La educación como proceso de socialización trasciende las fronteras de las instituciones escolares. Existen experiencias de aprendizaje cotidianas fuera de su marco formal. Pero la escuela es un espacio privilegiado para prevenir la violencia de género: tiene un papel importante en la legitimación de modelos estereotipados.
Por Emilia Moreno Sánchez*
La jerarquización y pertenencia a una clase social, a una etnia; el hecho de presentar unas características físicas determinadas; o el sexo son algunas cuestiones que determinan el proceso de socialización, poniendo de manifiesto la complejidad de las organizaciones educativas.
Las construcciones culturales e históricas determinan las características de las personas; entre ellas, el perfil masculino y femenino. Estos planteamientos son asimétricos y desiguales porque establecen diferencia entre los sexos generando unas relaciones de poder que dan lugar a la subordinación y discriminación de las niñas y de las mujeres. El rol masculino establece como características de los varones la fuerza e incluso la violencia y asocia la debilidad, tolerancia y hasta la inhibición en situaciones conflictivas como cualidades femeninas.
Para eliminar esta lacra es necesaria una respuesta multidisciplinar en la que uno de los primeros estadios de acción es la educación que se produce en las organizaciones educativas (formales, como es la escuela y no formales, como es el grupo de iguales) y en edades tempranas.
Por eso, en nuestro proyecto “Análisis de la violencia hacia las niñas en la escuela primaria”, hemos profundizado en el estudio del panorama de los conflictos y la violencia hacia las niñas en los primeros años de su escolaridad obligatoria (desde 1º a 6º de Educación Primaria).
Demandas, expectativas y educación
Se constata que las niñas, y también los niños, se educan para responder a las demandas y expectativas sociales asignadas en función de las características asociadas e impuestas a su sexo. Aprenden los comportamientos, adquieren conocimientos y asumen actitudes que van a poner de manifiesto cuando sean personas adultas.
Para analizar esta asunción de roles hay que profundizar en el análisis de las razones de su existencia. En la niñez, las personas agredidas aprenden, por ejemplo, la sumisión. Muchas mujeres se bloquean y no responden a la violencia que reciben. Una niña de 5º de Primaria nos relató en nuestra investigación que su padre agredió a su madre, pero ocultó el hecho.
Mi madre fue al médico y le contestó que se había caído, porque mi padre le dijo que como contara algo de la pelea, la mataba. Y ella no quería separarse porque podía perdernos, si mi padre decía que nos teníamos que ir con él. (Silvia, 11 años).
Violencia oculta
Otra cuestión que hemos abordado a través de nuestro trabajo como docentes e investigadoras es que las situaciones conflictivas y violentas en los espacios escolares pasan inadvertidas a las personas adultas.
De hecho, resulta paradójico que en los primeros años de la escolarización, que se caracterizan por la presencia continua del profesorado, se den situaciones de violencia en los conflictos. Esto pasa porque tanto quien agrede como la víctima ocultan y tratan de que pasen inadvertidas estas situaciones. También ocurre que la violencia infantil tiene unos matices diferentes que las personas adultas no valoramos del mismo modo que los protagonistas.
Lo que popularmente calificamos como “cosas de niños” puede tener para nuestras criaturas una importancia y trascendencia que la convierte en “su violencia” y que se instaura como un comportamiento aprendido. Estas acciones representan los acontecimientos que suceden en otros contextos sociales y ante los que la ciudadanía permanece impasible, porque se explican con criterios que los toleran y no los eliminan, como son los conflictos entre las parejas.
Actuar a tiempo
Las agresiones a las que se ven sometidas las niñas sirven para legitimar la violencia hacia las mujeres. El sistema escolar tiene, desde la etapa de Educación Infantil, un importante papel para dar al alumnado la información necesaria que le permita comprender y prevenir las relaciones de dominación-sumisión que originan y fundamentan la violencia.
Se trata de aprender recursos para tomar conciencia del problema, de la resolución de conflictos y ofrecer planteamientos claros para crear unas relaciones sanas y pacíficas.
Castigos y sanciones que perpetúan el problema
Entre las acciones educativas hay que replantearse los castigos y las sanciones que no eliminan la violencia en las organizaciones educativas. Su efecto es semejante a poner una capa de pintura a un objeto oxidado. La apariencia de la superficie haría sentir que se han cambiado las cosas, pero el fondo no cambia y la violencia, como el óxido, vuelve a aparecer.
Por eso debemos buscar las causas que no se ven. Esto se puede entender si lo planteamos con la metáfora del imán: las limaduras se ven, pero no el campo magnético que las conforma y guía.
Para actuar ante el grave problema social de la violencia de género es necesario un cambio tanto en el modelo económico, como en el educativo y el cultural. Pasar de priorizar las relaciones de poder y las jerarquías a reivindicar el diálogo, la libertad y el respeto entre las personas, como aspectos trascendentales para favorecer la igualdad de derechos en las relaciones humanas desde la infancia.
(*) Emilia Moreno Sánchez, Profesora titular de universidad en la Facultad de Educación, psicología y Ciencias del Deporte, Universidad de Huelva
Fuente: The Conversation
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