
La masculinidad hegemónica tiene una dimensión comunicacional. Buena parte de la violencia machista que se ejerce busca interpelar a otras personas, fundamentalmente a otros varones.
En una oportunidad Alejandro Dolina se preguntó ¿por qué los varones les gritamos en grupo una barbaridad a una mujer que pasa caminando? ¿Para seducirla? No. Me animo a decir que nadie seduce a una mujer de esa forma. Lo que se busca es demostrar frente a nuestros amigos y compañeros lo macho que somos.
Por Emiliano Samar* y Roberto Samar**
La masculinidad hegemónica es profundamente frágil y necesita reafirmarse permanentemente: “no seas puto”, “no seas cagón”, “no seas nena”, son frases que escuchamos decir o que dijimos en nuestra infancia.
¿Y qué significa esto? ¿Cómo lo demostramos?
Son identidades construidas por semejanzas o por diferenciaciones. Las identidades construyéndose por oposición, se reafirman diferenciándose. Esa búsqueda, a veces, se da ejerciendo violencia contra ese otro, otre u otra.
Desde la cátedra Delito y medios de comunicación de la UNRN, Magdalena Alvarado realizó una encuesta sobre 336 varones. Se preguntó ¿qué significa ser varón en nuestra sociedad? Frente a esta pregunta la mayoría de quienes participaron contestaron que ser varón es sinónimo de: “fuerte”, “responsable”, “macho”, “poder” y “privilegios”.
Buena parte de la violencia masculina podemos interpretarla como la búsqueda de reafirmar esos mandatos, de comunicar que somos poderosos, fuertes y machos.

En ese marco de demostraciones de poder y de subordinaciones de otras identidades se inscribe la cultura de la violación que naturalizamos. “Les vamos a romper el orto”, “está para matarla”, son expresiones que replicamos o hicimos circular. Pero no en todos lados se comparten estas afirmaciones, sí particularmente en los grupos de varones. Nuevamente, ¿por qué? Porque buena parte de esa violencia está atada a la reafirmación de la masculinidad hegemónica con otros varones.
La brutalidad ejercida por el machismo se encuentra frecuentemente con la impunidad, con una justicia muchas veces carente de perspectiva de género, sumida en los juegos mediáticos y perdida en expedientes y pasillos. Femicidios, trata de personas, violaciones e incluso ataques a varones como es el emblemático caso en el cual Fernando fue asesinado en Villa Gesell.
Historias que conocemos y tantas que pasan sin demasiado confeti ni maquillaje y cubiertas por la arena mientras las cámaras apuntan a otro ángulo de las noticias.
Somos varones y es imprescindible que nos cuestionemos. No alcanza con sacarse una foto con un cartel, es necesario revisarnos internamente e interpelar a nuestros grupos de varones.
Como afirman las compañeras feministas, los varones violentos no son monstruos, son hijos sanos de la cultura patriarcal. La valentía de plantarse al grupo y marcar el borde es el desafío. Ese comentario que se frena, ese chiste que no dejo pasar, esa invitación al acoso escondida en el piropo colectivo que se desestima, ese mensaje de texto en el grupo de WhatsApp que se señala y problematiza. Ahí estaremos también sumando alguna pisada hacia el camino de la deconstrucción. Si no de qué sirve la marcha, la foto, el slogan. Cumplir con el mandato de la corrección no sirve si no es acompañado por la multiplicación de gestos concretos y cotidianos. Siempre estaremos cerca de reactivar los surcos milenarios del patriarcado. Activemos la alerta. No. No somos monstruos, aunque sean monstruosas las acciones violentas y violatorias. Somos hijos e hijas de la cultura machista, patriarcal y hetero normativa.
(*) Docente, investigador, actor y director de teatro
(*) Especialista en Comunicación y Culturas UNC. Profesor de la UNRN.