El consentimiento es uno de los grandes asuntos del feminismo desde siempre. No en vano Alicia Puleo introduce la noción fundamental de “patriarcado de consentimiento” en donde las relaciones entre los sexos pasan de estar regidas por la coacción directa para ser supuestamente consensuadas. Pero esta noción problematizada de consentimiento va mucho más allá de la sexualidad y podemos aplicarla a multitud de relaciones contemporáneos en donde la desigualdad es un factor de partida ineludible. El capitalismo es un régimen económico en donde, mediante el contrato, los y las trabajadoras consienten en su propia explotación. El consentimiento es un instrumento jurídico, que pasa a ser social, que puede servir para legitimar la explotación y la desigualdad, pero eso no quiere decir que el consentimiento deba desaparecer porque es la expresión de la agencia. Lo que debe desaparecer es el régimen de desigualdad. Si hablamos de feminismo tenemos que especificar que nos estamos refiriendo al papel del consentimiento como concepto central en las relaciones sexuales y, concretamente, de su papel en las leyes contra las agresiones. Esta fue una de las exigencias feministas más potentes salida de las quejas contra la primera sentencia de La Manada y eso es lo que recoge la ley del Sí es sí. No es nada extraordinario, la tendencia en todos los países democráticos es poner el consentimiento en el centro de sus leyes contra la violencia sexual.
Por Beatriz Gimeno
Pero poco después, de manera sorpresiva, una corriente feminista criticaba la centralidad del consentimiento, críticas que han persistido (aunque muy oscurecidas) en la cuestión de Rubiales y el beso a Jenni Hermoso. Me temo que esta crítica tiene que ver únicamente con la oposición a cualquier cosa que salga del Ministerio de Igualdad. Aun así, merece la pena detenerse un momento en la cuestión. Una de las razones esgrimidas por este sector consistía en decir que las prostitutas consienten, por lo que esto vendría a demostrar que el consentimiento sirve para apoyar la existencia de la institución prostitucional. Por el otro lado, el sector regulacionista daba el argumento contrario: las mujeres en prostitución consienten, luego dicho consentimiento legitima la relación prostitucional e impide aprobar medidas abolicionistas. Por eso, las primeras comenzaron a sostener que no es el consentimiento sino el deseo el que debe estar en el centro, no ya de una política sexual feminista (que yo también lo creo), sino de la ley.
En ese sentido es interesante un artículo de hace meses de Rosa Mª Rodriguez Magda en El País (https://elpais.com/opinion/2023-05-17/consentir-o-desear.html) A la pregunta que formula el título ¿consentir o desear? La respuesta la da ella misma. Consentir como frontera de lo punible y desear como motor y centro de la sexualidad también para las mujeres. En el plano intelectual o teórico, en el plano de la ética y del feminismo, la discusión acerca del consentimiento sigue llena de aristas. Es cierto que seguimos inmersas en relaciones sexuales asimétricas y nuestra sexualidad se sigue considerando reactiva al deseo masculino y, por ello, parece limitarse al consentimiento. El modelo de relación sexual que se desprende del hecho de que sea el consentimiento femenino lo que decida si estamos o no ante un delito es el de que ellos intentan entrar y nosotras abrimos la puerta o no, lo que nos mantiene inmersas en el modelo de sexualidad patriarcal. Es la diferencia entre ser plenamente sujeto y no serlo. Somos el objeto del deseo masculino al que las leyes parecen querer otorgar la capacidad de ser sujeto mediante la expresión del consentimiento, pero eso no es suficiente. Además, el propio consentimiento tiene múltiples aristas porque es cierto que la socialización femenina nos lleva a poner en demasiadas ocasiones el bienestar, el deseo o las ganas de los otros por encima de las nuestras, por lo que puede darse el caso de consentir sin desear realmente, y no sólo en los casos de violación: según algunos estudios, al menos la mitad de las mujeres establecen alguna vez relaciones sexuales sin desearlas. Afirmar esto no supone sino continuar problematizando el modelo de sexualidad androcéntrico en el que vivimos. Hay sexo consentido que merece ser cuestionado por muchas razones y es cierto que el consentimiento no puede ser el único paradigma útil para pensar sobre ética o política sexual.
Todo esto es verdad, pero desde el punto de vista legal, para determinar sí hay o no agresión sexual, el consentimiento tiene que ser el centro y no hay otra manera de plantearlo. El deseo no se puede introducir en el ámbito penal, no se puede medir legalmente, como no se puede medir el amor al dar por válido un matrimonio. El deseo no puede ser legalmente un indicador de la existencia o no de agresión sexual por muchos motivos, pero hay uno que siempre se olvida y es que desear tampoco es equivalente a aceptar mantener una relación sexual. A la ley no le importa, y no debe importarle, si la víctima de una agresión sexual deseaba o no (y de hecho en ese supuesto deseo, imposible de demostrar, se escudan muchas veces los violadores, véase caso Dani Alves), sino en sí ella quería mantener la relación sexual tal como se produjo (es decir, si quiso, si consintió). Es la manifestación de la voluntad, y además en cada paso que se da, lo que debe importar. Pretender sustituir el consentimiento por el deseo elimina como elemento central la decisión de las mujeres, su agencia, su voluntad, su racionalidad, para cambiarla por algo incontrolado e incognoscible: el deseo. Cualquier ley que pretendiera salir del ámbito de nuestra agencia nos convierte en menores de edad. Sólo los menores no pueden consentir en ningún caso. El hecho de que existan consentimientos viciados, o nulos, no puede servir para poner en cuestión la validez del consentimiento en general.
Por otra parte, el consentimiento de las mujeres que ejercen la prostitución sí tiene importancia y se toma en cuenta. Por eso las mujeres en prostitución pueden denunciar haber sido violadas, y por eso la relación prostitucional no se considera legalmente violación en casi ningún sitio, ni tampoco se considera así en ninguna ley o proyecto de ley abolicionista, incluso en aquellos que establecen sanciones para los puteros. Todo consentimiento de una persona adulta tiene peso, siempre, pero todo consentimiento puede también ser sometido a escrutinio y considerarse sujeto a determinados vicios que pueden llegar a invalidarlo o a considerarlo debilitado. Aquellos países que combaten la prostitución y al mismo tiempo sitúan el consentimiento en el centro de sus leyes contra las agresiones, como Suecia, consideran que ese consentimiento, aun teniendo fuerza, no tiene la suficiente como para imponerse a la decisión social de combatir la institución prostitucional. Las leyes democráticas pueden limitar, y de hecho lo hacen, voluntades individuales en virtud de la defensa de un bien común mayor (en este caso, la igualdad entre mujeres y hombres) o la defensa de los más débiles que se encuentran a merced de poderes a los que no pueden oponerse. Por eso, el consentimiento es la base jurídica del cualquier contrato, pero en situaciones de desigualdad puede ser invalidado, total o parcialmente. La lucha por fijar los límites del consentimiento pleno es una lucha social que no acaba nunca mientras existan situaciones de desigualdad.
Tenemos que caminar hacia una política sexual en la que el deseo de las mujeres sea tan importante como el deseo masculino, igual de determinante en cualquier relación. Pero para ello hay que visibilizarlo mucho más, hablar de él, escribir de él, representarlo, asumir sus zonas grises y sus complejidades, construir un edificio simbólico igual que aquel que representa y recoge la sexualidad masculina como centro de nuestro universo sexual. Pasa por el derecho, pero no sólo por el derecho. Desde el punto de vista intelectual las feministas tenemos la obligación de seguir pensando en el consentimiento: desde donde lo pensamos, quién lo otorga, para qué, cuándo está viciado, cómo se nos socializa, cómo vivimos el sexo, qué significa el sexo recíproco etc. Seguir pensando es nuestra obligación; la de los legisladores es buscar el equilibrio entre libertad e igualdad. Y la ley del Sí es Sí, precisamente, actuaba de las dos maneras: en cuanto al consentimiento lo ponía en el centro, eso se ha perdido en parte con la reforma impulsada por el PSOE. Pero en cuanto al deseo, toda la parte relativa a educación, prevención etc., amplia el campo de lo posible de manera que el deseo femenino tenga cada vez más espacio, y eso continua ahí.
Fuente para Diario Digital Femenino: Enrique Stola
Publicada en: Beatriz Gimeno
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