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El viernes 14, ante la importante cantidad de público que habitualmente asiste a los talleres sobre el castigo y la pena, Maximiliano Postay, literalmente, nos maravilló a todos con su imaginación no punitiva. Hacía mucho, demasiado tiempo, que no escuchábamos a un abolicionista en nuestros claustros, excepción hecha de la histórica prédica solitaria y vernácula de quien esto escribe. Más de una década pasó, por ejemplo, desde que nos acompañara el maestro Louk Hulsman. Con su impecable y ordenado desarrollo teórico y un bagaje de propuestas específicas, Maxi dió un paso fundamental: proporcionó insumos abolicionistas concretos en materia de construcción de políticas públicas y bajó línea táctica y estrategica respecto de qué hacer y cómo. Por cierto, aspectos ellos muy sensibles a la cultura de los juristas, casi siempre proclives a agotar su curiosidad en las formas extrínsecas de la dogmática y las distintas maneras de teatralización de la persecución penal y el castigo. La exposición de Postay, más allá de permitir un debate inédito sobre el tema, dejó en claro que el abolicionismo sigue siendo un camino posible, aquí y ahora, avanzando además sobre las formas de acumulación política tendientes a lograr, desde la militancia, discursos y prácticas contrapuestas al poder punitivo.
 
 
 
Fuente: Derecho a réplica
 
 
 

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