su departamento. A pesar de múltiples denuncias ante la policía y en los medios, el violador sigue prófugo y sin identificar. La madre de la Diputada, quien fue su apoyo durante aquellos duros momentos, también fue víctima de violación en su juventud, según expresa, emocionada, desde su banca en el Congreso.

Dos mujeres de una misma familia sufren agresiones o abusos sexuales en distintos momentos de sus vidas. Me pregunto por cuántos miles hay que multiplicar el relato de Lilia para tener una idea de lo que conlleva ser mujer. Si sufrir una violación es de por sí algo horroroso, cuánto más debe ser para una madre no poder evitar que le suceda lo mismo a una hija. Va mi solidaridad con Lilia y cualquier mujer abusada, más aún con las que conviven con la traumática certeza de que sus violadores pueden hacer las compras en el mismo super que ellas o acecharlas desde el anonimato dos décadas después.

Pero la cosa no acaba ahí, porque a continuación, Lilia arranca un discurso que me dejó con la boca abierta frente a la pantallita del celu y me hizo aplaudirla, literalmente: “Les quiero decir a las mujeres que no tengan vergüenza porque los que hablen mal de ellas cuando denuncian son la basura, son los cómplices, son los que tienen que callar y sentir vergüenza. Nosotras somos mucho más que un cuerpo, somos un alma y un espíritu, somos todo, y tenemos derecho a defendernos, y tenemos derecho a que la política y la justicia nos protejan. Por eso es importante que el registro esté en manos de las fuerzas de seguridad, no solo para juzgar, sino para prevenir. El registro tiene que servir para prevenir, porque son reincidentes”, explica para defender su posición en el debate. Y como en la arena política y mediática se han vuelto válidas las peores expresiones, en referencia a las reacciones de otros diputados de la Cámara y al tratamiento que su denuncia recibió en algunos programas a los que su madre acudió en busca de ayuda para reclamar justicia, continuó: “más duele escucharlos a ustedes burlarse de nosotras en nuestras caras, burlarse de las mujeres que salieron adelante y que buscan salir para adelante, y algunas que no van a poder porque no están más”, y agregó “Necesitamos que ellos —los violadores— estén encerrados y nosotras podamos salir a caminar tranquilas por la calle.

Lemoine, con toda la razón del mundo, se niega a permanecer en el rol de víctima, y por eso denunció y sigue denunciando, aunque ya sabemos que denunciar no es fácil, ni está al alcance de todas, ni en cualquier momento. Aún así, insiste en que “todas las mujeres violadas sepan que vale la pena luchar”.

Pero hay más. «Me violaron cuatro veces en un día«, cuenta para explicar que el hecho de haber denunciado su violación le supuso someterse a revisiones médicas, por varios profesionales distintos, con protocolos invasivos, deshumanizados y revictimizante, que son uno de los factores por los que muchas víctimas desisten de la Justicia, porque no se ven capaces de someterse voluntariamente a tanto en un momento de extrema vulnerabilidad física, psíquica y emocional.

No da para hacer un análisis profundo del discurso de la Diputada Lemoine, porque se haría muy extenso y no es el fin de este texto. Sólo he de decir que toca tantos temas sustanciales para el feminismo que resulta irónico comprobar que una mujer que se manifiesta públicamente como contraria al feminismo se reconozca a la vez atravesada por las mismas cuestiones que importan al feminismo: el supuesto derecho al acceso al cuerpo de las mujeres (por coacción violenta o económica), la altísima tasa de reincidencia de los delincuentes sexuales, la deshumanización de los protocolos de atención a las víctimas de agresiones machistas, el juicio social sobre las víctimas que consiguen rehacer su vida, que la violencia machista no solo atenta contra las mujeres, la sororidad con otras víctimas actuales o potenciales, etc.

Lilia, no sé si sos consciente de la cantidad de melones que abriste con tu breve discurso, ni de lo mucho que el feminismo ha analizado y debatido estos temas, para poder entender cuánta razón tenés, y lo oprobioso que resulta que ciertos sectores de la izquierda prioricen el derecho a la intimidad de un posible violador o femicida antes que el derecho de las mujeres a no ser violadas ni asesinadas. Y ahora me van a saltar con que cierto discurso feminista es funcional a la derecha. Piensen lo que quieran, si total al feminismo siempre le van a dar por algún lado, cuando no son unos son los otros, pero lo cierto es que ningún partido de ningún sector del espectro político ha priorizado jamás a las mujeres. Siempre somos la parte más fina del hilo, la que puede cortarse ante la más mínima tirantez. Simone de Beauvoir lo tenía claro cuando escribió que “solo hace falta una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres sean cuestionados. Estos derechos nunca pueden darse por sentados. Debes permanecer vigilante durante toda tu vida”.

Para quienes no se hayan aclarado aún, el feminismo es un movimiento que busca la emancipación de la mitad del mundo. Nada menos. Imagínate la pluralidad que tiene que poder soportar algo tan grande y transversal. Podemos no estar de acuerdo en todo, pero no voy a renegar de la diversidad, por más desafíos que presente.

Parte de esa emancipación es entender que, aunque se nos violente hacia una situación de víctimas, seguiremos luchando, y las que consigan seguir con vida a pesar de todo, serán sobrevivientes. Víctima es el lugar que nos asigna el patriarcado. Lo siento, no pensamos quedarnos ahí, si logramos salir vivas seremos sobrevivientes.

Patricia, Cristina y Lilia, cada una con su historia, su ideología y sus singularidades, son mujeres que no se reconocen feministas, pero a la vez se interesan públicamente por temas que son la médula del feminismo. Esto por fuerza tiene que dispararnos unas cuantas reflexiones, tanto más a las que sí nos reconocemos feministas.

Quizás no sea el caso de Cristina porque siempre profesó una ideología que asigna gran importancia al rol del Estado en un sinfín de cuestiones, pero Patricia y Lilia, con sus recientes intervenciones públicas, han dejado entrever que también entienden que la violencia machista, en cualquiera de sus formas, se previene y se combate con políticas públicas, como las leyes que ellas mismas promueven, por ejemplo, pero hay muchas otras, y para eso, amigas mías, es necesario un Estado. Ahí se los dejo.

 

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