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Por Beatriz Gimeno

La prostitución: aportaciones para un debate abierto
La prostitución: aportaciones para un debate abierto

La regularización de la prostitución como un trabajo más o la lucha por la abolición se ha convertido en los últimos años en un asunto que ha dividido en dos mitades irreconciliables al movimiento feminista, no tanto al resto de la sociedad, que suele asumir la opinión de los medios de comunicación mayoritarios o de los políticos que los representan. El debate dentro del movimiento feminista ha alcanzado niveles de tal virulencia que es imposible llegar no ya a un acuerdo, sino siquiera a escuchar los argumentos de la otra parte. Entrar en el debate, como yo misma he intentado a veces, con buena voluntad, reconociendo que algo de razón deben pueden llevar incluso las oponentes, intentando no descalificar, reconociendo que feministas somos todas, es imposible. El debate te termina arrastrando hasta la imposibilidad de presentar argumentos que la otra parte siquiera escuche y mucho menos se preste a reflexionar. Y sin embargo, como todo debate, éste mucho más que otros necesita una buena dosis de reflexión y calma. Y lo necesita porque pocos debates políticos e ideológicos son tan complejos y mezclan cuestiones tan diferentes y tan contradictorias.

Nadie discute que cuando hablamos de prostitución hablamos de miseria y de dolor. Y en principio todas estaríamos de acuerdo en buscar la manera de aliviar la miseria y el dolor de estas mujeres. El problema que se plantea es si esa miseria es distinta por algún motivo a tantas miserias que produce nuestro mundo. Y si no lo es -y quizá no lo sea- ¿por qué otorgarle esa centralidad a la prostitución? La diferencia es que el debate sobre si la prostitución se legaliza o no está aquí y hay que posicionarse en este momento; es ahora cuando tenemos qué decidir si aceptamos que la prostitución se convierta en un trabajo más o luchamos por erradicarlo. En mi opinión, en general, el debate se centra en cuestiones que pasan por encima de los factores estructurales que no suelen tenerse en cuenta pero que creo que son imprescindibles. Remitirnos a estos factores puede parecer frío cuando estamos hablando de la vida concreta de mujeres que sufren pero es que de eso se trata. Estamos hablando de la vida de todas las mujeres. La prostitución somos todas (y todos). Comencé a pensar de forma diferente en la prostitución a raíz de una conversación con una conocida antropóloga, partidaria a ultranza de la legalización. Yo hice el siguiente comentario: “A mí lo que me preocupa es el impacto que la prostitución pueda tener en legitimar e incluso reforzar la sexualidad masculina hegemónica”. La contestación de ella fue: “¿Qué me importa a mí la construcción de la sexualidad masculina?” En ese momento creo que me hice abolicionista porque siempre he pensado que o la izquierda (y el feminismo como movimiento de izquierda) se caracteriza por la resistencia a ultranza al olvido estructural al que el neoliberalismo pretende conducirnos, o dejará de existir ninguna posibilidad de resistencia.

La prostitución ha pasado de ser algo relativamente simple de entender a algo mucho más complejo en donde se mezcla la globalización capitalista, el crimen organizado, la pobreza globalizada, el sur pobre y el norte rico, el patriarcado, la cultura del consumo, el sujeto deseante como protagonista de la historia, el pensamiento débil o líquido -en palabras de Baumann- la desaparición de la ética política y su sustitución por una orgía inacabable de deseos, -en palabras de J. A Marina-, la trata internacional de personas, los movimientos migratorios, la feminización de la pobreza, el concepto liberal de “elección y autonomía” frente al concepto social; el descrédito absoluto de cualquier ética relacionada con la sexualidad, la (re)construcción patriarcal de la sexualidad y del deseo, la reacción del patriarcado a los éxitos del feminismo, las consecuencias sociales de la sexualidad, las nuevas relaciones entre lo privado y lo público…manejar todo esto al mismo tiempo es prácticamente imposible y cualquier discusión se termina limitando a uno o dos conceptos y obviando a los demás. Para enfrentarse a todo esto tendremos, como dice Celia Amorós que reciclar y volver a combinar dos tradiciones feministas clásicas: el feminismo radical y su énfasis en la política sexual del patriarcado y el feminismo socialista y su énfasis en la explotación capitalista. Pero como ella misma dice, este fenómeno de la prostitución no es algo único, sino la cabeza de una medusa al que nos enfrentamos sin saber por dónde empezar a cortar. Ante esta cabeza de medusa sólo cabe aquí una aproximación parcial que plantee preguntas y que proponga reflexiones.

Una de las cosas que más me llama la atención del debate es la debilidad de algunos de los argumentos utilizados tanto en un campo como en el otro. No digo que no se utilicen argumentos complejos, pero la mayoría de los que se usan en los debates, en los medios de comunicación, entre los políticos son de una simpleza extraordinaria y, por lo que a mí respecta, me gustaría llamar la atención sobre algunos de ellos e incluso sobre algunos de los que se utilizan en, digamos, mi propio bando. Estos me preocupan porque me parece que no son los adecuados para convencer o hacer reflexionar a quienes tengan dudas legítimas y bienintencionadas. Por ello me planteo hacer aquí un breve análisis de los argumentos, tanto de un bando como del otro, tratando de ser justa y de no dejarme llevar por la simplificación y posicionándome muchas veces en contra de lo que, en teoría, serían mis propios argumentos pero que me parecen de una debilidad extrema.

1La cuestión de la agencia y de la libertad de las mujeres. Nadie puede elegir ser prostituta si no es bajo un proceso de extrema alienación, si no queremos que lo sean nuestras hijas no debemos querer que lo sea ninguna mujer. O bien, las mujeres tienen derecho a decidir lo que quieren hacer con sus cuerpos. Estoy convencida que en un contexto de neoliberalismo extremo como el actual, escoger ser prostituta es una decisión tan racional como otra. Por supuesto que de poder elegir verdaderamente quizá nadie quisiera ser prostituta, pero también resulta difícil que alguien elija limpiar escaleras por un sueldo de miseria y cualquier mujer preferiría que su hija no tuviera que hacerlo. ¿Qué es lo que pueden elegir verdaderamente los pobres? Lo que las mujeres inmigrantes quieren es salir de la pobreza y sacar de ella a sus familias; si la prostitución se lo hace más fácil y rápido algunas lo preferirán a otras opciones. Pero naturalmente aquí no hay que perder de vista que nos estamos moviendo dentro de una concepción neoliberal del concepto de “elección” que no sólo afecta sólo a la prostitución. Y de un concepto de alienación y de desaparición de la ética política difícil de comprender para muchas de nosotras. No puedo aquí dejar de poner un ejemplo que a mí me impresionó profundamente: Mi hermana es profesora de un instituto de enseñanza media y me contó que hace unos meses desarticularon una red en la que chicas de 14-15 años hacían felaciones a los chicos a cambio de teléfonos móviles de última generación. Las nuevas alienaciones son el consumo, la necesidad de posesión inmediata, la sexualidad como una mercancía intercambiable y que tiene el valor que se consiga darle etc…pero esas nuevas formas de alienación tienen que ver con el capitalismo y no exactamente con la prostitución.

2Las cifras de mujeres que la practican voluntaria u obligatoriamente. En los debates de esta naturaleza suelo estar en contra de dar cifras porque éstas son siempre manipulables, difíciles de comprobar, dependen de muchos factores y cada bando da las que quiere. Las cifras no convencen más que a los convencidos. Baste decir que en los últimos meses las partidarias de la legalización han declarado que el 5% de las mujeres son engañadas y las partidarias de la abolición que el 5% la ejercen voluntariamente. Este no es un problema de cifras, sino un problema social, estructural y político. El sufrimiento es único en cada ser humano.

3La prostitución está relacionada con e incentiva la trata de personas. Por supuesto que esto es así, negarlo no tiene sentido, pero es la globalización capitalista y no sólo la demanda de la prostitución la que organiza este tráfico. Es lo que Celia Amorós denomina La pinza patriarcal. Los mercados globalizados exigen mujeres pobres para cubrir los puestos que las occidentales hemos abandonado: servicios sexuales en cualquier condición, servicios domésticos, servicios de cuidado a ancianos y dependientes. Los hombres utilizan los servicios sexuales, pero las mujeres de los países ricos hemos puesto a mujeres pobres allí donde no hemos sido capaces de repartir el trabajo o de socializarlo. Es aquí donde las cifras tienen importancia, pero desde un punto de vista de izquierdas: millones de personas son desplazadas, traficadas, vendidas, compradas, cosificadas por un sistema económico depredador que hace que sus vidas no valgan nada y que no tengan ninguna posibilidad real de elección sobre nada.

4La prostitución es una forma de esclavitud o bien una forma de empoderamiento. Es realidad es ambas cosas. La miseria y la explotación es una forma de esclavitud, pero en determinadas circunstancias como dice Dolores Juliano, la prostitución puede empoderar a las mujeres. No hay que asombrarse. Las mujeres están acostumbradas a buscar y crear ámbitos de influencia y redes de solidaridad casi en cualquier contexto por opresivo que parezca. En el pasado evidentemente, sin ninguna opción profesional ni personal, la prostitución podía ofrecer un ámbito de autonomía En la actualidad algunas de ellas, viviendo en culturas machistas, obligadas a casarse jóvenes, a tener relaciones sexuales no deseadas con sus maridos, a tener hijos, a trabajar por nada de sol a sol, a ver a sus hijos morirse de miseria… ¿cómo no van a encontrar en la posibilidad ganar algún dinero una cierta manera de empoderamiento? Obviamente no es verdadero poder, sino alivio de la miseria y búsqueda de alguna posibilidad de gestionar la propia vida. Como tal estrategia es válida.

5La prostitución es un mal en sí misma porque el sexo no debe venderse bajo ninguna circunstancia o bien es un asunto privado y cada cual vende lo que quiere. Me asombra cómo de de una manera misteriosa, la sexualidad, un asunto político por excelencia para el feminismo ha pasado, sin más explicación a considerarse privado por el feminismo proregularización; aquí sería necesaria una explicación que nunca se da. Si no es un asunto privado, estonces es un asunto político y por tanto estructural del sistema de género. La prostitución no afecta solo a las prostitutas, sino a todas las mujeres porque confirma y consolida una determinada manera de construir y comprender la sexualidad a la que el feminismo se opone. De ahí la necesidad de volver al feminismo radical, para volver a situar la sexualidad masculina en el lugar que le corresponde en la lucha contra la desigudald de género.

6Las partidarias de la abolición son herederas de una moral sexual tradicional, antigua, reprimidas sexuales etc., conservadoras. Esta acusación, ridícula, proviene de ciertas alianzas, también ridículas y desde luego terribles entre la derecha conservadora y un grupo de feministas en EE.UU. Tiene que ver con la tradición puritana anglosajona y no tiene nada que ver con la lucha llevada a cabo en Europa donde no está de más recordar que ha sido el feminismo quien más ha luchado por el derecho de las mujeres al placer sexual, contra la familia, por la libertad sexual, por la separación entre sexualidad y reproducción etc. En realidad la derecha no quiere abolir la prostitución (ya que siempre la ha usado) lo que quiere es que no se vea y que continúe siendo un estigma. En todo caso, con la derecha, ninguna alianza, nunca.

7La prostitución no es una cuestión de género. No hay duda de que lo es y no se puede comparar a las mujeres dedicadas a la prostitución con los hombres que se dedican a lo mismo, porque no es lo mismo. Los hombres dedicados a la prostitución pueden también ser víctimas de determinada explotación pero no lo son en la misma medida, ni lo son de la explotación de género. Por eso me parece un error decir que la prostitución masculina es también una cuestión patriarcal. No lo es. Además de la diferencia incomparable en las cifras de unos y otras, los hombres que se dedican a la prostitución no son traficados, ni explotados, ni tienen chulos, ni son encerrados, ni vendidos de un propietario a otro. Simplemente porque a los hombres, se quiera o no se quiera, no se les puede cosificar; eso es un axioma patriarcal.. Si se trata de chaperos para prostitución homosexual el estigma recae sobre el cliente y también el riesgo. Hablar de las mujeres que utilizan la prostitución es una estrategia para “sacar” el problema del ámbito del género y presentarlo como simétrico. La idea de un gigoló cenando con una mujer rica con la que luego tiene relaciones sexuales en las que él hace su rol masculino tradicional y ella el suyo femenino, no tiene sentido. Si fueran casos simétricos el problema es conseguir, como dice Sheyla Jefrreys, a millones de hombres que se ofrezcan semidesnudos, que se sometan a todo tipo de situaciones degradantes y que dejen que las mujeres les penetren con enormes dildos por el ano o la boca. Insistir en la simetría de la situación entre hombres y mujeres dedicados a la prostitución es fácilmente desmontable.

8Lo progresista es apoyar la legalización. Tengo que reconocer que para mí este es el punto más sorprendente. Supongo que tiene que ver con que vivimos en un mundo en el que el “sexo ha sido revelado” como significante universal pero que, al mismo tiempo, se intenta vender (justo para poder venderlo) como estigmatizado, liberador etc. y que la gente de izquierdas lo defiende como reacción al puritanismo anterior. No puedo entender por qué las personas progresistas han renunciado a hacer un análisis político de la sexualidad y a negarse a considerar la construcción social que subyace a dicha práctica (la violencia simbólica de Bourdieau) La resistencia a nombrar la prostitución como un asunto político es la resistencia del patriarcado a visibilizarse. Lo que me resulta ininteligible del todo es cómo personas de izquierdas apoyan, en este caso, no a las prostitutas, sino a las multinacionales del sexo que son quienes dirigen el negocio y que serían los principales beneficiarios de la legalización (el segundo negocio del mundo). Un negocio formado por traficantes de personas, mafiosos y, en España, concretamente partidos de extrema derecha. Estamos ante el único negocio del mundo en el que los empresarios afirman luchar por conseguir derechos laborales para sus trabajadoras. ¿A nadie de izquierdas le extraña esto? El problema es que la izquierda ha asumido de manera acrítica cierta noción liberal del sexo como necesidad física y por naturaleza liberadora y por eso le ha resultado imposible reconocer que al clarificar nuestras necesidades sexuales estamos definiendo nuestras individualidades y la situación que ocupamos en el sistema de género. El capitalismo ha acabado con casi cualquier posibilidad de pensar en términos de responsabilidad individual, lo único importante es satisfacer los deseos y si son sexuales entonces no es progresista poner ningún freno.

9Dividir a las mujeres en putas y vírgenes es una estrategia del patriarcado para dividir a las mujeres. Hay que acabar con el estigma. Como dice Amelia Valcárcel no resignifica quien quiere, sino quien puede y las mujeres y menos las prostitutas no pueden. Entre otras cosas porque el estigma es necesario para el mantenimiento de la prostitución. Muchos de los llamados clientes buscan la prostitución precisamente para transgredir las normas sobre el cuerpo de las mujeres. Hay estudios que demuestran que es precisamente la sensación de peligro y de estar haciendo algo prohibido lo que motiva a muchos clientes. En todo caso, jamás seremos las mujeres, y menos las prostitutas, las que puedan resignificar la prostitución. Además, está demostrado que cuando se legaliza a una parte, la división se produce entre las legalizadas y las inmigrantes no legalizadas y casi esclavizadas.

10Hay que acabar con la hipocresía y la doble moral. De acuerdo. Pero son los clientes los que mantienen la doble moral: sus mujeres en casa y las putas fuera. Son las partidarias de la regulación las que admiten que su trabajo es un trabajo especial y que requieren barrios especiales, lejos de los colegios y de los vecinos. Yo no estoy de acuerdo en absoluto. Es más, eso me parece terrible. Las calles no hay nunca que limpiarlas de las víctimas que la injusticia produce. La miseria hay que combatirla, jamás que esconderla.

11Hay que escuchar a las prostitutas. Sí, pero a todas. Evidentemente solo tienen acceso a la voz pública una minoría. Las esclavizadas, encerradas, dependientes de los proxenetas etc., no tienen capacidad de palabra y, probablemente, si hablaran no volverían a trabajar. Hay muchas mujeres que han sido prostitutas y que trabajan por la abolición. A esas o no se las escucha o su voz se descalifica.

12Es un trabajo normal, hay que darles derechos laborales para protegerlas. No es un trabajo normal y ellas mismas lo reconocen. Los empresarios no quieren darles derechos, quieren estar ellos a salvo de la policía y amparados legalmente. No se defienden los derechos de estas personas, sino los de los empresarios que quieren que ellas se den de alta como autónomas, lo que en teoría ya podrían hacer. Es posible darles derechos básicos sin necesidad de legalizar la prostitución. Legalizar la prostitución es legalizar el negocio. ¿La legalización acabará con el proxenetismo? No, la experiencia demuestra que crecerá y se hará más fuerte. Para que sea un trabajo defendible desde el punto de vista progresista deberíamos preguntarnos si es un trabajo necesario o socialmente útil. Desde el punto de vista feminista ambas opciones no se mantienen. Sólo es útil para el mantenimiento del sistema sexual del patriarcado. No es posible entenderlo como un trabajo normal. Si lo analizamos con calma y realismo tendríamos que pensar que si es un trabajo normal tendrán que pedir facturas, tendrán que tener un convenio en el que se defina, por ejemplo, lo que puede y no puede ser introducido por su vagina o por su ano, el nivel de humillación que tendrán que soportar, las palabras que se verán obligadas a escuchar y cuales no. Tendrá que definirse qué tipo de prostitución será: S/M, penetración anal, penetración vaginal, sexo oral…

Lo cierto es que si regulamos la prostitución en realidad estaremos empeorando la calidad de vida de la mayoría. Cuando se regula un mercado estigmatizado y en el que se trata de poner límites a la miseria lo que se hace es crear un mercado paralelo en el que se obliga a ingresar a las más vulnerables en peores condiciones. Es decir, si se obliga al uso del condón en los clubs o a la petición de facturas lo que ocurrirá es que se abrirá el mercado de prostitutas ilegales que ofrecerán muy barato lo que los clientes no quieren en los clubs legalizados. Si en los clubs se impone, por ejemplo, que no se pueden introducir botellas por la vagina (como ocurre en los clubs de Filipinas) el cliente buscará allí donde pueda hacerlo. Porque no es el cliente el que se adecua a la oferta, sino el mercado el que se adapta a cualquier cosa que pida el cliente. Poca gente sabe que en Holanda el 80% de la prostitución es ilegal pues sólo se ha legalizado a las comunitarias o inmigrantes legales, las ilegales han quedado fuera y a merced de las mafias, la policía etc., más vulnerables que nunca (Chapkis, 2000) Con el tiempo las holandesas abandonarán el mercado del sexo y quedarán las inmigrantes ilegales traficadas.

Es imposible, por su propia naturaleza, regular el mercado del sexo en esta economía política y sexual, El único combate posible y razonable es aquel que se oponga a la expansión, reforzamiento y legitimación social de un determinado concepto de la sexualidad humana.

13Muchos clientes no buscan sexo, sino compañía hablar, cariño…Supongo que será así, no todos los hombres son salvajes. En realidad éste de la demanda es el punto clave: transformar el concepto de masculinidad que la prostitución refuerza y legitima. Hombres profeministas y feministas tenemos que transformar la manera de relacionarnos sexualmente y la manera en que se construye el deseo masculino. La prostitución enseña a los hombres a actuar una determinada masculinidad que impone un estándar impersonal que se presenta como la realidad, más que como una específica experiencia histórica para los hombres. Fue Reich el que mostró como el distanciamiento de sus experiencias como hombres están escritas en la experiencia de sus cuerpos como máquinas. Los hombres aprenden a sentirse sexuales sin sentirse humanos. Igual que sabemos que muchos sienten que el pene tiene vida propia, también la sexualidad masculina se constituye en una esfera aparte en sus vidas, que no aprenden a integrar en su cotidianeidad. Aprenden que pueden establecer estrictas fronteras sexuales sin enfrentarse a la necesidad de relacionarse humanamente con sus compañeras/os. Es como si el sexo fuera una esfera autónoma que no tiene nada que ver con la intimidad, con la humanidad en realidad. Si para las mujeres las categorías de subordinación, opresión y cosificación son experiencias sentidas personalmente por casi todas nosotras pero que nos han servido también para aprender las relaciones de poder como un todo, son ellos ahora los que tienen que a través de la autoconciencia, acercarse a esas categorías intelectuales que pueden usar para ordenar o constituir su experiencia. Una forma de masculinidad sin miedo a la intimidad, que sea incapaz de ver a otras personas (mujeres) como un medio, incapaces de cosificar, de no escuchar, de no sentir al otro como un ser humano; seres humanos críticos con la centralidad de la genitalidad, capaces de pensar más en la calidad de las relaciones que en la cantidad o en propia efectividad. La prostitución refuerza la masculinidad tradicional e impide que se cuestione. Y dado que la izquierda la apoya, cada vez resulta más difícil de cuestionar. Es una reacción patriarcal a cierto éxito del feminismo occidental.

14El sexo es una necesidad humana y hay personas que por la razón que sea no pueden satisfacerla, por lo que necesitan de la prostitución. Siendo justa diré que este argumento es el menos utilizado porque es el más desacreditado intelectual y académicamente. El argumento que presenta el sexo (masculino) como una fuerza natural, arrolladora, incontrolable y que necesita descargar o lo hará por donde no debe ya no suele utilizarse académicamente, aunque es uno de los más usados por el llamado “sentido común”.

15¿La abolición en un país va a acabar con la prostitución? No, incluso puede tener algún efecto perverso que no niego ni puedo explicar aquí. No estoy segura que la prohibición sea la solución, lo abordaré más extensamente en el libro. Pero desde luego la regularización no es aceptable porque, como dice María Pazos las leyes no solo regulan, sino que dan cobertura ideológica y moral a determinadas prácticas. “Reflejan, a la vez que potencian, unas determinadas (y no otras) estructuras sociales, normas y valores, aunque estas normas estén implícitas y no se reconozca su existencia. Las leyes (… ) potencian unos u otros comportamientos”. Afirman lo que la sociedad considera aceptable y legítimo y lo que no. Regular la prostitución significa aceptar que esa es una manera normal de relacionarse sexualmente hombres y mujeres y, sobre todo, que se renuncia a luchar contra ella. Esa es la gran hipocresía que subyace tras la demanda de regularización. No se puede luchar por los derechos de las mujeres y luchar al mismo tiempo por dar cobertura en la ley a la misma desigualdad, a uno de los núcleos duros de la desigualdad entre hombres y mujeres.

La prostitución: aportaciones para un debate abierto
(Revista trasversales, mayo 2008)
Beatriz Gimeno

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