Las docentes no somos santas…
Hacia 1923 en la provincia de Buenos Aires para ser “señorita” (léase docente) debían cumplirse los siguientes requisitos que imponía el Consejo Nacional de Educación (1):
- No casarse. Este contrato quedara automáticamente anulado y sin efecto si la maestra se casa.
- No andar en compañía de hombres.
- Estar en su casa entre las ocho de la tarde y las seis de la mañana, a menos que sea para atender una función escolar.
- No pasearse por las heladerías del centro de la ciudad
- No abandonar la ciudad bajo ningún concepto sin el permiso del presidente del Consejo de Delegados.
- No fumar cigarrillos. Este contrato quedara automáticamente anulado y sin efecto si se encontrara a la maestra fumando.
- No beber cerveza, vino ni otras bebidas espirituosas. Este contrato quedara automáticamente anulado y sin efecto si se encontrara a la maestra bebiendo.
- No viajar en ningún coche o automóvil con ningún hombre excepto su hermano o su padre.
- No vestir ropas de colores brillantes.
- No teñirse el pelo.
- Usar al menos dos enaguas.
- No usar vestidos que queden a más de cinco centímetros por encima de los tobillos.
- No usar polvos faciales, no maquillarse ni pintarse los labios.
- Mantener limpia el aula:
- Barrer el suelo del aula al menos una vez al día.
- Fregar el suelo del aula al menos una vez por semana con agua cliente y jabón.
- Encender el fuego a las siete, de modo que la habitación esté caliente a las ocho cuando lleguen los niños.
- Limpiar la pizarra una vez al día.
A partir de la lectura de estos puntos, queda en evidencia que en el siglo pasado no se separaba la vida privada y personal del rol docente. Convivían las tareas domésticas con las pedagógicas. Esta idea se encuentra estrechamente relacionada con los estereotipos de género, en virtud de los cuales se asocia a la mujer con la sensibilidad, delicadeza, contención, flexibilidad, tolerancia; en contraposición con los masculinos tales como firmeza, objetividad, inteligencia, astucia, fortaleza, determinación. Concluyo entonces que se ha entendido a las educadoras como nanas de elite o segundas madres.
Sobre este punto, Simone de Beauvoir en “El segundo sexo” señala: “Tampoco hay ahí ningún “instinto maternal” innato y misterioso. La niña comprueba que el cuidado de los hijos corresponde a la madre, y así se lo enseñan; los relatos oídos, los libros leídos, toda su pequeña existencia, se lo confirma; se la estimula a extasiarse ante aquellas riquezas futuras, le dan muñecas para que ya adopte un aspecto tangible. Su “vocación” le es dictada imperiosamente”.
Este “instinto maternal” no es biológico ni natural, por el contrario, es una construcción cultural que tiene como fin mantener el control social de las mujeres y así circunscribirlas al rol de “cuidadoras”.
Esta noción de la docencia como segunda madre o figura dedicada con inmensa vocación a la guía emocional e intelectual de lxs niñxs, ha sido una traba muy grande para el reconocimiento del trabajo de las maestras como profesionales (entre las que me incluyo). Quizás hasta un poco más nos ha afectado a quienes nos compete la educación de los niveles iniciales: Maternal (materno-paternal) e Infantes. Aún hoy discutimos si tienen o no validez pedagógica estos niveles.
Hace no muchos años se entendía al Jardín maternal como una “guardería”, un mero depósito de niñxs que debían permanecer determinada cantidad de horas hasta que el adulto responsable terminase su jornada laboral, o también la sala de 5 años, lo que se llamaba “pre-escolar” ¿Por qué pre-escolar si el/la niñx se encuentra institucionalizadx? ¿Acaso el nivel inicial no cuenta como nivel educativo?
Asimismo de los puntos descriptos, podemos visibilizar la fuerte influencia paternalista en cuanto al rol que debía desempeñar la mujer que ejerciera la tarea docente. Siguiendo esta línea se justificaba el precario salario argumentando que era “un complemento” a la remuneración del padre o marido, quienes eran los encargados – según correspondiese – de sostener económicamente a la familia. En la modernidad los salarios que se perciben en un hogar han cambiado, cada vez se registran más hogares mono-parentales los cuales viven de un solo salario, siendo éste el pilar de la economía familiar. Es decir, con un salario considerado como “complementario” no pueden solventar sus necesidades básicas.
Sin embargo, la feminización de la educación no fue algo natural, sino más bien una decisión política. La idea era “abaratar costos” y lo dijo el mismo Sarmiento luego de crear instituciones para la formación docente: “La educación pública será menos costosa con ayuda de las mujeres”. Lo que Sarmiento denominó “ayuda” yo lo denomino trabajo mal pago. De todas formas para algunas mujeres, la posibilidad de acceder a una de estas instituciones educativas significaba salir del hogar aunque sea por algunas horas, y este acto formaba parte de una experiencia de liberación femenina.
La docencia históricamente fue y es una tarea muy feminizada. En 1909 en las Escuelas Normales del país había inscriptas 4.189 estudiantes mujeres y sólo 885 estudiantes varones. No obstante, estos números cambian cuando se trata de puestos jerárquicos: se observaba un desproporcionado y elevado número de varones en puestos de dirección y supervisión, y un gran número mujeres maestras (de menor jerarquía y en consecuencia menor salario). Antes de 1930 ni una sola mujer había sido nombrada en el cargo de supervisora de distrito.
No resulta llamativo entonces que durante el período comprendido entre 1856 a la fecha, sólo dos mujeres hayan ocupado el cargo de Ministra de Educación de la Nación, a saber: Decibe, Susana Beatriz (Abril de 1996 a mayo de 1999 Presidente: Carlos Saúl Menem) y Giannettasio, Graciela María (7 de enero de 2002 al 25 mayo de 2003. Presidente: Eduardo Alberto Duhalde).
Ninguna cualidad es inherente a ningún género. Existe un sinnúmero de ejemplos de mujeres que pueden ser tan sensibles como objetivas, tan flexibles como rígidas, tan delicadas como fuertes dependiendo del contexto.
En la actualidad es notorio que por más formación académica que adquiera una mujer, le es casi imposible acceder a espacios de poder y de toma de decisiones, aún acreditando vasta aptitud para el cargo. Una posibilidad para resolver esta inequidad, sería consensuar un cupo tanto a nivel ministerial, provincial como distrital, para finalmente romper con el techo de cristal.
Es urgente que nos quiten esa paradójica carga de “señorita virgen pero madre”. Debemos ser reconocidas como profesionales con un salario real y acorde al aporte cultural que brindamos a la sociedad desde nuestra labor.
Referencias
- (1) Fuente: ‘La Revista del Consejo Nacional de la Mujer’ Año 4, Nro. 12. marzo 1999. Buenos Aires
- Sarmiento, 1858, citado en A. Birgin, 1999: 41
- Simone de Beauvoir “El segundo sexo” séptima edición de bolsillo 2013 (Pág. 222)
- http://www.me.gov.ar/nomina_ministros.html
Fuente: María inés Alvarado vía Economía Femini(s)ta