Un vacío en el alma y en la identidad: reflexiones y sentires sobre la construcción colectiva de la memoria común y de la identidad individual en los hijos de desaparecidos y los hijos e hijas de las que nos faltan.
Por Moira Goldenhörn (*)
Ilustración de Portada: Chechu Rodríguez.
El próximo 27 de abril se cumplirán 18 meses de la muerte (femicidio) de Eliana Mendilaharzu, víctima de la violencia de género. “Ely” o “Porota” para sus personas más cercanas. “Mamá” para sus cuatro hijos que no podrán crecer a su lado. Ely es una más de las que cada día son menos. Aquí en Azul, al centro de la Provincia de Buenos Aires, también convivimos con la violencia machista que nos deja sin mujeres, sin mamás, sin hijas, sin hermanas, sin amigas.
Y más allá de esa ausencia social algo abstracta que se refiere a la falta física de la persona, a su fuerza de trabajo, sintiendo la ausencia concreta de quien habitaba los días cotidianos, me pregunto jugando con Felipe -el menor de los hijos de Ely- ¿Qué ocurre con los hijos e hijas que, en algunos casos no podrán conocer a su mamá? ¿Quién los cuida como ella hizo? ¿Qué implicancias hay en su proceso personal de forjar identidad con la ausencia de una madre víctima de femicidio?
El caso de Ely es muy cercano por diversos motivos. Cercano porque repercute profundamente en la biografía de muchas personas de nuestra ciudad, incluso la propia. Y cercano porque la familia protagonista de esta violencia es también protagonista de una que la precede, el terrorismo estatal.
El abuelo de Ely, Don Fito Zárate, fue un preso político desde la democracia de los ’70 hasta el último tiempo de la última dictadura cívico- militar. En esa lucha se conocieron nuestras familias. Y en la década del 2010 compartimos militancia barrial y técnica por la tierra y la vivienda en el Centro de la Provincia de Buenos Aires. Hoy, junto a su Hija María de los Ángeles, la lucha continúa contra la violencia machista, en nombre de su nieta Ely.
Pero, además de la lucha pública por justicia, por reparación y condena ejemplar, hay una lucha interna que es el día a día para sacar adelante a los huérfanos del horror. Ely dejó a cuatro criaturas, dos niñas y dos niños. La mayor con once años y el menor con tres meses de edad. ¿Cómo viven cada día sin su mamá? ¿Cómo se reconocen hijos e hijas de Ely sin ella? ¿Cómo se llena ese vacío de referencia, de recuerdo, de imagen y se resignifica la memoria de recuerdos con el padre/padrastro hoy femicida?
Los niños y niñas de Ely viven parte de ellos, parte del tiempo, con su padre; la otra parte, todo el tiempo, con su tía Belén, y a veces con sus abuelos. Belén es una tía joven que, de ser madre de tres, se encontró maternando a siete. Una mujer que -en un barrio de la ciudad- hace malabares para parar la olla, estirar la leche, lavar la ropa, coser los guardapolvos…y también encontrar un respiro al cuidado para no perder su propia identidad que, poco a poco, va siendo “la hermana de Ely” como única referencia social de sí misma. Pero Belén no está sola. Entre esa orfandad de hermana, más allá ese vacío que deja la ausencia de un cuñado violento en prisión, va floreciendo la solidaridad sorora y militante en la cercanía.
¿Cómo hicieron las Madres del Amor, las Compañeras de la Vida, las Abuelas de Todos, cuando faltaron las madres y padres de sus casas, raptados por las garras del terror? Fueron improvisando cuidados y ampliando los lazos familiares de sangre a los de lealtad militante y solidaridad social. Hoy, de igual modo, en el Barrio UOCRA, las mujeres de la familia de Ely y las compañeras de su mamá y Abuelo van aportando el granito de arena necesario para ir construyendo un Refugio de Madres en situaciones de violencia. Hoy, la que fuera la Casa de Ely, se va convirtiendo en nido para las niñeces que necesitan un techo seguro junto a sus mamás; un lugar donde la memoria colectiva se vivencia en la praxis cotidiana de los cuidados y acompañamiento a mujeres que transitan situaciones de violencia y sus hijos e hijas.
Pero, más allá de las tareas de cuidados que solidariamente se van gestando, ¿Qué ocurre con la identidad de los huérfanos del terror? Huérfanos que otrora en nuestra Patria fueron los huérfanos del terror estatal y hoy son huérfanos del terror machista. Hijos e hijas que no podrán construir recuerdos junto a su madre, niñeces que se crían con el vacío de una mamá violentada hasta morir y en algunos casos también la ausencia de un padre o padrastro, que ya no es cobijo sino el asesino de su madre.
Porque el terror como medio para aniquilar personas libres, también existe hoy para las que nos faltan y murieron por él: el terror que capta mujeres y niñas para la trata, el terror que persigue, hostiga, golpea, viola y mata. El terror que nos invade cada vez que salimos a la calle de noche, estamos en un descampado a la siesta o estamos encerradas entre cuatro paredes con el hombre que nos violenta de mil maneras. Ese terror, quita de la superficie de nuestro país a una mujer cada día.
Y es en este punto, donde la comunidad una vez más se vuelve crucial: como sujeto colectivo indispensable para mantener viva la memoria y la dignidad de las mujeres que no están. Y así ser puente entre la vida compartida con la madre ausente y la imagen de ella que sus hijos e hijas puedan ir construyendo desde su infancia; para acompañarles en la construcción de su propia identidad, desde la singularidad hasta el despliegue social y político. La familia, las amigas, las compañeras, los vecinos, toda persona que pueda aportar una pieza más al rompecabezas que esos niños irán ensamblando, para llenar ese espacio vacío con forma de mamá; y recordarla con recuerdos prestados, con presentes imaginados, con futuros proyectados a la luz de su imagen protectora que habita otras dimensiones, siempre presente.
(*) Abogada feminista, Mnd. en Cs. Sociales y Humanidades, Docente especializada, Investigadora en Sociología Jurídica.