El asesinato de Lucio Dupuy y la posterior condena a su madre y su pareja, ambas mujeres encontradas culpables de ese crimen, puso en el centro de la discusión en la opinión pública temas relacionados con el cuidado de las infancias. El hecho se convirtió rápidamente en noticia por varios temas: Lucio estaba al cuidado de una pareja de mujeres lesbianas que lo violentaban; una de las asesinas era su madre biológica y, porque se cuestiona el accionar de la justicia que le había dado la tenencia a esa mujer porque “el patriarcado dice” que quien debe cuidar a las infancias son las madres.
Por María Inés Alvarado*
para Diario Digital Femenino
Pero Lucio no es el único. Chequeado.com publicó a mediados de enero que, “según una encuesta de Unicef realizada en 2019 y 2020, el 59% de chicas y chicos entre 1 y 14 años experimentó prácticas violentas de crianza; el 42%, castigo físico, y el 51,7%, agresión psicológica” y que “entre octubre de 2020 y septiembre de 2021 fueron atendidas, bajo un programa del Ministerio de Justicia, 3.219 niñas, niños o adolescentes víctimas de violencia sexual y 6.770 víctimas niñas, niños y adolescentes por violencia familiar.” Además, “según datos de la Oficina de Violencia Doméstica que depende de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en la Ciudad de Buenos Aires, en el tercer trimestre de 2022 3 de cada 10 personas afectadas por situaciones de violencia doméstica fueron niñeces y 8 de cada 10 niñas, niños y adolescentes afectados sufrieron violencia por parte de sus progenitores”, lo cual demuestra que hay – y hubo- muchos y muchas Lucios.
Por otro lado, mientras investigo el tema a fondo y escribo esta columna, sale publicada en todos los medios la noticia acerca de una pareja que es liberada, luego de haber estado presa por la muerte de su beba de 21 días, a quien los profesionales de la salud “detectaron” lesiones compatibles con abuso sexual, que no pudieron ser comprobados. ¿Por qué a Lucio -y tantas otras criaturas que mueren en manos de quienes deberían cuidarlos- nadie lo protegió? Dicen en varios portales de noticias que “la muerte de Lucio era una muerte evitable”. Sí, es cierto, era evitable porque ni en la escuela, ni en los hospitales ni en la justicia se cuidó la integridad de Lucio. ¿Falló el sistema? No. ¿Fallaron las instituciones? No. Son escasos los protocolos y el personal no tiene las competencias y capacitaciones necesarias para cuidar a las infancias. ¿Qué falló entonces? El abordaje integral dese la ESI.
La violencia contra las infancias no es novedad. Es sistemática, porque alrededor del cuidado de las infancias hay una serie de injusticias que sostiene un sistema social basado en las violencias. Las instituciones no tienen una mirada de cuidado integral porque sigue siendo escasa la Educación Sexual Integral (ESI) en la sociedad. Si las escuelas, los hospitales y la justicia que deben cuidar a las infancias hubieran tenido capacitación en ESI durante su formación profesional habrían podido prevenir tantas violencias sobre Lucio y otras criaturas que sufrieron y siguen sufriendo violencias y vulneración de sus derechos, porque no se preserva el derecho a la dignidad y a la integridad de infancias y adolescencias.
Los jardines de infantes, las escuelas, deben hacer un seguimiento cuando reciben criaturas con lesiones sistemáticas, o que faltan demasiado, o que presentan rasgos de miedo o temor. No deben mirar para otro lado, deben asesorarse para aplicar correctamente los protocolos, realizar los informes pertinentes y denunciar porque son instituciones garantes de la integridad de las infancias. Los hospitales y el personal de salud también deben asesorarse y denunciar frente a situaciones que muestren alguna alarma frente a situaciones de violencia. No es posible que una criatura ingrese sistemáticamente golpeado a un centro de salud y nadie denuncia. Y, por último, es preciso modificar la actuación de la justicia. La psicología viene desarrollando desde hace varios años la deconstrucción del instinto materno y lo explica como una construcción social, algo aprendido y, por tanto, algo a lo que se puede renunciar. No por ser mujeres, por gestar y parir, se desea maternar. Eso no es perspectiva de género, sino lo contrario. El estereotipo de la maternidad también es una forma de violencia.
Es preciso insistir con el avance de la ESI, que no solo posibilita que niñeces y adolescencias puedan ejercer autocuidado sobre su integridad física, sino que pone el énfasis en entender que las infancias no son objeto y propiedad de sus progenitores, que la mapaternidad debe ser deseada, que la violencia intrafamiliar se puede prevenir si las instituciones del Estado intervienen de manera eficaz ante la mínima sospecha de violencia. Como sociedad tenemos la ESI como herramienta, no podemos seguir mirando para otro lado.
(*) Docente, comunicadora. Co-directora de La ESI en juego.
Columnista de Diario Digital Femenino– De ESI Sí Se Habla