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Por Susana Guzner

Frente a mi casa, seis metros calle de por medio, vive un sujeto sumamente violento, salvaje, borracho perenne. Desde su ventana blasfema, arroja objetos contundentes a nuestras casas y a lxs peatones, atruena día y noche con sus insultos e intimidaciones y tiene en su haber cientos de denuncias del vecindario, las cuales constan tanto en la policía como en los Servicios Sociales del Distrito. Dependemos de sus crisis para hacer nuestra vida normal: si está tranquilo paseamos, comemos y dormimos en paz. De lo contrario, en los alrededores nadie pega ojo. Para mayor desdicha nuestra sociedad es extremadamente permisiva con estos crápulas, y aunque sufren, buen número de personas lo excusan y me aconsejan: “No le des importancia, perro ladrador poco mordedor, ya se sabe, los borrachos…” y dudan o se niegan a firmar peticiones colectivas que, con suerte, quizás acaben con esta pesadilla. Pero hay muchos perros que ladran, muerden y matan.

Porque ahora me ha tocado a mí. Desde hace un tiempo amenaza con matarme. Nunca hemos intercambiado una palabra, pero sabe más de mí que yo misma, a tenor de las “razones” que esgrime para asesinarme. Perpleja y estremecida por ser la diana predilecta de su odio le escucho aullar a toda hora: “¡Estás muerta, rubia, te voy a matar, sé que vives sola, no tienes quién te defienda, tortillera, prepara tu velorio!”. Lógicamente lo he denunciado. Pero si la denuncia es lógica, no lo son los dos juicios rápidos que ya se han celebrado. Incluso aportando testigxs, los jueces han considerado el temible acoso y derribo del que soy objeto como “falta leve”, lo han multado con 50 euros y la libertad sin condiciones. Puesto que no tengo relación sentimental con este energúmeno una orden de alejamiento “no ha lugar”.
Le pregunté al juez:
– Señoría… ¿Lo deja ir sin más? Hay testigxs de sus amenazas de muerte.
Respondió sin dignarse a mirarme:
– Sí, pero han oído, no han visto.
– ¿Y qué tienen que ver, mi cadáver sobre un charco de sangre? – repliqué sin disimular mi ira.
Su respuesta fue antológica:
– Señora, o se retira de la sala o la encierro por desacato.
Eso a mí, que soy la víctima. De modo que por ley tiene la facultad de mandar a prisión a una acosada, pero no la de encerrar al acosador. Huelgan los comentarios. “Si fueras mujer y tu vida pendiera de un hilo otro gallo cantaría” – pienso mordiéndome la lengua.
De modo y manera que eso es lo que vale mi vida al día de hoy: 50 euros. Daría risa si no fuera para llorar. Mientras él, que a todas luces no está en condiciones de convivir pacíficamente con sus semejantes, se crece ante cada sentencia favorable. Es intocable, inimputable, cada vez más peligroso.
¿Dónde están las nuevas leyes contra la Violencia de género? ¿Quién, dónde y cómo se aplican? En los Juzgados de mi ciudad no, desde luego. He hablado con muchas mujeres en igualdad de condiciones y estamos perdidas, asustadas, pero sobre todo indefensas.

El Instituto de la Mujer ha abierto un servicio jurídico para atender casos de malos tratos. En busca de un apoyo para capear mi angustiosa situación recurro a sus abogadas. Me aconsejan que denuncie una, y otra, y otra y otra vez hasta que algún juez se aperciba que amenazar de muerte a una mujer es el prólogo de su fin. Débil consuelo ante la magnitud de la tragedia: las estigmatizadas deseamos vivir, no “constar en acta” en forma de cadáver.
Esta misma mañana me crucé con él en la plazoleta cercana, iba sobrio, y aunque procuré esquivarlo me encaró y sin mediar palabra hizo el gesto inequívoco de apuñalarme repetidamente en el vientre. De inmediato me planté otra vez en la comisaría, claro está, aún temblando. Pero cuando estaba exponiendo los hechos escuché atónita el consejo de un policía: “no crea en la justicia, señora, no harán nada. O se muda de casa o le suelta doscientos euros a unos moros del puerto y lo liquidan a palos”.

Desvalida como me siento y ansiosa por dar fin a tal infame estado de cosas, reflexiono y calculo si la inversión merece la pena.

¿Pero qué estoy diciendo? ¿Contratar matones para que maten a un ser humano? ¿En qué cabeza cabe? En la de los asesinos, no en las nuestras. Nosotras creemos que la vida vale y mucho y es merecedora de todos los respetos y festejos. No solo la creamos: la conservamos como el bien más precioso.
Entonces se piensa en los Medios. Un buen artículo a toda página en algún periódico y el indeseable sujeto sería retirado de circulación. Pero es que hay mucha información al respecto, son tantas las denuncias que la dramática reiteración de una mujer violentada, amenazada, maltratada y exterminada ya ni siquiera es noticia. Los Medios se nutren de carnaza fresca, no de comida vieja.

Y ninguno recoge tu pasmo, tu miedo cotidiano, la boca abierta como en el cuadro del El Grito de Munch implorando a voces un auxilio que nadie escucha. Pienso y me solidarizo apasionadamente con tantas y tantas mujeres compartiendo forzosamente techo con su verdugo, viviendo en un sin vivir a sabiendas de que mañana, dentro de un mes o cuando el asesino decida, no serán sino un doloroso recuerdo. Bien mirado soy una privilegiada: este terrorista no es mi marido, ni mi amante, ni mi “compañero sentimental”. Pero… ¿No hay jurisprudencia prevista cuando el acosador es un cualquiera?
Mi asesinato, de consumarse, no engrosará las listas de la hipócritamente llamada “violencia doméstica” – como si un homicidio entre cuatro paredes fuera diferente al perpetrado en un callejón o en la parada de autobús… -. ¿Violencia “doméstica”? ¡Cuánta falacia! Una expresión comodín aparentemente ingenua, pero que en este mundo de machos se usa adrede porque induce a pensar en desavenencias de pareja: “Vete a saber, el matrimonio se llevaría mal, mejor no intervenir, son cosas privadas…” Y se hacen oídos sordos a las miles de denuncias o se intenta atajar la hemorragia con inútiles vendas. Si este animal me mata seré una occisa…casual, anónima, ni siquiera “doméstica”.
¿Alguien conoce la solución para semejante despropósito? Ni la ley, ni la policía, ni las consejerxs jurídicxs, ni los medios de comunicación atinan, o no desean atinar con el remedio adecuado.
Resignada, me he comprado una pistola de juguete a 1 euro. Seré tonta, pero sujetarla en la mano me da cierta seguridad. Aunque sin balas, y si valgo cincuenta euros (con pistola cincuenta y uno)… ¿Cuánto darán por mí, por los cadáveres de tantas amenazadas a quienes la justicia no ha querido oír permitiendo que el verdugo salga indemne de su delito?

Lo más seguro es que nadie pague un céntimo en alguna escuela de medicina, viernes por las mañanas, a las 11 horas, cátedra de patología forense.

 

De la antología española «No sólo duelen los golpes», una reflexión sobre la violencia contra las mujeres en colaboración con Ángeles Caso, Rosa Montero, Rosa Regás, Cristina Peri Rossi, Espido Freire, Soledad Puértolas e Isabel Coixet, entre otras. Prólogo de Mª Teresa Fernández de la Vega, Ministra de la Presidencia de España. Servicio de Publicaciones, Universidad de Córdoba, España, 2008. ISBN: 978-84-7801-884-0. Dirección: Javier Montilla.

 

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