
La Prostitución – Beatriz Gimeno
Introducción
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En 2009 asistí a dos jornadas relacionadas con la prostitución. Ninguna de las dos tuvo nada de excepcional excepto el efecto que me a mí me produjeron y que fue el detonante que me decidió a escribir este libro sobre un tema en el que ya llevaba tiempo trabajando. La primera de ellas fue el típico debate entre partidarias de las dos posturas tradicionales en este asunto: regulacionistas y abolicionistas. Las participantes en el debate eran jóvenes, no académicas, pero el debate fue, como suele ser siempre cuando se trata de este tema, terriblemente agrio. Más que agrio: los insultos volaron de un lado al otro y la discusión adquirió un carácter muy agresivo por ambos lados. Nada a lo que no hayamos asistido mil veces quienes nos ocupamos de este tema. Sin embargo hubo algo que me hizo pensar: y es que yo, que en teoría pertenezco al lado abolicionista, estaba de acuerdo con muchos de los argumentos y razones que provenían del otro lado y me costaba encontrar un argumento que desde el lado abolicionista me dejara satisfecha; me costaba mucho compartir o defender algunos de los argumentos que se daban desde las que se supone que eran mis propias posiciones en el debate. La segunda jornada fue parecida. Una académica abolicionista dio una conferencia en un máster para jóvenes feministas. El resultado fue que salió de allí casi llorando. Las jóvenes feministas a las que trataba de formar (ya que aquello era una clase) no estaban en absoluto de acuerdo con lo que la feminista abolicionista exponía y prácticamente no la dejaron hablar. En ese caso yo pude comprender, al menos en parte, el enfado de aquellas jóvenes y su disgusto ante algunos de los argumentos con los que la académica abolicionista pretendía convencerlas o explicarles la cuestión.
Tuve que preguntarme si me estaba volviendo partidaria de la regulación de la prostitución. Y me respondí que en absoluto, pero los argumentos con los que se pretende combatir esa institución y la estructura teórica que los envuelve no son a mi parecer los adecuados para este momento concreto; creo que no son argumentos que puedan convencer a las jóvenes feministas ni a la gente no comprometida especialmente con el feminismo. Y, mientras, el uso de la prostitución no sólo no deja de aumentar, sino que lo hace también su normalización social y también cada vez hay más la gente que opina que la prostitución tiene que ser regulada de alguna manera. Y mucha de esta gente, por si fuera poco, es feminista o filofeminista. Así que estoy convencida de que algo estamos haciendo mal las personas que creemos firmemente en que mientras exista la prostitución, y más aún si está normalizada socialmente, la igualdad no es posible. Por eso me decidí a escribir este libro.
Cuando comencé en el feminismo era muy joven, corrían los ochenta, y yo, como todas mis amigas y compañeras, estaba en contra de la prostitución; asumía sin más los planteamientos del sector del feminismo llamado abolicionista. Esto fue así hasta que llegué al movimiento lgtb en la última década del siglo XX. Desde ahí pude darme cuenta de algo de lo que hasta ese momento no era consciente por más que lo hubiera leído en las críticas de muchas feministas de la tercera ola, del feminismo queer y poscolonial: que una parte muy importante del movimiento feminista está profundamente sesgado en cuanto a la cuestión de la clase social y que el análisis de clase o raza, así como el análisis crítico acerca de la institución de la heterosexualidad (y últimamente ni siquiera de la sexualidad) no forma parte de los planteamientos del feminismo institucional o tradicional. No estoy simplificando si aseguro que la gran mayoría de las activistas del feminismo tradicional no tienen otra relación con las mujeres inmigrantes o de clase obrera que la que tienen con sus asistentas o con las mujeres que cuidan de sus hijos. En el feminismo institucional, el análisis de clase o raza, si se hace, es tangencial y específico pero pocas veces está interconectado con el análisis de género que se utiliza, como si éste, el género, fuese la única instancia de opresión de todas las mujeres y como si lo demás fueran meros añadidos que hacen más pesada la opresión, pero que no tienen carga específica.1 Como muchas otras feministas lo cierto es que no había sido consciente de que hasta que me integré en el movimiento lgtb no había tenido ocasión de conocer personalmente, en relación de amistad o cercanía, a mujeres que no fuesen universitarias o de clase media, como yo misma. Esto cambió cuando entre a militar en el movimiento homotransexual, mucho más interclasista que el feminismo. Como ocurría con el feminismo y los grupos de autoconciencia en los años sesenta, en la sociedad homotransexual los lugares de socialización y los lugares en los que se hacía política hace diez o quince años eran los mismos. La realidad es que los espacios en los que nos reuníamos las personas que formábamos el movimiento lgtb estaban llenos de mujeres lesbianas y transexuales que trabajaban de asistentas domésticas o limpiadoras, de trabajadoras no cualificadas o de mujeres que se dedicaban a la prostitución y entre ellas había también muchas inmigrantes. Es más, en las asociaciones lgtb de entonces lo que no abundaba precisamente eran las mujeres de clase media o media-alta, ya que éstas no necesitaban de lugares específicos de socialización y solían estar, además, en el armario, donde por cierto sigue la mayor parte de ellas. La realidad es que el grueso de las mujeres que se acercaban a un colectivo lgtb a mediados de los noventa eran de clase obrera… Seguir leyendo La Prostitución AQUÍ