En días recientes, salió a la luz en la ciudad de Azul, centro de la Provincia de Buenos Aires, un megaoperativo (que incluyó en lo local 7 allanamientos, varios en hogares monomarentales) de dimensión provincial destinado a la penalización de mujeres que se dedicaban a la gestión de bingos barriales como ingreso económico para sus hogares.
Por Moira Goldenhörn*
Siempre son mujeres las juzgadas cuando la economía aprieta. Porque, histórica –y por ende, culturalmente-, son las mujeres quienes cargan con el peso de la reproducción de la especie, el cuidado físico y emocional de sus hijos e hijas, la provisión material en los primeros años y en la mayoría de los casos durante toda su vida por la ausencia paterna, debido a la irresponsabilidad masculina en sus costumbres sexuales.
Entonces, desde el Siglo XIX en que la fábrica posibilita el acceso de las mujeres al mundo del trabajo fuera de los hogares y de manera masiva, las mujeres se enteran que ese mundo no está hecho para ellas; fundamentalmente por una cuestión: el cuidado de sus hijos e hijas. El trabajo fabril o campesino (salvo que incluya, como lo hace de hecho, el trabajo infantil) no es un trabajo compatible con el cuidado de las infancias. Sencillamente porque la sociedad capitalista y postcapitalista no incluyen a los niños, niñas y adolescentes como sujetos de derecho en la realidad de los hechos; ni tampoco a los padres de esas criaturas como sujetos responsables que incurren en delitos al negar el derecho alimentario y la identidad de su descendencia. A causa de este desentendimiento del Estado y de los progenitores es cómo finalmente son las mujeres quienes cargan con la efectiva responsabilidad por el cuidado, manutención y crianza; y a veces de más de una generación de descendientes.
Es así como las mujeres han buscado diferentes estrategias ya no de enriquecimiento sino de supervivencia para ellas y su prole; y que les permitan compatibilizar cuidados (o dinero para tercerizarlos) y la actividad económica que garantiza el sustento. Estrategias que han sido histórica –y por ende culturalmente- sancionadas desde lo social y desde lo jurídico, desconociendo la realidad de obedecer a una imperiosa necesidad de sobrevivir. Observemos dichas estrategias a continuación, en una suerte de enumeración propuesta como “devenir histórico”; el cual, más que referido a las acciones en sí, su historicidad remite a la habilitación social para hablar de ellas en perspectiva crítica:
-Las mujeres, históricamente privadas de su derechos patrimoniales, recurrieron al matrimonio o al concubinato con hombres para asegurarse el sustento (aún cuando en esa vivienda pudieran existir abusos de cualquier índole, es mejor padecerlos a puertas cerradas que a la intemperie), pero ellas son hoy incluso referidas como “mantenidas”, “cómodas” e incluso “cómplices” y sancionadas penalmente cuando sus hijos e hijas son víctimas de algún delito intrafamiliar. Si las mujeres se juntan con hombres para garantizar el sustento y dejan a sus hijos con su abuela o alguna parienta –y de esa forma protegerlos de abusos o situaciones de violencia-, también son señaladas como malas madres por “abandonar a sus hijos”.
-Si las mujeres salen de la monogamia y acceden a ser prostituidas para asegurarse el sustento y a veces también lograr acceso a alguna comodidad para ellas -como ropa, muebles, celulares, maquillajes, peluquería- o calzado, juguetes y ropa para sus hijos; eran denunciadas por “oferta de sexo” y además, al día de hoy son señaladas como trepadoras, fáciles, cómodas, etc. y sancionadas socialmente, muchas veces por quienes las prostituyen.
-Si las mujeres sin oportunidades no quieren vender su cuerpo a cualquiera y son captadas por mafias para hacerse unos pesos en la venta de drogas al menudeo y así asegurarse el sustento, son denunciadas penalmente, separadas de sus hijos o marchan al penal con ellos. En el mejor de los casos, acceden a prisiones domiciliarias, pero sin acceso a educación o trabajo; con lo que las oportunidades se cierran cada vez más y las únicas opciones para sobrevivir siguen siendo las mismas.
-En los últimos años, también hemos visto que las mujeres recurren a las ferias americanas para hacerse unos pesos; en este caso, la mirada condenatoria social está puesta en el hecho de “vender lo que se les regala”. Así, es habitual ver en redes que las “personas de bien” donan ropa, juguetes, muebles, vajilla pero sólo “para quien realmente lo necesite” y “no para ferias”. Otra vez, condena.
-Finalmente, en el último tiempo, las mujeres se organizan en redes sociales para ofrecer desde la virtualidad bingos, rifas, sorteos, tapaditas, tómbolas, o como se quieran denominar, también para cruzadas solidarias, pagar fiestas de cumpleaños de sus hijos e hijas o meramente para asegurarse el sustento de un modo que no implique vender el cuerpo ni sustancias o ser explotada por pocos pesos en casas de familia, estudios profesionales, consultorios o negocios comerciales. Pocos números a valores accesibles, buenos premios, parecía ser este rubro el win-win de la meritocracia barrial femenina.
Porque aquí hablamos de mujeres, pero ¿de qué mujeres? En esta enumeración nos referimos a mujeres pobres, las mujeres de las barriadas, las mujeres racializadas, las mujeres que no pueden acceder a trabajos formales y con salario digno por cuestiones de cuidados por la maternidad, por alguna leve discapacidad, por distancias insalvables entre periferia y centro, por no contar con escolaridad o la capacitación suficiente que es el título secundario para acceder a cualquier trabajo.
Sin embargo, parece ser que en esta sociedad capitalista y postcapitalista, lo único que se permite para las mujeres es traer al mundo todos los hijos que la irresponsabilidad masculina les planta en el vientre y criarles y mantenerles merced la caridad por un lado y el empleo como doméstica (siempre “en negro”) por el otro. Porque no hay jardines ni escuelas que compatibilicen una jornada laboral de 8 o 10 horas diarias; porque los salarios de mujeres trabajadoras siempre son miserables; porque los trabajos de las mujeres en su gran mayoría son sin registrar y por ende sin licencias, aportes y acceso a jubilación. Y aún con esta realidad, “la justicia” persigue a las mujeres pobres tratando de sobrevivir y de criar hombres y mujeres de bien con los escasos recursos a su mano sobreviviente.
Para finalizar, digamos que, si esta mega-investigación que persigue mujeres pobres en la Provincia de Buenos Aires se origina en un alerta del Instituto Provincial de Lotería y Casinos, entonces ¿cuál será el Instituto Provincial que debe empezar de oficio a denunciar penalmente a los padres incumplidores de su deber alimentario, e incluso de su deber familiar en cuanto a la identidad? ¿Cuándo será que tramiten esa denuncias por ante tribunales que sean capaces de llegar al punto de allanar las viviendas de los incumplidores para hacerse de las pruebas de un buen pasar económico que siempre disfrutan pero ocultan a sus hijos e hijas? ¿Cuándo se preguntará “la justicia” –que nunca es justicia social ni justicia feminista- por qué las mujeres pobres son captadas por el sistema penal y promoverá la persecución y sanción de quienes las acorralan de esta manera?
(*) Abogada feminista, Mnd. en Cs. Sociales y Humanidades, Docente especializada, Investigadora en Sociología Jurídica.
Columnista de Diario Digital Femenino – Género y Derechos Humanos