La pobreza de la vejez
Se sabe vieja y lo expresa. Teoriza sobre la cuestión y aconseja a sus congéneres sobre ello. Anna Freixas (Barcelona, 1946) ha escrito para las personas como ella, aquellas que no tienen miedo a conjugar la primera persona en adjetivos tan reales como estigmatizados por la sociedad. Esta escritora y profesora universitaria jubilada publica ‘Yo, vieja’ (Capitán Swing, 2021), una suerte de manual repleto de apuntes de supervivencia «para seres libres» en la vejez, tal y como reza el subtítulo de la obra. Desenfadada, Freixas recorre en su obra los miedos, incertidumbres y certezas de la vejez moderna, la experiencia de la piel arrugada; y también traza la realidad de la independencia económica en esta horquilla de edad, los cuidados, la pérdida de vínculos y, por supuesto, la muerte.
Por Guillermo Martínez
@Guille8Martinez
Foto de Portada: Remedios Malvarez Baez
¿Valoramos la experiencia como algo positivo a lo largo de nuestra vida hasta que llegamos a viejos? A partir de ahí, da la sensación de que los saberes ya no valen para nada.
Es como un salto semántico. En la vejez es cuando más saberes, experiencia y capacidad para enfocar un tema posees, no cuando eres joven y te faltan claves para interpretarlo. Es una de las diversas cegueras de la sociedad que impide ver y aprovecharse de algo que es un enorme capital. Al igual que el trabajo de sostenibilidad de la vida que hacemos las mujeres no es valorado, la sociedad tampoco valora el saber de las viejas y los viejos. Ya lo dije una vez: si las viejas paramos, el mundo se para. Si no, imagina que todas las personas de más de 65 años dejan de hacer todo eso que hacen de forma productiva para que el mundo siga adelante, para que la gente joven pueda ir a trabajar, tenga la comida preparada o no se vea en la obligación de tener que cuidar a otras personas. Es un trabajo de enorme valor que pasa muy desapercibido.
Usted habla en su libro de poder «vivir la vejez en paz». Como veterana, como senior, ¿cuál diría que es su guerra particular?
No tengo una en concreto, sino algunos elementos que guían mi deseo en la vejez: la libertad, la dignidad y el respeto. Quiero que se respete mi capacidad para ser yo quien gestione mi vida al completo: mi cuerpo, mi espíritu, mi dinero, mis relaciones, mi afectividad. Hasta que pueda. En el momento en que eso cambie, espero que todos los valores que ahora estamos pregonando las viejas se vuelquen, finalmente, en nosotras.
¿Siente que sus deseos se respeten en el día a día?
Yo sigo el principio de que el patriarcado ha muerto, y por lo tanto el principio de que esta opresión no existe. Todo a lo que le haces caso se cristaliza y aparece como real, así que me comporto como si no existiera y exijo que la gente de mi alrededor lo haga igual. Cuando esto choca con la realidad, entonces digo: «Ey, estoy aquí, soy yo, es mi vida».
«Al Estado le suplimos una enorme cantidad de funciones que debería realizar, como la asistencia domiciliaria o la ayuda directa a nuestros hijos»
Defiende, de hecho, que «la libertad en la vejez se llama dinero», y que pueden ser pobres, pero no tontas. ¿De qué forma interfieren los recursos económicos en la libertad de una veterana?
El dinero es fundamental a lo largo de todo el ciclo vital. Yo cuando daba clases siempre hacía hincapié con mis alumnas en que tuvieran muy en cuenta las opciones que toman a lo largo de su juventud y primera vida adulta, en la medida de que a partir de ellas pueden estar fraguando su futura pobreza. Eso es lo que ocurre cuando te apartas del mercado laboral para que otra persona pueda salir adelante. La pobreza de la vejez se fragua en la infancia, en la adolescencia, en la juventud. Ahí es donde cometemos los grandes errores, porque el dinero es poder y libertad. A veces se nos considera como un gasto, cuando en realidad los niños y los jóvenes son el verdadero gasto. Habría que revisar el concepto de productividad, porque las viejas tenemos una enorme productividad material, participamos en el sostenimiento de la vida todos los días. Al Estado le suplimos una enorme cantidad de funciones que debería realizar, como la asistencia domiciliaria, ayuda directa a nuestros hijos, alimentación… incluso la evitación de suicidios gracias a que construimos grupos de apoyo. ¿Quién sostuvo el país en la crisis de 2008? Los viejos y las viejas con sus pensiones. Hasta hemos pagado los alquileres de nuestros hijos. ¿Cuánta de nuestra pensión se dirige, al final, hacia esas generaciones jóvenes que no nos creen productivas? Es una cosa que clama al cielo.
En un contexto como este, parece que las personas más longevas son ese ‘pasado’ del que la sociedad moderna reniega.
Ellos se lo pierden. Somos unos viejos interesantes, lo que pasa es que hay que saber escuchar y estar cerca para saber aprovecharse de esta riqueza. No somos analfabetos, hemos ido a la universidad, hemos sido pioneros en todos los movimientos sociales con una enorme experiencia, y hemos conseguido todos los derechos de lo que ahora otros se hacen gala.
En las ‘tretas’ que da en el capítulo dedicado a la vinculación con otras personas argumenta que hay que desprenderse de las relaciones tóxicas, «incluidas las de tu familia: la sangre no nos obliga». ¿Cuánto daño ha hecho la institución familiar a las mujeres?
El problema ha sido el orden patriarcal, porque la institución la constituimos todas, pero ¿bajo qué orden? En la familia estamos los hombres y las mujeres, y nosotras hemos transmitido los valores que históricamente nos han enseñado hasta que llegó la epistemología feminista. El mérito que tenemos es, quizá, todo el proceso que hemos elaborado de deconstrucción patriarcal del orden familiar.
«No debemos cuidar a quien puede hacerlo porque así impedimos que aprenda y, quien no sabe cuidarse, tampoco puede cuidar a los demás»
Pero esa deconstrucción no ha llegado a todas las mujeres, tampoco a las más veteranas.
No podemos culpar a las mujeres de lo que no han recibido en su vida. No han tenido la oportunidad de participar en una nueva visión del mundo, pero las que sí, está claro que se han deconstruido. Uno de los elementos fundamentales es que nosotras hemos recibido muchos mandatos, muchos de ellos perversos, y algunas hemos tenido la suerte de tener redes y formación para poder ir desmontando esos mandatos y poniéndolos en cuestión. Yo no voy a culpar a otras mujeres por no haber tenido las mismas oportunidades que yo sí he tenido.
La vejez, además, llega ahora con grandes cambios: hijos que se independizan (cuando puedan), jubilaciones y muertes de seres queridos. ¿Cómo se establecen así nuevos vínculos?
Con una actitud abierta a la conversación y la participación. Las amistades no vendrán a llamarte a la puerta, pero sí puedes abrirte a los numerosos espacios en los que es posible participar. Es una forma de establecer nuevos vínculos en un tiempo en que algunos de los más importantes desaparecen.
Ahora están muy en boga los cuidados, sobre todo quiénes los dan. Aduce que las viejas deben sentir la legitimidad de reclamarlos.
Hace muchos años, El País publicó una encuesta en la que preguntaba a hombres y mujeres quiénes pensaban que les cuidarían cuando fueran mayores. Ellos contestaron, mayoritariamente, que su esposa, hermana o hija. Tenían claro que alguien les iba a cuidar. Ellas, en cambio, dijeron que no sabían. Nosotras hemos regalado nuestro tiempo y cuidado como si nos sobrara, sin exigir reciprocidad. Sabemos que los cuidados son imprescindibles, y darlos es una fuente de satisfacción, pero lo que no puede ser es que solo venga de las mujeres. El problema está en cuando damos cuidados a gente que se puede cuidar por sí misma, porque así impedimos que aprenda a cuidarse y, quien no se sabe cuidar, tampoco puede cuidar a los demás. Ese es el nudo de los cuidados.
En los últimos momentos de vida, propone escribir «un texto que sirva como legado para ser recordada». ¿Ha empezado a redactarlo?
Yo he escrito un pedacito de un texto que lo he llamado ‘Deseos para después’. Lo tengo que cambiar porque mi pareja murió hace un año y mi vida se ha transformado. Por lo pronto, lo primero que me sale decir es que sería un texto de agradecimiento a toda esa gente con la que he recorrido pedazos de mis diversas vidas, que me han constituido en el cómo soy ahora. Mi madre decía que yo era el espíritu de la impertinencia, así que mostraría mi agradecimiento a todas esas personas que me han ayudado a convertir la impertinencia en libertad y, sobre todo, el amor a mi hijo.