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¿Y ellas? Cuando los hombres son asesinados por mujeres

Cuando hablamos y escribimos sobre femicidios, nunca falta quien se pregunta sobre los asesinatos de hombres a manos de mujeres. Como si se tratase de una inevitable guerra entre los dos géneros, o como si se quisiera buscar una especie de equilibro en el universo, en donde los dos “bandos” atacan y responden por igual.

Siempre que reaparece el tema acerca de las mujeres que asesinaron a hombres se suele manipular para tratar de deslegitimar el reclamo del movimiento feminista y de gran parte de la sociedad, que simplemente reclama “¡dejen de matarnos!”. Se toman de esos casos para negar que las mujeres sufren cotidianamente una violencia sistemática de parte de los hombres (o de mujeres, en algunos casos), solo por el hecho de ser mujeres. O bien que hay hombres que sufren tanto como ellas.

Por Andrés Borrello
Diario Digital Femenino

El dispositivo que la cultura patriarcal instaló en cada uno de nosotros y nosotras, desde pequeños, nos invita, de manera inconsciente, a pensar sobre qué ocurre en caso contrario de cometerse un femicidio. Es decir, qué pasa cuando una mujer asesina a un hombre. Y, si usted continuó leyendo hasta estas líneas, es inevitable que haya pensado en Nahir Galarza. Incluso me atrevo a especular que ya desde el título mismo de este artículo, rondaba en su cabeza la imagen de la bella muchacha de Gualeguaychú.

¿Sabe usted, acaso, a quién asesinó Nahir Galarza?

¿Cuál es el nombre de la víctima?

Está naturalizado que, en los casos de femicidio, siempre se utiliza el nombre de la víctima. No está bien, y eso tiene que quedar bien claro, porque continuamos exponiendo a la víctima, incluso después de muerta, y se termina encubriendo la identidad del asesino. Pero en cuanto a víctima se refiere, sí, siempre está ahí, en el titular. El femicidio de Lucía Pérez, de Melina Romero, de Ángeles Rawson, de Carla Figueroa, de Andrea López… pero ¿conoce acaso usted el nombre de los asesinos? ¿Puede, se atreve siquiera acaso a nombrarlos a todos sin titubear al menos una vez? (La Tinta, 10/07/2018)

¿Y ellas? Cuando los hombres son asesinados por mujeres
¿Y ellas? Cuando los hombres son asesinados por mujeres

¿Sabe usted a quién asesino Nahir? Quizá lo sepa. Pero, a la hora de comunicar, es el caso Nahír Galarza. No es “el crimen de Fernando Pastorizzo”. Porque hay una realidad que no podemos negar: siempre que sean femicidios, se utiliza el nombre de la mujer, como en una especie de protección inconsciente que los medios de comunicación les ofrecieran a los agresores. Una barrera imaginaria de patriarcado, instalada en los medios de comunicación, casi imperceptible, donde confluyen varios factores:

1) es cierto que siempre busca remitirse a un caso policial de la misma manera, en un intento de que el espectador pueda hacer una continuidad en su cabeza de los acontecimientos, de ahí que se utilice el nombre propio;

2) los grandes medios de comunicación son quienes instalan el nombre propio como referencia al caso en concreto;

3) es sabido que esos medios de comunicación viven de la pauta comercial y la publicidad, y es real que, en la cultura patriarcal, la idea de alimentar el morbo a partir de narrar las distintas violencias que sufrió una mujer, si bien visibiliza, también atrae a un público dispuesto a consumirla.

Pero, paradójicamente, en el único caso donde se utiliza el nombre del asesino, antes que el de la víctima, es con Nahír. Así, sin apellido. No hace falta. Ya sabemos a quién nos referimos.

El viernes 29 de diciembre de 2017, a horas de la madrugada, Fernando Pastorizzo (20) caía de su moto tras sufrir dos disparos de arma de fuego, en el barrio de Tomás de Rocamora, en Gualeguaychú. Allí fue encontrado por un remisero, quien, según declaró, todavía estaba vivo cuando se acercó al él. Tras varias horas de incertidumbre, se puso el foco en la ex pareja de la víctima, Nahir (19). Y tras ser trasladada para tomar declaración, ella se quebró y confesó ser la autora del crimen. Habrían salido a dar una vuelta en moto, cuando ella tomó el arma reglamentaria calibre 9 milímetros de la Policía de su padre, y tras un recorrido, ella le propició dos disparos, a la altura del pecho, para luego perderse en la noche de verano. Fernando moriría allí, en el suelo, al lado de su moto, a la vista de los pocos testigos que se hicieron presentes en el lugar.

A penas un año y dos días después, en una sentencia histórica, por primera vez una mujer menor de 20 años en nuestro país era condenada a cadena perpetua. Aparecieron los primeros puentes amarillistas que la vincularon a Robledo Puch, por ser ambos jóvenes y asesinos. Saltaron a la luz una muñeca a modo de tributo a la bella rubia, un posible embarazo perdido, múltiples testigos cruzados, vínculos y noviazgos con hijos de narcos en prisión, la carrera de abogacía, la mirada impasible, viudas revanchistas que compartirían pabellón con ella, el cinismo en su actitud, presuntos abusos sexuales en la cárcel, la violencia de género, etc.

Sabíamos quién es Nahir, donde vivió, donde dormía, qué comía, cómo era su vestido de egresada, cómo escribía sus mensajes de texto y, si nos esmeramos un poco, cómo se comportaba en la intimidad con su pareja. Nahír fue una mina de oro para los grandes grupos comunicacionales, digna de explotar para generar rating, views, likes y shares. Su caso se manipuló tan irresponsablemente en los medios de comunicación, que para la mayoría de los periodistas que realizaron la cobertura mediática del “caso del verano” Nahír era culpable antes de que los jueces se expidan. Nos convencieron (esto lo hacen a diario) que el minuto a minuto del caso era lo que “la gente quería saber”.
¿Queríamos? (Contrahegemoníaweb.com.ar, 09/01/2018)

Nahír Galarza fue, y es aún, una bomba molotov para los medios de comunicación, dispuesta a retribuirle un enorme rédito económico en las distintas plataformas comunicacionales.

Ella no era más una persona. Era un personaje, digno de ser explotado económicamente, como suele ocurrir con esas buenas series o películas, que las productoras televisivas arruinan conforme pasa el tiempo escribiendo una secuela, y otra y una más…
Rompe con todos los estereotipos de criminal que tenemos instalados, culturalmente hablando. Nahir era rubia, hija de policía, bella, popular, de clase media, universitaria, sobre expuesta a partir de sus redes sociales.

A los grandes medios de comunicación, que se centraron en este caso con un inusitado interés, parecía que les importaba muy poco Fernando Pastorizzo y su familia. Como pocas veces suele ocurrir cada vez que se comete un femicidio, la vista estaba centrada en la asesina. No surgieron cuestionamientos a la víctima, no se mencionó cómo iba vestido él, ni si habían bebido o cualquier otro pretexto.

Parece contradictorio que señalemos como un problema lo que está bien, es decir, que los medios de comunicación posen la mirada en el victimario y no en la víctima, es decir, que centren su atención en Nahír y no en Fernando. Pero, ¿por qué ocurrió, de manera aislada, en este caso? ¿Por qué ahora sí los medios de comunicación hegemónicos eligieron centrar su atención en la asesina?

Justamente, por la intencionalidad y la manipulación que pretendían.

Las mujeres también matan, quisieron instalar.

El crimen cometido por Nahir Galarza fue utilizado por los grandes medios de comunicación para echar por tierra a toda una trayectoria de militancia feminista. La sentenciaron desde el primer momento.

Nahír era culpable. Siempre lo fue, más allá de toda estrategia de la defensa. Con el tiempo, se dejó de considerar si ella sufría violencia de género. Ella sostuvo en su momento que Fernando no la iba a dejar en paz. En varias ocasiones intentó salir a la luz la violencia de género, pero rápidamente los medios de comunicación desestimaron la “voz de la víctima” porque, en reiteradas ocasiones, había ofrecido falso testimonio.

Cuando un hombre mata a una mujer, no dejan de aparecer excusas y argumentos discursivos para justificar la violencia. Repetimos como sociedad, cada vez menos, ciertos argumentos que todavía se niegan a desaparecer. Por el contrario, esa idea de justificar la violencia no apareció en el caso que ahora tratamos.

No buscamos justificar el accionar de Nahir, pero sí intentamos dar un primer paso para desenmascarar la lógica patriarcal, donde si el asesino es hombre, brotan excusas para justificar la violencia. Ahora bien, cuando la asesina es mujer, esas excusas se disipan y no tienen lugar alguno.

Tampoco intentamos cuestionar la cadena perpetua. Y ya dijimos lo que opinamos en relación a los regímenes penitenciarios en otro momento. Pero tratamos de mirar más allá. Intentar hacer un repaso en perspectiva, con una matriz de género y de manera integral.

El rol que jugaron los medios de comunicación en el caso Nahir fue único. Actuaron antes que la justicia, e incluso, nos atrevemos a sugerir, como un factor de presión y poder para establecer una condena.

Recientemente, su defensa pretendió que se revoque el fallo de “homicidio calificado por la relación de pareja” y que se la condene por “homicidio culposo”, lo que posibilitaría una reducción de la condena. Pero el tribunal ratificó el fallo. Cadena perpetua, paradójicamente (si cabe el uso de la palabra) en base al artículo 80 inciso 1 del Código Penal, modificado e incorporado en 2012 tras las exigencias del movimiento feminista y de mujeres para condenar a femicidas. (La Tinta, 14/08/2019)

Nahir Galarza es culpable, y deberá continuar con el cumplimiento de su condena.

Pero sería interesante poder utilizar su caso, por ejemplo, para estudiar e intentar comprender las relaciones violentas que sufren nuestros adolescentes, antes que manipular a la victimaria como una “figurita”, y exponerla cada determinado tiempo en los medios de comunicación, con el fin único de perpetuar el marketing que alguna vez significó.

Después de todo, Nahir era, y sigue siendo, una persona.

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