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De Susana Guzner

Era de madrugada cuando salió furtivamente de su casa. Una fina llovizna bañaba la ciudad y el frío era intenso ¡Ah!: también se cernía sobre ella una densa niebla. No obstante, la carita tensa por la determinación delataba que el mal tiempo no la detendría. Ella no le tenía miedo a nada. 

 Caperucita roja again©
Caperucita roja again©

Con ropa apropiada y su mochila bien sujeta a la espalda la niña caminó por las desiertas calles hasta llegar a la terminal y subió al último autobús que partía hacia las afueras. Era la única pasajera. Tras casi una hora de recorrido descendió en medio de la nada. Aún no había suficiente luz, y ayudándose de una linterna se internó campo a través caminó, caminó, caminó. Tan solo hizo un alto, cuando aparecieron los primeros riscos, para reponer fuerzas masticando juiciosamente un trozo de su bocadillo de mortadela acompañado por breves traguitos de bebida isotónica.

“Debo dosificar los alimentos – se dijo – no sé cuánto puede durar esto”.

Se irguió cuan larga era, es decir, un metro y treinta y dos centímetros, y continuó su marcha hasta arribar a un inmenso lago de aguas negras. Como el carbón. O como el petróleo. O como cualquier objeto o elemento negro. Casualmente había una canoa amarrada a la orilla, y sin dudarlo montó en ella y comenzó a remar vigorosamente. Era una excelente remadora, claro está, las protagonistas poco dotadas carecen de interés.

Su travesía duró un tiempo indefinido hasta que el lago desembocó en unos rápidos embravecidos. Le costaba controlar la embarcación. Altos acantilados se erguían amenazantes a sus flancos, y, como era de prever, la llovizna pertinaz se convirtió en una furiosa tormenta. Rayos y truenos ensordecían el espacio, la bruma era un puré gris que dificultaba en extremo la visión, en suma, el típico escenario de un susto de muerte, pero ella, cada vez más decidida, no cejaba en su empeño. Es más, se crecía.

Finalmente logró acercarse a la orilla, amarró cuidadosamente la barca aprestada para el regreso y comenzó a escalar como una ardilla la vertiginosa ladera – por supuesto plagada de peñascos afilados y amenazantes y matojos igualmente dañinos – dispuesta a llegar hasta la cima.

Cima donde vivía, según sus exhaustivas búsquedas en Internet, el omnisapiente Cuentón. ¿Leyenda? ¿Realidad? ¡Ya veríamos! Porque precisamente era esa la misión que había planeado cuidadosamente durante meses, más exactamente desde el día en que había releído Caperucita Roja por enésima vez.

Trepó y trepó aferrándose con sus manitas protegidas por manoplas de minero y ayudándose con los pies enfundados en unas Nike Sport DK4 que había adquirido para la ocasión gastándose todos sus ahorros.

Por fin llegó a lo más alto, una suerte de meseta donde el viento -huracanado, claro está, aquí no ha lugar aquello de “una brisa suave y acariciante” – arqueaba los pocos árboles del horrendo paraje como si fueran de plastilina. Pronto divisó una cueva mayor que las otras, y tras beber otro par de tragos para darse ánimos juntó aire y exclamó con todas sus fuerzas.

– ¡¡¡Cuentón!!!

Como era previsible también el eco intervino, repartiendo por los aires.

– ¡Ón, ón, ónn, ónnnnn!

Silencio. Sepulcral, obviamente. De paralizar el corazón a cualquiera pero no a nuestra pequeña, siete añitos de pura fibra valiente.

Tornó a gritar repetidas veces, pero nada sucedía ¿Leyenda? ¿Realidad? ¡Ya veríamos! Porque en el preciso momento en que el desánimo comenzaba a despuntar en su almita el tremendo esfuerzo obtuvo su premio. Un ser atemporal de vaga forma humana por debajo de los cientos de pliegues de una piel que hacía eones había sido lozana asomó su rostro somnoliento desde una cueva semioculta por ralas matas de un verde pútrido.

– ¿Quién osa, pardiez, dar esas voces?

Preguntó el ente con un hilo de voz mientras emergía de su antro y se dejaba ver al completo. Cualquier otra cría habría salido huyendo por patas, pero no nuestra heroína, faltaría más. Feo es poco: era horrendo. Ni un diente en su boca arrugada como higo seco, cabellera y barbas blancas y mugrientas hasta los tobillos, encorvado al punto de chocar su mentón con las rodillas y su esquelético cuerpo mal cubierto por andrajos.

La niña dio un paso atrás al verlo, pero retomó su compostura al instante y preguntó con desparpajo.

– ¿Eres el Cuentón?

– ¿Quién lo pregunta? – articuló la voz cavernosa. Evidentemente, cavernosa, inútil pretender la primorosa tesitura de Luciano Pavarotti…

– Yo.

El Cuentón enfocó su escasa vista en dirección a la vocecita.

– ¿Y quién es yo? ¿Quién eres, gusarapa, que te atreves a arrancarme de mi eterno letargo sin antes anunciarte por un mensajero? Te voy a matar ¿Lo sabías?

La niña respondió con cortante cortesía.

– Yo soy yo. Creía que no existías, pero ya ves, te he encontrado.

Una risa interrumpida por toses y escupitajos se dejó oír por encima del viento tempestuoso, que, por supuesto, no cesaba de soplar haciendo que la lluvia arreciara.

– ¡Vaya, larva de mujer, cara dura no te falta! Acércate, no tengas miedo.

– No tengo miedo, Cuentón.

– Y encima chula, no te jode.

La cría se aproximó a la entrada de la gruta y se enfrentó al sujeto, que de cerca apestaba como una cabra podrida. Puaj. Fue al grano, debía estar de regreso en casa antes de que sus padres la echaran en falta.

– Tú te sabes todos los cuentos infantiles ¿Verdad?

Más risas sepulcrales, más viento, más lluvia, relámpagos, un buitre sobrevolando esperanzado en un buen desayuno.
– Toma, claro –replicó la reliquia asfixiada por el esfuerzo – como que he sido su creador. Bueno, los del último siglo no, estoy retirado.

– ¿Y el de Caperucita Roja?

– Porsu.

La niña sonrió de oreja a oreja, feliz. Por fin sus dudas sobre el relato de marras serían disipadas, así que sin el menor empacho se sentó frente al Cuentón y se lanzó de inmediato.

– Verás, hay un montón de detalles que no me cuadran y tampoco me gustan un pelo.

Tomado por sorpresa el Cuentón mostró cierto interés.

– ¿Ah, sí? ¿Y se puede saber qué no te cuadra?

– Para empezar, la ropa ¿Por qué una caperuza? Están fuera de moda, si acaso, un anorak con capucha, pero una caperuza… ¿Y roja? Ya puesta, su mamá podría haberle confeccionado varias en distintos colores, pero no, la pobrecilla siempre con lo mismo. Muy poco glamour ¿No crees?

El Cuentón se frunció todo y con enorme esfuerzo se rascó la coronilla.

– ¿Y has venido hasta el trasero del mundo para decirme esta imbecilidad?

La mocosa ni se inmutó. Sacudiéndose como un cachorro para desembarazarse del agua que la empapaba sacó de su mochila una libreta y la consultó.

– Tengo muchas más preguntas. Por ejemplo… ¿Por qué viven solas? Caperucita tendrá un padre, supongo, pues que se nos explique si están divorciados, supón que era un pirata que nunca estaba en casa, o la señora lo echó a puntapiés por maltratador, tal vez había muerto de alguna peste de aquellas épocas, algo, pero esas cosas hay que detallarlas.

– Digamos que por que me salió de las narices, niñata insolente. No tengo por qué dar explicaciones.

– Continúo. La madre envía a Caperucita a visitar a la abuelita enferma y me pregunto – prosiguió la pequeña inmune a la grosería del monstruoso viejo – por qué la anciana vive sola y no con ellas como está mandado, o si me apuras, por qué no está bien cuidada en una residencia donde las sacan de excursión a bailar y a conocer a otras viejecitas. Aunque puede que la señora sea muy independiente y prefiera vivir sola, es una variable que se me acaba de ocurrir…En cualquier caso,  este es otro aspecto confuso, a ver si aprendemos a especificar para ser creíbles ¿Eh?

La sorpresa del Cuentón iba en aumento, como su ira ¡Mocosa desvergonzada, cuestionarle nada menos que a él un argumento de su creación y además darle lecciones de literatura! La mataría en unos segundos, estaba decidido.
Nuestra niña proseguía con sus cuestionamientos.

– Pongamos que no tienen dinero para residencias, te lo doy por bueno, pero hay más… ¿Por qué la madre es tan irresponsable que manda a su hija a cruzar el bosque, sola, con el susto que da y los peligros que le esperan?

– Porque…

No pudo continuar, su visitante estaba embalada y hablaba deprisa.

– Además a una señora mayor no le convienen los panes de mantequilla ¿No conoces el colesterol y los triglicéridos? ¿Te parece una comida sana para la tercera edad?

– Te advierto que me estás tocando los…

– Camina por el bosque, tralalí ¡Ay que bonita esta florcita azul, uy, y esta otra amarilla! Tralalá, cuando se le aparece un lobo – espetó la criatura, impertérrita -. Poco original, si bien te lo voy a pasar por alto. Y me pregunto: ¿A Caperucita no le han enseñado que nunca se debe hablar con desconocidxs? ¡Pero si hasta le cuenta quién es y adónde va! Mira, Cuentón, las niñas somos niñas, pero no idiotas. Yo nunca le habría informado de mis idas y venidas a un animalazo de esa calaña.

La cólera del carcamal era de tal envergadura que decidió acabar con la impertinente cuanto antes mejor. Es más, lo estaba deseando ¡Cuestionarle a él, el gran creador de cuentos infantiles, que si patatín o si patatán, no le había sucedido en siglos!

La pequeñaja bebió otro sorbito de su bebida y continuó.

– Pero lo más absurdo es la escena donde Caperucita llega a la casa de su abuela cuando el lobo ya se la había zampado… ¡Y la muy tontorrona no se da cuenta que esa cosa peluda y espantosa no es su abuelita! Venga, hombre, no te lo crees ni tú ¡Anda ya!

– O te callas o… – amenazó el viejazo tartajeando furioso.

– Al Sastrecillo Valiente bien que lo creaste listo y capaz de liquidar siete moscas de un solo golpe, por no mentar tu interminable colección de príncipes perfectos y triunfales, pero necesitabas una nena para que hiciera las famosas preguntas, aquello de las orejas grandes, la nariz afilada, que si los dientes, bueno, ya te lo conoces.

La chiquilla no parecía tener conciencia de que su vida estaba a punto de acabar. El Cuentón se le había aproximado lentamente – normal, apenas podía mover la oxidada osamenta – y ella erre que erre.

– Total, que el lobo también se la embucha, y si no fuera por un leñador que casualmente pasaba por ahí ambas habrían muerto ¿Por qué eres tan malo? ¿No sabes la cantidad de niñas que por tu culpa tienen pesadillas desde que escribiste esta mamarrachada?

– Te lo advierto, voy a…

– Además, leñador tenía que ser el héroe, la cantinela de siempre. Podrías haber puesto a una estupenda leñadora, con lo que a mí me gustan las leñadoras de coloridas camisas a cuadros a juego con los Levy´s, o si me apuras, a un comando especial de amazonas, con lo que a mí me gustan las amazonas, ainsss…

– ¡Este cuento se acabó, prepárate a …!

El vejestorio no podía terminar una frase como es debido porque la chicuela era una metralleta de palabras.

– Pero no, el señor Cuentón es un machista de tomo y lomo, Caperucita es estúpida, su madre infla a colesterol la su abuela, un simple lobo se traga a una mujer y media como si nada, mira, mira, no tienes derecho a espantarnos de esa manera, somos criaturas hipersensibles, eres cruel, Cuentón, muuuy cruel, y te exijo que cambies el final ahora mismo. Aquí tienes mis propuestas, te las dejo y las estudias, pero nada de engullimientos, el lobo no se come a nadie porque teme la venganza de las bellas guardabosques o amazonas, tú verás, pero se van a un McDonald´s y no se hable más.
El Matusalén no daba crédito a cuanto oía. Una pizca de persona le estaba pidiendo, es más, exigiendo que cambiara el final de una de sus obras más famosas ¡Increíble, intolerable! Otro trueno retumbó como el bramido de un toro bravo, los buitres ya eran legión y una fuerte racha de viento casi tumbó a la niña que se mantuvo firme en sus piernas y en sus exigencias.

-Vas a cambiar ese final, Cuentón. Nos aterroriza, dormimos sobresaltadas, tememos a la oscuridad, se nos cae el pelo, nos dan tembleques, nos llevan a la psicóloga y quedamos traumatizadas para toda la vida, de modo que te pones a trabajar de inmediato. Te lo digo por las buenas.

Fuera de sí el monstruo dio unos pasos hacia ella, abrió su boca marchita y emitió un sonido a animal herido que retumbó por entre los acantilados. Pero nuestra heroica niña no se movió un ápice. Es más, volvió a repetir.

– No me asustas, que lo sepas. Hala, aquí tienes mis ideas. Te lo pido en son de paz, no me obligues a…
El Cuentón, fuera de sí, se abalanzó sobre la niña aullando.

– Pero ¿Quién te crees que eres para amenazarme, caquita humana? ¡Ahora verás lo que es bueno!

Y dando un salto portentoso – lo cual es una metáfora, huelga decirlo, para portentos estaba la reliquia… -, la boca abierta hasta el paroxismo, se abalanzó sobre ella dispuesto a engullirla.

Fue entonces cuando sucedió. Vertiginosamente, de sopetón, como en los buenos cuentos. Una portentosa transformación hizo presa de la niña, su cuerpo se revistió de una frondosa pelambrera, y a la par que su tamaño aumentaba prodigiosamente las orejas se le agrandaban al igual que su nariz y su boca y las manitas ya eran zarpas cuando en un visto y no visto se convirtió en una colosal loba babeante que, sin casi moverse, abrió su bocaza justamente cuando el viejo – que ahora era del tamaño de una nuez – saltaba para atacarla.

Lo tragó de un bocado sin el menor inconveniente y el eco reprodujo el colosal eructo.

-¡AGGGRAAARRRRRRRGGGG!

Segundos más tarde la titánica bestia fue tornando a su forma inicial y hete aquí a nuestra niña, recomponiendo su rubio cabello con un pequeño peine de plástico y alisando sus ropas desmañadas mientras escupía educadamente diminutos trocitos de hueso.

Recogió su libreta con parsimonia, colgó la mochila a sus espaldas y sin volver la cabeza retomó el camino de vuelta a casa.

Tan solo pronunció una frase. Siete únicas palabras. Pero ya han hecho historia entre las niñas del mundo entero y la difunden con un “Pásalo” por telefonillos y chats.

Porque lo que dijo nuestra heroína fue:
– Quien a lobo mata, a loba muere.

Y COLORÍN COLORADO…

 

(Relato publicado en Dos orillas: voces en la narrativa lésbica. Two shores, Voices in lesbian narrative. Compiladora: Minerva Salado (Editorial Egales y Grup ELLES, España).

Diario Digital Femenino

2 Comentarios

    • Alexx -

    • septiembre 13, 2019 a las 09:41 am

    ¡Me encantó esta Caperucita subversiva y contestataria ejerciendo la justicia poética por mano propia! Está divinamente escrito y descrito, con ese estilo a primera vista ligero pero con la enorme solidez creativa e ideológica que caracteriza la literatura de Susana. Le doy un 9 sin pensarlo demasiado. Y si todavía no leyeron su última novela Aquí pasa algo raro les sugiero que no se la pierdan, es una preciosidad para disfrutar tope.

    • Ileana -

    • septiembre 16, 2019 a las 17:46 pm

    Excelente! Desmitificar a Caperucita Roja!!!!

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