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Morir por ser mujer

Todos los días una familia, una comunidad, un colegio, un lugar de trabajo, una sociedad es sorprendida y enlutada con un nuevo femicidio; así se le ha denominado a los crímenes letales de naturaleza sexista, es decir, aquellos que son perpetrados por uno o varios hombres que piensan que las mujeres son inferiores, que son objetos o que son de su propiedad.

Por Esther Pineda G.*

Cuando nos enteramos de un nuevo femicidio a las mujeres se nos llena el cuerpo de dolor por esa mujer que ha sido asesinada, de miedo por lo que pudiera pasarle a las niñas y mujeres de nuestra familia o de nuestra comunidad, a nuestras compañeras, amigas y a nosotras mismas; y se nos llena también de rabia y frustración al pensar en la desprotección, el desamparo y la impunidad a nivel estatal, esa que ignora las violencias que vivimos, que no recibe las denuncias, que no persigue a los agresores; pero sobre todo, que se conforma con tipificar el delito para cumplir con los estándares internacionales y con agregar un número más en un Excel en un departamento ministerial cuando otra mujer es asesinada.

Pero ante la ocurrencia de estos crímenes y la exigencia al Estado de investigación sin dilaciones, justicia y no repetición, la respuesta institucional siempre es la misma: “no contamos con los recursos suficientes”, “la información disponible es escasa”, “debemos convocar a una mesa de discusión y trabajo con las familias y el movimiento feminista”, al mismo tiempo que prometen crear “un área especializada para sistematizar el número de víctimas y poder contar con información para el diseño de políticas públicas”; las cuales por supuesto nunca son implementadas porque no existe voluntad para transformar esta situación, y porque, cuando terminan de sistematizar los casos del año anterior se reinicia todo el ciclo con la llegada de una nueva autoridad o gestión gubernamental.

Pero aunque los gobiernos continúen dilatando la atención y actuación ante los femicidios bajo la excusa de no contar con información, según las estadísticas oficiales de 16 de los 18 países de América Latina que han tipificado el delito como femicidio o feminicidio y que recopilé para esta investigación, se evidencia que, entre los año 2010 a 2018 han ocurrido 12044 femicidios, equivalente a 1338 casos al año, 111 al mes, por lo menos 4 al día y una cada 6 horas. No obstante, estas cifras pueden ser más elevadas debido a que la mayoría de los países comenzaron a registrar y publicar las cifras de los femicidios a partir del año 2014, algunos invisibilizan las motivaciones sexistas y misóginas de los crímenes y los procesan como homicidios comunes, en algunos países los femicidios no se contabilizan de forma regular, confiable, oportuna y transparente; y en aquellos en los que existen altos niveles de polarización y gobiernos con características antidemocráticas es común la negativa a publicar las estadísticas de femicidios con el fin de evitar los señalamientos por su inoperancia y negligencia ante la grave situación.

Pese a ello, estas estadísticas ponen en evidencia que las principales víctimas de femicidio son mujeres con edades entre los 18 a los 49 años, y que en América Latina prevalece el femicidio de pareja íntima, el cual consiste en el asesinato de una mujer por parte de su pareja o ex pareja en el contexto de la violencia machista (hayan existido antecedentes o no), la cual tiene lugar principalmente en la vivienda que la víctima compartía con el hombre, donde ella residía sola o con familiares, en la vivienda del agresor o en algún lugar donde fue citada por este para conversar, tratar de “arreglar las cosas”, o entregarle algunos recursos para la manutención de los hijos en común.

A esta modalidad le sigue el asesinato de niñas o adolescentes por parte de algún familiar en el contexto de la violencia incestuosa, el asesinato de una niña o mujer por parte de un compañero de estudio o de trabajo, un vecino o amigo, maestro, médico, jefe u otro hombre con quienes existía una relación de poder y desigualdad en el contexto del acoso; el asesinato de niñas o mujeres por parte de desconocidos en el contexto del ataque sexual, así como, el asesinato de mujeres en el contexto de la trata con fines de explotación sexual por parte de hombres consumidores de prostitución, proxenetas o tratantes.

No obstante, cuando esto ocurre, los medios de comunicación hacen un despliegue reseñando el nuevo crimen en el que la protagonista es una mujer, por supuesto, no se hacen eco de cada caso perpetrado en el país o en la región, como tampoco para cuestionar la estructura social que favorece su ocurrencia ni para sensibilizar sobre la problemática; por el contrario, suelen ser reseñados aquellos casos más crueles, los cuales resultan para los medios más llamativos, más dramáticos, con más elementos de misterio e intriga, desde la jerga comunicacional “más escandalosos” y por tanto con más “rating”.

Escenarios y paneles donde con frecuencia se ponen en práctica las denominadas por Gresham Sykes y David Matza como técnicas de neutralización, las cuales son justificaciones que apuntan a disminuir o relativizar la culpabilidad de los responsables del crimen o la naturaleza del mismo (en el caso de los femicidios su naturaleza sexista), y que se logra por ejemplo patologizando al agresor (considerándolo un enfermo o monstruo), excusando la actuación del femicida en los comportamientos de la víctima (la creencia de que ella “algo habrá dicho o hecho”), condenando, cuestionando y atacando a quienes visibilizan o denuncian el crimen (por ejemplo al movimiento feminista), o solidarizándose con el agresor de forma automática e irreflexiva ya sea por su sexo, su pertenencia de clase, u otro motivo que lo haga parte de un grupo. Justificaciones mediáticas que junto a la indiferencia social, la negligencia estatal y la impunidad penal contribuyen a que los despiadados asesinatos de mujeres sigan ocurriendo e incrementándose cada día.

Morir por ser mujer
Morir por ser mujer. Prometeo Libros

(*) Socióloga, Magíster Scientiarum en Estudios de la Mujer Mención Honorífica, Doctora en Ciencias Sociales Mención Honorífica y Postdoctora en Ciencias Sociales egresada de la Universidad Central de Venezuela. Autora de los libros: Machismo y Vindicación. La mujer en el pensamiento sociofilosófico (2017). Racismo, estigma y vida cotidiana: Ser afrodescendiente en América Latina y El Caribe (2019). Cultura femicida. El riesgo de ser mujer en América Latina (2019), entre otros.

 

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