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Roma (2018) es una de las películas más aclamadas del último año y llega a los premios Oscar con 10 nominaciones. La película mexicana de Alfonso Cuarón aparece apenas unos meses antes que el nuevo gobierno en México, con Andrés Manuel López Obrador (AMLO) como presidente y con paridad de género por primera vez en el Congreso y el Senado, así como también en el gabinete de ministres de gobierno. ¿Cómo se encuentran (o desencuentran) Roma y los debates feministas?

Por Mercedes D’Alessandro y Sol Minoldo

La película está centrada en la vida cotidiana de una mujer indígena que trabaja como empleada doméstica, Yalitza Aparicio en el papel de Cleo, cuya historia aparece rodeada de otras mujeres. Todas las protagonistas nos muestran rasgos de opresión en un mundo patriarcal aunque encarnan realidades de clase dispares. Sin hacer alarde, Roma muestra lo valioso e imprescindible que es el trabajo doméstico, poniendo en primer plano esa esfera privada en la que muchas veces pareciera no pasar nada importante para la economía. La historia de Cleo trabajando de sol a sol con la familia que la emplea, narra una realidad bastante conocida y que poco ha cambiado para las trabajadoras de los hogares desde la época en que está situada la película (los años setenta) y el presente.

Como menciona Marta Cebollada Gay en un informe que presentó en el Sindicato de trabajadoras de los hogares, según datos del INEGI, en México hay más de 2 millones de personas que trabajan en el sector de servicios domésticos de manera remunerada. Esto representa al 4,21 por ciento de la población ocupada. Más del 91,2 por ciento de estas personas son mujeres. Además, 99 de cada 100 está sin contrato y, por lo tanto, sin gozar de derechos laborales (cobertura de sanidad pública y ahorro para la pensión, entre otros). “México es, según la Organización Internacional del Trabajo, el país de América Latina con la peor tasa de formalización laboral de trabajadores del hogar remunerados. El porcentaje de los y las trabajadores del hogar remunerado se ha reducido a la mitad en los últimos 10 años”, afirma Cebollada Gay. En 2017, más de un tercio de estas personas ganaba alrededor de un salario mínimo, es decir 88 pesos mexicanos por día (4,53 dólares diarios). El 80 por ciento de ellas, menos de dos salarios mínimos. Solo en la Ciudad de México hay 225.000 de estas trabajadoras, en donde el 90 por ciento son mujeres indígenas que, como Cleo, se han movido de zonas rurales hacia las ciudades en busca de oportunidades.

Fuente: Cebollada Gay, Martha (2018) El trabajo del hogar remunerado en México: situación actual.

Cuando el amor nos cega

Gran parte de las críticas que ha recibido Alfonso Cuarón por Roma remiten a una “romantización de la pobreza” y de las relaciones entre patrones y patronas con sus empleados y empleadas. Si al comienzo de la película chocan las jerarquías y destratos de parte de la patrona hacia quienes trabajan para ella, parecería que el amor consigue trascender las diferencias de clase. Sin embargo, nada ha cambiado para la realidad de Cleo en lo que respecta a las distancias que se nos hacían odiosas y ponían el dedo en la llaga de la asimetría: siguen allí las diferencias de poder y oportunidades, y las eventuales injusticias de una relación laboral casi servil, con jornadas que parecieran durar hasta el instante previo al de acostarse. De nuevo, tampoco en la realidad mexicana las cosas parecen haber cambiado en todos estos años: según explica Cebollada Gay, “en México el trabajo del hogar remunerado está regulado por la Ley Federal del Trabajo que reconoce las [12] horas de descanso de este colectivo, pero no establece una duración máxima de la jornada laboral (pudiendo entonces obligar a trabajar las doce horas que restan de los periodos de descanso establecidos) ni la remuneración de horas extras.”

En efecto, puede que la película contribuya a una visión romántica de la pobreza. Sin embargo, y más allá de la película, la romantización de la relación entre las mujeres y el trabajo doméstico es algo que se extiende desde el trabajo del ama de casa no paga al de estas trabajadoras que, como Cleo, comparten techo con las familias que las emplean. Ese aspecto de la película, en donde muchas veces el amor parecería sobreponerse a las asimetrías de clase, se desarrolla con la supuesta integración afectiva de Cleo como una amiga, compañera de juegos, hija o madre, de los diferentes miembros de la familia. El límite entre el trabajo y el cuidado amoroso es difuso en muchos momentos pero se hace nítido en cuando hay una necesidad concreta. Por ejemplo, en la escena en que todes miran la televisión riéndose a carcajadas hasta que alguien necesita un té y, por supuesto, será Cleo quien interrumpa su momento de ocio para servirlo. Este borroso límite refleja un fenómeno que se estudia bastante en la economía feminista y que refiere a esa relación entre tareas de cuidado y amor, donde pareciera que por haber amor no hubiera del todo trabajo. Así, por un lado, son las mujeres las que realizan la mayor parte de los trabajos domésticos y de cuidados, que son tareas esenciales para la reproducción y la vida. Pero por otro lado, confundido con “actos de amor”, queda invisibilizado o desvalorizado como tal y, como vimos antes, mal pagos cuando se trata de servicios.

En definitiva, la asimetría en los vínculos no se diluye por más que la empleada sea tratada con cariño. Viajes de fin de año y vacaciones de Cleo con la familia para la que trabaja, la muestran como si formara parte de ella. Sin embargo, otra vez, es Cleo es quien -en tiempo que parecería ser de ocio- carga las maletas y se ocupa de los cuidados de los niños, aún estando embarazada.

¿Cómo se podría haber resuelto este conflicto amoroso entre la pobreza y la explotación? ¿Podríamos imaginarnos un final feminista en donde Cleo se organiza en un sindicato para pelear por sus derechos? ¿Podemos esperar un final así en un cine que suele mostrarnos la realidad desde el punto de vista de un varón blanco privilegiado?

Las mujeres en escena

Muches festejan que Roma haya puesto a las mujeres y sus realidades cotidianas como protagonistas. En un ejercicio contemplativo, las rutinas de Cleo no son simple contexto, sino la trama misma que la película nos propone. El trabajo doméstico, tan frecuentemente invisibilizado, acapara la pantalla sin prisas, para descubrirnos el mundo de la mujer protagonista. Pero ¿alcanza con tener más mujeres en escena para que podamos hablar de igualdad? Tanto en el plano de la ficción como en lo político y económico, es una condición necesaria aunque no suficiente.

Entre los hitos de la película, se menciona la participación protagónica de Yalitza Aparicio, una maestra de pre-escolar, de orígenes mixtecas, que sin experiencia previa en la actuación se ganó una nominación como mejor actriz, y es la primera mujer indígena nominada a un Oscar¿Lograrán las trabajadoras de los hogares ser ellas también protagonistas y galardonadas finalmente como actrices sociales con el “premio” de sus derechos laborales?

La puesta en escena de las relaciones económicas que se entrelazan en ese espacio que suele aparecer como privado y fuera de la órbita del Estado pudo ser aprovechada por las trabajadoras de los hogares en la lucha por sus derechos económicos. A partir de los debates, que se amplificaron cuando Roma llegó a Netflix en diciembre de 2018 y se hizo realmente masiva, AMLO tuvo que ratificar el Convenio 189 de la OIT, que exige a los Estados adoptar medidas para garantizar sus derechos. En su sitio oficial se puede leer: “Lo vamos a hacer. Se va a ratificar el convenio. Voy a hablar con la secretaría del Trabajo para ponernos de acuerdo y cumplir con este acuerdo”. Además, celebró la decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) de declarar inconstitucional que las trabajadoras domésticas queden excluidas del régimen obligatorio de la seguridad social, por ser discriminatorio, y ordenó que se implemente un programa que regule esta actividad.

La explotación laboral que enfrentan muchas de las trabajadoras de los hogares no es un problema solamente de México. Según la OIT, en toda América Latina, hay más de 14 millones de mujeres que trabajan remuneradamente para una familia. Aunque es una de las principales salidas laborales para las mujeres, el empleo doméstico es una de las ocupaciones con peor calidad: extensas jornadas, bajos salarios, poca seguridad social y alto nivel de incumplimiento de las normas laborales.
El trabajo doméstico, pago y no pago, ha sido asociado a lo largo del tiempo con las mujeres. Su romantización, además, ha desdibujado por décadas el valor y el aporte social del trabajo doméstico en general. Quizás, la mayor visibilización de estas trabajadoras en pantalla gigante y en melancólico blanco y negro, sea una excelente oportunidad para poner en cuestión la situación de desventaja que enfrentan las mujeres como Cleo, cuyos derechos laborales son vulnerados todos los días en la realidad multicolor.

 

Fuente: Economia Femini(s)ta

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