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Andrés Borrello ¿Por qué se siguen cometiendo femicidios? Parte 2

En esta segunda entrega, nos proponemos seguir contribuyendo al debate aportando algunas herramientas teóricas para abordar el tema desde una perspectiva más integral. Es decir, no nos alcanza con justificar los asesinatos como unos crímenes cometidos por “loquitos” que andan sueltos, ni tampoco el tildarlos de “enfermos”. Nos parece que debemos elaborar una respuesta más completa.

Como señalamos en la primera entrega, los femicidios –y la violencia en general contra las mujeres- se desata cuando ellas se animan a desafiar alguna de las dos normas esenciales del patriarcado: la norma del control y la norma de superioridad, básicas en el sistema de dominación del patriarcado, que considera a la mujer como un objeto exclusivo con un valor de uso, de cambio y manipulación masculina.

El femicida asesina a la mujer con la convicción de estar haciendo lo correcto. Desconoce el complejo entramado social y cultural que hay detrás de la violencia, pero de ninguna manera esto le impide actuar como lo hace. Y tampoco, de ninguna manera, lo justifica. Asesina porque es la única –y la última- respuesta que obtiene para controlar a una mujer que se animó a desafiarlo, y a través de él, a todo un sistema cultural.

De acuerdo a un estudio realizado por el área de Análisis Criminal y Planificación de la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres (UFEM), donde revisaron 54 sentencias por femicidios entre 2014 y 2017, da como resultado, entre otras cosas, que el 85% de los casos demuestran que existía un vínculo de pareja, ex pareja o noviazgo entre el agresor y la víctima (La Tinta, 12/12/2017).

Es decir, situaciones “intrafamiliares” donde el desenlace es la muerte. ¿Por qué?

El 20 de noviembre 2016, en la localidad de Trenel, La Pampa se radicó una denuncia de Sonia A. (44), luego de que, cerca de las 15:30, Marcelo Pérez (49), su conyugue, la golpeara en el rostro tras negarse a tener relaciones con ella. Pérez no escatimó insultos y amenazas, no solo a ella, sino al resto de la familia. Él le dijo que “si le llegaba a pasar o faltar algo a los hijos, volvería y le reventaría la cabeza”.

A Marcelo Pérez le importó muy poco la orden judicial de prohibición de acercamiento y de todo tipo de comunicación o contacto con la mujer que amenazó, y dos días después, el 22 de noviembre de ese año, se metió por la fuerza en la casa de Sonia A., y, en la misma habitación que habrían compartido durante mucho tiempo, la golpeó y degolló con una cuchilla. Luego, Pérez intentó suicidarse, sin éxito. (El Diario de La Pampa, 02/10/2017).

Se sabía en el pueblo que Sonia se había “escapado” al menos dos veces de la casa por la constante violencia que sufría en manos de Marcelo, pero en ambas ocasiones volvió a compartir techo con el agresor por miedo a lo que pueda ocurrir con los hijos que compartían.

Hoy, el femicida trenelense Marcelo Pérez tiene una condena a cadena perpetua. Pero el caso puede ayudarnos a pensar un poco más en torno a la posesión masculina del cuerpo de la mujer. Puesto que, si bien el inicio de la violencia contra la víctima en este caso –como en muchos otros- es difícil de rastrear, el detonante público pareciera ser la negativa a servir como objeto sexual del usufructo del violento. Pérez no quería respetar la voluntad de Sonia de no tener relaciones con él. Ella vivía a su lado con miedo, y miedo por sus hijos.

En la negativa a someterse a Pérez están como respuesta los insultos, y tras ellos las amenazas, y los golpes… está, en el espiral de violencia machista, el asesinato.

Enrique Stola (médico psiquiatra y militante feminista y de DDHH) sostiene que el patriarcado es “dominio de cuerpos y espacios. De acuerdo a cada momento histórico, las modalidades de dominación y explotación cambian. Cambian los paradigmas, aparecen nuevas variables de dominación que cruzan los cuerpos, tecnologías al servicio del poder, pero hay una constante desde hace siglos en la mayoría de las sociedades complejas y es la dominación masculina que atraviesa todos los cuerpos existentes”.

¿Dónde está la convicción que mencionábamos al principio? Justamente, en la idea de matar para mantener el comportamiento de la mujer dentro de unos parámetros que son los de la cultura patriarcal. El femicida apela al asesinato cuando siente que ya no puede controlar más a la mujer que tiene a su lado. Cuando ésta se revela, cuando advierte la violencia (económica, verbal, psicológica o física) a la que está subsumida, y busca salirse, el agresor cree que puede recurrir a la muerte para mantener y controlar a esa mujer, aunque paradójicamente signifique esto el asesinato de ella. Puesto que, el asesinato de la mujer significa, a fin de cuentas, el fracaso del agresor para someterla.

Esclarecido este punto, con la idea motriz de ofrecer distintas herramientas para el debate y la discusión, creemos que estamos en condiciones de acercarnos un poco más a una primera explicación que nos llevó a iniciar esta serie de artículos: ¿por qué vuelven a matar los femicidas? Pero antes, nos queda abordar el suicidio como intento de fuga de los agresores, aunque quedará para una entrega posterior.

Si vos o alguien que conocés vive alguna situación de violencia, llamá gratis las 24 horas al 144.

Fuente, Andrés Borrello.

Publicado en Pampa Diario

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