Me hace “gracia” cada vez que leo esas respuestas furibundas asegurando que no hay machismo y que las que lo denuncian son unas exageradas, histéricas, amargadas y/o “feminazis” exageradas, histéricas, etc.
Por Y por qué no
Me hace “gracia” también cuando, entre las solicitudes de privados en redes sociales, aparece siempre algún macho, subiéndose por las paredes de su caverna tras leerme algún comentario o artículo, que se ha creído en la necesidad de explicarme por qué no hay machismo; y lo ilustra aclarándome que soy un “beta” o un “planchabragas”.
Porque no hay nada que deje más claro que lo del machismo es un invento que intentar insultar atacando la “hombría” usando palabras como bragas o el categorizar entre machos “alfa” (identificando al “hombre de verdad” como el “triunfador” que choca los cuernos al estilo macho cabrío o se golpea el pecho estilo gorila de lomo plateado para ser el líder de su manada y llevarse a las hembras) y “beta” (cualquiera que no se comporte como el típico gañán de tasca buscando las risas y las palmaditas del resto de gañanes).
Pero más allá de que la mejor prueba del machismo en la sociedad sean los propios machistas comportándose como tales hay muchísimos más detalles en el día a día que demuestran como esa lacra no se limita exclusivamente a los insultos o, en el extremo más visible, a los casos de acoso, maltrato, violaciones o asesinatos.
El machismo impregna la sociedad en innumerables detalles menos “llamativos”, esos que hemos dado en agrupar como “micromachismos” pero que, a la mínima que les prestamos atención, entendemos que no tienen nada de “micro”.
Uno de ellos es el del llamado “mansplaining“, esa manía de algunos hombres de creerse obligados a explicarles cosas a las mujeres, sin en ningún caso tener en cuenta si necesitaban alguna explicación o no, dando por hecho que por ser mujeres saben menos. Ese que hace que en las reuniones las mujeres sean más veces interrumpidas que los hombres (el bautizado como “manterrupting“ ). Ese que hace que, por supuesto, haya hombres a los que es imposible que se les pase por la cabeza que igual esa mujer a la que están explicándoles cosas o interrumpiéndola puede saber del tema del que habla mucho más que ellos.
El “mansplaining”, del que tenemos incontables casos como los ejemplos recogidos en Academic Men Explain Thing to Me, es capaz de alcanzar cotas de ridículo inimaginables; como aquella vez donde, para rebatir su opinión sobre el cambio climático, a la astrofísíca y cosmóloga Katie Mack, le indicaron que estudiara algo de ciencia.
O cuando a la astronauta Jessica Meir creyeron conveniente explicarle los motivos del por qué el agua hierve al bajar la presión para corregirle que hubiera empleado la expresión “espontáneamente“.
Pero lo mismo que da lugar al “mansplaining”, es decir ese macho que da por hecho que le tiene que explicar algo a una mujer porque “pobrecita, no sabe” (el paternalismo suele estar presente), lleva a otro caso típico de machismo si añadimos la presencia de otro hombre, el de ningunear a la mujer y que la charla adquiera un cariz de camaradería y complicidad entre machos (que son “los que saben”).
Una especie de “mansplaining por omisión” que he podido presenciar (una vez más) estos días al acompañar a una amiga a una zona comercial donde se agrupan varias “grandes superficies” conocidas.
El primero de ellos en uno de estos talleres que se encuentran en los aparcamientos de un supermercado. Esos donde por determinadas compras te regalan un cambio de aceite.
Ella conducía, ella había acordado la hora para ir a hacer el cambio de aceite, ella llevaba y le dio la garrafa de aceite. Pero de repente el mecánico que iba a hacer el cambio le estaba dando la espalda y preguntándome a mí cuanto hacía que se había cambiado el aceite y explicándome si estaba muy sucio y yo que sé que más… A mí, que no es mi coche, que además había visto como me bajaba del asiento del copiloto, que me había quedado en un segundo plano porque no tengo nada que decir, porque no era asunto mío y porque no tengo ni carnet; porque si me abren el capó de un coche no tengo ni idea de que es cada cosa o donde va determinado líquido salvo si me dicen que busque un dibujo concreto.
Pero él sonreía mientras me hablaba de cosas de las que no tengo ni idea hasta que la señalé a ella con cara de “¿Pero qué me estás contando?” y retrocedí, mientras él tardaba unos segundos en procesar la información.
Ya en el coche lo comentábamos con incredulidad e incluso alguna risa, pero tampoco imaginábamos que íbamos a revivir la experiencia tan pronto, también en otra gran superficie.
En este caso se trataba de una de dedicada al bricolaje, etc., ya que mi amiga estaba en plena mudanza y se había encontrado que la toma de agua del nuevo piso no le permitía instalar la lavadora y el lavavajillas a la vez. Por lo tanto llevaba una especie de llave de paso doble para indicar “quiero una como esta pero que permita…” y así no habría duda del diámetro, el tamaño y todos los detalles que se necesitaran.
Sin embargo al parecer sí había algún tipo de duda porque, aunque ella fue la que preguntaba y la que mostraba la llave mientras yo me quedaba callado y a un lado (porque tampoco era asunto mío y porque ni había visto su piso aún y menos sabía como necesitaba conectar los electrodomésticos), de repente me encontré con que quien atendía me estaba explicando con qué tipo de tenaza poder apretar las conexiones de la llave y aconsejando como debía, si no quería arañar la tuerca, cubrirla antes con unas vueltas de cinta aislante.
A mí. Mientras mi amiga miraba con cara de “¿En serio?” siendo dejada de lado en la explicación el otro se afanaba en detallarme amablemente a mí como debía hacer las cosas. Porque al parecer no había ninguna duda de que cualquier tipo de chapuzas en una casa las tiene que hacer el hombre, porque al parecer el hombre es el que debe saber de estas cosas, porque entre hombres nos entendemos, porque ellas no saben.
Mi “Díselo a ella” fue menos amable que sus explicaciones. Y no solo porque no fuera la primera vez.
Me da igual si es la primera, la segunda o la vez que sea pero el ningunear a alguien por ser mujer es algo que no deberíamos consentir nunca, sea o no nuestra amiga, pareja, familiar, etc. Ningunearla dando por hecho que por ser mujer sabe menos o no sabe es un insulto y no, que busquen nuestra complicidad en plan “club de machotes” no es algo por lo que echarse unas risas, es otra forma de menosprecio.
Y ya no es que no sea ni la primera ni la segunda, es que cualquiera que preste atención pierde la cuenta de las veces. Porque si algo me he encontrado en todos los años que llevo trabajando de cara al público es a gente, mayoritariamente hombres (también alguna mujer, porque serlo no exime de comportamientos machistas) que eran capaces de esquivar a compañeras de trabajo que le preguntaban si le podían ayudar en algo para venir a preguntarme a mí directamente.
A gente que si yo estaba ocupado atendiendo le preguntaban a una compañera y, cuando me veían libre, venir a preguntarme exactamente lo mismo que les había escuchado encontrándose con un “lo que ya le ha explicado mi compañera” como respuesta. Lo que por cierto les ofendía.
A gente que en el cambio de turno, yo ya cubriéndome el polo de trabajo y mi compañera preguntando para atenderles seguían mirándome a mí.
Y también a gente que se creían muy valientes para montar “el pollo” mientras veían solo a compañeras pero que de repente sufrían un bajón inmediato de volumen en su voz en cuanto me veían.
Por eso me hace “gracia” que después vengan los de siempre a gritar que lo del machismo es una exageración o, quitando las comillas, no me hace ni puñetera gracia y me provoca verdadera vergüenza ajena cuando encima se intentan vestir de “pobres machos oprimidos”.
Y me hace menos “gracia” aún saber que los adjetivos que me dedican en los privados se quedan muy cortos frente a la avalancha de insultos y amenazas mucho más graves que recibe cualquier mujer que denuncia el machismo.
Más info | The Guardian | Verne | El País
Imagen | “The Holdout” o “The Jury” de Norman Rockwell
Ari -
Celebro este tipo de artículos. El machismo debemos afrontarlo en conjunto!