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Violencia política e intercambios sexuales.

En el mes de la Soberanía y en los 7 días de activismo contra el Sistema Prostituyente, hay mucho para decir sobre la intersección de ambos temas: sin independencia económica, no hay soberanía política en nuestros cuerpos, voluntades y deseo.

Por Moira Goldenhörn*

Una vez más, en las proximerías de año electoral, muchas mujeres nos enfrentamos a una disyuntiva tan antigua como el patriarcado político-partidario mismo: ser “la mujer de” como llave para acceder a lugares de decisión, garantizarse protección política en escenarios inestables, algún trabajo bien remunerado y estable en un mundo laboral signado por la escasez, entre otros favores que quienes tienen realmente “las lapiceras” pueden ofrecer. Pero nada es gratis, lo sabemos.

Esos favores, esas lapiceras que escriben nuestros nombres en una lista, a cargo de una unidad de gestión o en un contrato laboral, sabemos que muchas veces son movidas por hormonas urgentes estimuladas por el hambre de poder; para no sólo poder definir destinos sino también dirigir artificialmente voluntades y deseos femeninos, como parte de una satisfacción basada en perpetuar un sistema de privilegios masculinos.

Violencia política e intercambios sexuales, la difícil soberanía de los cuerpos femeninos en la sociedad prostituyente
Violencia política e intercambios sexuales, la difícil soberanía de los cuerpos femeninos en la sociedad prostituyente

Por supuesto que no hay sistema prostituyente posible sin cuerpos, personas, en situación de ser prostituidas; pues bien ¿quiénes son las personas prostituidas en este caso? Porque, en este ámbito tan particular, no hablamos del típico acoso laboral que sufren muchas aspirantes a puestos de trabajo sino que es otra cosa; o al menos, otro tipo de trabajo.

Quienes entendemos a la política como una praxis social, comunitaria, de transformación de desigualdades en equidad, en justicia social apuntando al buen común, no somos tan propensas a ser prostituidas como otras mujeres que encuentran en la “carrera política” un “trabajo” muy bien remunerado cuando no existe capacitación específica o experiencia de lucha política, social o sindical previa que acredite idoneidad; o cuando no hay un grupo humano concreto al que representar y rendir cuentas por las acciones e inacciones en el lugar de toma de decisión al que se haya logrado acceder. Quienes tenemos una convicción política o sindical, quienes provenimos de una lucha como referentas sociales, sabemos que hay señores bien posicionados que, a cambio de “un favorcito”, pueden hacer que nuestra carrera –en general de grandes desencantos y desgaste emocional y económico- rinda frutos muy jugosos; es decir, que “pueden hacer que la lapicera escriba nuestro nombre”, porque sabemos también que rara vez hay lapicera sin billetera. Pero, como parte de ese combo de convicciones, no somos muy propensas a salir a buscarlos.

Sin embargo, dice un viejo chiste de barrio, en clave machista, que “prostitutas somos todes, lo que faltan son financistas”, lo que quiere equivale a decir “precio tenemos todas las mujeres, sólo hay que ver qué valemos cada una, o qué puerta estamos dispuestas a “dejar” que nos sea abierta para allanarnos el camino en la carrera política. Digamos que esta costumbre de intercambiar favores políticos por favores sexuales se practica en todo el arco político, fundamentalmente como una exhibición de poder masculino donde las mujeres son objetos de posesión y exhibición; y la política, campo de dominación y conservación en lugar de transformación de realidades adversas. Así, en la vidriera del patriarcado político, tenemos casos paradigmáticos que van desde una ex “Miss” en la Agencia Federal de Inteligencia hasta otras asesoras “flojas de papeles” pero muy contundentes en su “buena presencia”, capacitadoras sin más expertise que una recomendación, legisladoras sin mayor currículum que haber practicado la prostitución VIP con músicos del extranjero y una ferviente oposición a los derechos reproductivos de las mayorías… Entonces, ¿cómo impactan estas realidades de unas ínfimas mujeres que se ven beneficiadas mediante estas formas de prostitución VIP en las carreras de miles de mujeres que quieren desarrollarse en el campo de la cosa pública? ¿Y en la calidad política que practicamos como pueblo?

Me atrevo a plantear que, en primera e inmediata medida, impactan abonando la hipótesis del chiste machista: todas somos comprables, por ende, ¿cuál será el precio que valga la pollera en cuestión? Puede que sea un cargo, protección política; o lisa y llanamente dinero y especie -viajes, ropa, perfumes, carteras-, sumados a algún favor político ya realizado… Con lo que, al igual que en todas las formas de prostitución, en la generalidad se promueve una devaluación moral del (y los) género(s) femenino(s) generada por la cosificación de las personas y objetización de los cuerpos; que, por costumbre y repetición, lo que termina produciendo es una deshumanización de las mujeres y feminidades y una mercantilización utilitaria de sus cuerpos.

Pero las consecuencias no son sólo para el o los géneros femeninos, sino que, desde una mirada social sobre la política, la naturalización de estas formas de práctica política cargadas de machismo atenta contra la calidad política que somos capaces de lograr como sociedad. Porque, en lugar de proponer una agenda de mayorías que busque el bien común para el conjunto social, se vuelve un mecanismo endogámico de conservación de privilegios de algunos sectores, a través de prácticas de politicidad machista. Esto así, porque junto con los cuerpos, también se compran voluntades y lealtades; ya que “favor, con favor se paga” y así se va alargando y robusteciendo la cadena de sujetar libertades: las mujeres que acceden a la política a cambio de favores sexuales son una garantía de sostenimiento del status quo.

Para concluir la idea, digamos entonces que la prostitución, en cualquiera de sus formas y más temprano que tarde, cumple con la finalidad de mantener los privilegios del putero y del sistema prostituyente: en el caso de la “prostitución política”, al ocupar los puestos de decisión con mujeres dependientes y obedientes a la persona que les pagó con dicho puesto, y para todo el sistema que permite que algunas mujeres puedan ganarse la vida de ese modo; burlando así la finalidad y objetivos perseguidos a través de las añosas luchas por el cupo femenino y feminista.

(*) Abogada feminista, Mnd. en Cs. Sociales y Humanidades, Docente especializada, Investigadora en Sociología Jurídica.
Columnista de Diario Digital Femenino – Género y Derechos Humanos

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