Sobre el regreso a clases presenciales…
En las últimas semanas hemos visto cómo el hemisferio norte volvía a replegarse en sus hogares cerrando tiendas, locales gastronómicos y escuelas ante una nueva cepa de mayor capacidad de contagio que amenaza también a niñes y jóvenes.

Por Moira Goldenhörn*
Paralelamente, en nuestro país, con un verano descontrolado en el que han mermado los cuidados personales y comunitarios, sorprende que los mismo personajes políticos que durante años han invadido las redes pregonando que el secreto del éxito se debe al mérito personal sin asistencia del Estado, que numerosos millonarios modelo de conducta empresarial no han terminado estudios superiores e incluso del nivel medio, que para ser un emprendedor no hace falta estudiar sino “intuición y olfato para los negocios”; esos mismos actores de una obra siniestra que nos dejó sin ministerio de salud, sin netbooks y sin cunitas, repiten el libreto para las pantallas aseverando que se perderán dos generaciones si los niños, niñas y adolescentes tienen otro año clases virtuales.
Ese libreto que niega el protagonismo real de los y las docentes que estuvieron con los escasos recursos que el disminuido salario permite comprar, enseñando, conteniendo, asistiendo situaciones de violencia en los hogares de sus alumnos y alumnas con aún más compromiso en 2020, es el mismo libreto que despliega el repertorio de excusas ante las preguntas por la no entrega de las netbooks y la constante denegatoria a los pedidos de acceso a la conectividad digital para escuelas, docentes y alumnes para garantizar negocios a sus amigos y socios en el desguace del Estado, confundiendo para el resto de la sociedad, privilegios de la meritocracia con derechos humanos básicos. Y lo actúan los mismos actores de la desinversión pública para los barrios de la capital a los que no llega el agua potable ni las ambulancias.
Es curioso cómo las mismas personas que exigen el reconocimiento del “homeschooling” y otras modalidades de eneñanza autogestiva sin participación estatal, se hayan convertido en ardientes defensores de la presencialidad educativa en medio de una pandemia sin precedentes para nuestros ojos.
Y es llamativo que quienes atacan al gobierno nacional por la fórmula de actualización jubilatoria en defensa de los derechos de nuestros mayores, repitan el incoherente libreto de la necropolítica que los tiene por estrella, poniendo en riesgo de vida a nuestros mayores al exigir no sólo la apertura de bares, restaurantes y cines; sino también de las escuelas; uno de los pincipales núcleos de contagio en el mundo y que el hemisferio norte, “los países serios” como gustan llamar a esa porción geopolítica de la tierra, han vuelto a cerrar.
Y, casualmente, el trillado libreto nada dice sobre el carácter público de las escuelas de esos países serios. Y tampoco hace ninguna referencia a la presión de los colegios privados argentinos para esta reapertura en medio del pico de contagios, como tampoco a la precarización consuetudinaria de sus docentes y personal no docente empleado por esas instituciones.

En una Argentina que se forjó, luchó y creció con varias generaciones de personas que sólo pudieron terminar sus estudios básicos primarios y medios con los planes FinEs del kirchnerismo, ¿podemos dar crédito a tan estrafalarias profecías de decadencia académica, escritas con la única finalidad de desacreditar a un gobierno popular y garantizar el lucro de las escuelas privadas? ¿Qué datos concretos tenemos de políticas públicas efectivas para erradicar el analfabetismo y mejorar la presencialidad, el acceso a la ciencia, la tecnología, los deportes y las artes creadas y gestionadas por estas personas agoreras del fracaso de un país al que detestan?
Porque, de no garantizarse efectivamente las condiciones sanitarias para el regreso presencial a clases lo que es seguro que vamos a perder, y que cotidianamente vemos que estamos perdiendo, son dos generaciones de adultos mayores que han trabajado toda su vida y merecen transitar una vejez con salud y presencia en afectos. La ternura y el cuidado pierden terreno frente al egoísmo y el tan argento “yo me salvo”, ahora confundido en escenografía para este libreto infame, como plafón de supuestos derechos humanos que sólo garantizan caprichos individuales.
Aplaudiendo acríticamente esta nueva puesta en escena de la necropolítica en acto, estamos perdiendo a nuestros padres y madres, a nuestros abuelos y abuelas, que no traen la institucionalidad de la escuela; pero son portadores de cultura, de lenguajes, de prácticas ancestrales, de historia viva, que no podrán ser transmitidas.
Estamos perdiendo las generaciones de mayor compromiso político, sindical, profesional y académico. Acaso los últimos que efectivamente hayan puesto su vida en juego por un mundo justo y digno, por una patria libre y soberana. Estamos perdiendo la historia viva que transmite experiencia, estamos perdiendo toda posibilidad de presencia en contacto nutritivo, y la experiencia del aprendizaje por transmisión oral directa mientras aplaudimos el mismo libreto que las aniquila. ¿Será esto lo que busca la campaña de la presencialidad sin cuidados reales, como posibilidad de ser practicados efectivamente por los niños y las niñas?
Pensemos entonces ¿Tienen lógica los planteos de esta campaña o son mera propaganda y cortinas de humo que esconden intereses poco dignos? ¿Lo importante es acaso llenar la sala de espectadores de esta siniestra obra o garantizar la educación de niños, niñas y adolescentes? ¿Quiénes compran los boletos para tan tétrico espectáculo? Y además, ¿qué es lo que ocurre por fuera de este circo sin pan que nos distrae?
(*) Abogada-Escribana feminista
Docente-investigadora especializada en ciencias sociales
PG en cultura y comunicación
Maestranda en Ciencias Sociales y Humanidades
Integrante del Movimiento Arraigo
Jorge Pardés -
Excelente.
silvia -
Impecable.