Fátima Pecci Carou es una pintora premiada en ArteBA.
Retrató a 200 víctimas del femicidio.
Una pared con varias docenas de rostros de mujeres que miran directo a los ojos. En la mesa hay más, entre pinceles y mate. Apilados contra la pared hay otra tanda. “En mi casa tengo el resto, son 200”, dice Fátima Pecci Carou. La artista plástica pintó pequeños cuadros con la imagen, tipo identikit, de las búsquedas de paradero de mujeres y travestis que circulaban en las redes sociales. Tomó por mano propia la idea de hacer la memoria feminista, incluso antes de considerarse feminista. Algunas –la mayoría– fueron asesinadas, otras siguen desaparecidas y unas pocas fueron encontradas. Ahora su estudio está empapelado con los rostros de las mujeres que ya no están.
Durante dos años de su vida pintó de manera frenética cada foto que circulaba como flyer o póster virtual desde los muros de las activistas feministas que conocía. Tuvo que retratarlas, y ahora tiene una obra que representa los años más cruentos para las mujeres en la Argentina. Puestas una al lado de la otra, dejan de ser sólo un número, un dato, una estadística para alertar a la sociedad. Esas imágenes fueron fotos elegidas por sus familiares para las búsquedas, y ahora son cuadros, pequeños, del tamaño de una carpeta, que miran y escudriñan al espectador. “Es una obra fuerte, sé que es dolorosa”, dice la artista en su estudio de Villa Crespo.
Una obra de Fátima: Se llama La Monumenta, es una “piba feminista” portátil.
El ciclo, para Fátima, se cierra en un punto. Hay un cuadro que falta, y es el de Julia Flamini, asesinada a puñaladas en Olavarría, en un show de Los Redondos, por un hombre con el que mantenía un vínculo. Pocas semanas atrás se lo pudo entregar a Graciela, su mamá, en Azul, Provincia de Buenos Aires: “Fue muy poderoso y emocionante para mí. El arte puede ser una buena forma para simbolizar y atravesar las ausencias”.
Así empezó todo
Fátima Pecci Carou nació hace 34 años en Liniers. Después de pasar por Historia del Arte en la Universidad de Buenos Aires, terminó su carrera de Artes Visuales en la UMSA. Allí, su tesis marcó un precedente a esta obra consagratoria. Decidió trabajar sobre los retratos funerarios egipcios y romanos. Esos retratos eran pequeñas pinturas sobre tablas o maderas que se colocaban sobre los rostros de los cuerpos que eran momificados para su enterramiento. Tenían algunas características que Fátima trabaja incluso hoy: son pinturas muy realistas que tienen una leve modificación en los ojos, están agrandados, como si fueran de animé, y en general, los pintaban con sus pertenencias más queridas, las que se querían llevar al más allá. La artista decidió pintar a su propia familia y a sus amigos como retratos funerarios. “Mi hermano me pidió el gol de Maradona a los ingleses, así que se lo dibujé al lado de su rostro”, cuenta y se ríe, pícara.
Pero el aprendizaje que le cambió la vida comenzó al hacer clínica de obra con la artista y activista feminista Ana Gallardo. En su taller continuó con su fascinación con los retratos, pero esta vez la obsesión viró a representar en la pintura esas fotos que encontraba en el diario de los allanamientos que la policía hacía en los prostíbulos.
“Me flasheaban las fotos donde las chicas aparecían todas tapadas. Pensaba quiénes serían, por qué estaban ahí, me preguntaba por qué salían ellas ocultas en capuchas o mantas, como si estuvieran haciendo un delito, cuando en general eran víctimas de trata”, cuenta. Entonces empezó a reproducir esas fotos como pinturas, a investigar el contexto, las historias, y ahí descubrió a Georgina Orellano, la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR), y entendió que no era todo lo mismo. “Pero aún no me reconocía feminista.”
Un interior entre Matisse y el animé, con sus nuevos personajes; las “femininjas”.
“Libro de caras”
Esos rostros que circulaban en Facebook y por WhatsApp –en ese 2014 aún no reinaba Instagram ni Twitter– le llamaban la atención y Fátima se guardaba las imágenes en su computadora. Se hizo una carpeta y se fueron acumulando; la mayoría eran las búsquedas y alertas que emitía la Fundación Marita Verón.
En la pared hay uno que llama la atención. Es un poquito más grande que los demás y lleva un fondo de otro color, azul. “Es Ailén”, dice Fátima, que recuerda los nombres de casi todas y sus historias: “Me llamó la atención la mirada, medio melancólica. Con ella me di cuenta de que la mirada era muy importante, tenía que modificarla y hacerla directa hacia quien ve el cuadro porque ahí está, para mí, el pedido de justicia”.
Así fue que, si en las fotos las chicas miraban fuera de cuadro, Fátima le modificaba la mirada para que fuera de frente. Ahí radica su interpelación. En el caso de Ailén, ella en la foto miraba a la cámara, y eso la conmovió: “Como es uno de los primeros, tiene un tratamiento distinto a los otros. Me tomé un trabajo con la textura y el fondo que después cambié para los demás, porque hubo un momento donde hacía tres retratos por día y quise dejar registro de esa urgencia. Yo estaba pintando uno y sabía que al otro día iba a haber otra muerta e iba a tener que hacer otro. Así que decidí comprar bastidores pequeños, que dan la sensación de foto carnet, de búsqueda. Son de 18 por 24 centímetros”.
Cancionista y performer. Aquí en una performance de 2013, donde tocó en un cuarto forrado con obras de arte extraídas de fascículos coleccionables.
En ese momento pre #NiUnaMenos, los casos se acumulaban y Fátima empezó a confundirse los nombres, perdía el rastro de los avances en las causas, así que decidió escribir detrás de cada uno el nombre de ella, el de su femicida y la circunstancia de su muerte o desaparición. “Sabía que la pintura tenía que ser muy exacta a los rasgos de la foto, porque si se me iba un poco el ojo ya no era ella. Había algo de identikit, de respetar al máximo los rasgos y las líneas de esa cara porque tenía que ser ella, no otra persona.”
Todo retrato es político
“Este proyecto es un cruce entre activismo feminista y el retrato como tradición dentro de la historia del arte”, lo termina de calificar. Su maestra, Ana Gallardo, se lo advirtió: “No vas a vender ni uno solo de estos cuadros”. Y eso quedó resonando en Fátima. Entonces decidió que no es una obra que esté a la venta, que fue hecha para denunciar la violencia machista.
“El arte puede ser una buena forma para simbolizar y atravesar las ausencias.”
Fátima Pecci Carou
PINTORA
De mañana, Fátima trabaja en el ex Ministerio de Salud de la Nación. Sabe que hacer arte es un privilegio, pero no puede ni quiere hacer obra alejada de su visión política de la vida. “Es la pintura como registro de una época, y tal como me dijo mi profesora Marta Penhos, es darles rostro a las víctimas, como una huella perenne de que estuvieron vivas, de que existieron.” Como empleada estatal, afiliada a ATE, siempre la llamaban sus compañeras para pintar las banderas o pancartas que iban a usar en las marchas o actividades de género que organizaban. En septiembre de 2014, en la orilla de un arroyo de José León Suárez, se encontró el cuerpo de Melina Romero en dos bolsas de basura. Melina fue una de las 277 mujeres víctimas de femicidio en la Argentina durante 2014, y también fue el último retrato que pintó Fátima Pecci Carou: “Compartía el estudio con otra pintora amiga. Estábamos muy atravesadas por estas historias y yo tenía todos los rostros colgados en la pared. Ella me dijo: Che, esto me está haciendo mal, y tuve que parar. Tenía 200 pintados ya”.
El 26 de marzo de 2015 se usó por primera vez la frase #NiUnaMenos. Se organizó un maratón de lectura y música en las escalinatas de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires contra los femicidios, y ahí fue ella, con sus pinturas y su guitarra: cantó una canción. Aunque formó parte de varias bandas de chicas, hoy toca en vivo en plan performático: puede hacer canciones con textos teóricos que parecen lejos de la musicalidad.
Callejera y premiada
El 3 de junio de 2015, al primer #NiUnaMenos, ya fue con otra visión. Envolvió los retratos en un nailon y se los colgó en el cuello. Fue a marchar con su obra de arte como una forma de protesta política. Pero el activismo de verdad llegó en la víspera del 8 de marzo, el primer Paro de Mujeres, cuando salió a pintar consignas por Almagro con otras activistas y terminó presa. “Fue muy fuerte, ¡fui presa por pintar! Nos persiguieron unos hombres por el barrio, nos acorralaron como si fuéramos su presa y llamaron a la Policía. Cuando salí de la comisaría y vi a todas las compañeras que nos fueron a hacer el aguante, ahí entendí: organización, unión y memoria feminista.”
Ahora Fátima milita en la Asamblea Nosotras Proponemos, un espacio donde las artistas denuncian la invisibilización de las mujeres en la historia del arte, y hacen acciones para recordarlas, darles nombre, obra y cara. Algo que también hizo con su obra La Monumenta, junto a Luciana Poggio Schapiro, una escultura en papel que camina libre por la calle para denunciar la ausencia de monumentos públicos a mujeres y el acoso callejero.
Después de los 200 retratos, Fátima convirtió a estas chicas en ninjas de nuevos cuadros. Necesitó sacarlas del lugar de víctimas y ponerles magia. Convertirlas en ninjas para transformar el dolor en rabia. Esa serie de pinturas, llamadas kunoichis, las expuso en ArteBa en el espacio de la Galería Piedras, y ganó el premio en obra Barrio Joven 2018. Los cuadros grandes que Fátima pintó son escenarios de interior del siglo XIX y XX con mujeres que no son ornamento, son las heroínas-ninja enojadas. “Paradójicamente el animé es re machista, me gustaba la idea de apropiarme de ese lenguaje para decir otra cosa, lo contrario”, asegura.
Fuente: Clarín