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A veces hace falta un lugar. A veces es solo eso, un sitio. Arquitecturas que contengan. Aún fuera de los edificios, veredas o plazas que cobijan lo colectivo, arquitecturas simbólicas de tramas sociales que articulen vínculos y lenguajes. Allí con las otras personas, incluso con otras especies, la potencia de encuentros tangibles, con roces, pliegues, miradas que se topen con otras miradas, que se atrevan a tocar al volverse táctiles y susceptibles a diferentes capas de sentido.

Por Emiliano Samar*

Sin dudas el amor es un movimiento hacia, tiene dirección e incluye algo de lo otro, de eso que no soy yo. En estos tiempos contemporáneos donde lo efímero es moneda corriente y todo parece estar al deslizar de un dedo en la pantalla, encontrarse se ha vuelto un desafío necesario y reviste cierta urgencia. Dejarse afectar por otras y otros, conectar con el presente que requiere lo colectivo, habitar esas escuchas y esas miradas táctiles urge en un contexto hostil que valida la crueldad desde esferas institucionales. De ese modo las habilita en las relaciones cotidianas y las impone fuertemente a través de las redes sociales.

Las instituciones educativas como refugio ante el desamparo
Las instituciones educativas como refugio ante el desamparo

Para Bell Hooks, el aula es un «espacio radical de posibilidad» porque es un lugar que, a pesar de las limitaciones del sistema, puede ser transformado en un espacio liberador, comunitario y de habilitación. Si tomamos conciencia del volumen que hoy tiene la dimensión del encuentro, si damos voz a aquellas y aquellos que aún hoy encuentran en camuflarse o callar la estrategia de supervivencia en los sistemas de formación, si ponemos en cuestión las estructuras de poder, si propiciamos contextos educativos de bienestar, accesibles, democráticos y habitables, entonces estaremos seguramente dando lugar a esas posibilidades que las instituciones educativas tienen en su constitución contemporánea.

No es la diferencia la que genera la crueldad, es la crueldad la que crea una diferencia sustancial. Como señala Ana Berezin, “haciendo que el otro sea objeto de crueldad se construye una diferencia que permite la destrucción del otro por su condición de humanidad no admitida para sí”.

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De tan cotidiana, la crueldad en su complejidad devino aceptada, naturalizada en su indecencia. Su pretensión de impunidad, de individualismo exacerbado, de competitividad deshumanizada ha fracturado contratos y vínculos sociales, ha generado “la intolerancia y hasta la eliminación de lo que es percibido como diferente”. Así lo describe Fernando Ulloa cuando además nos propone reflexionar respecto del dispositivo sociocultural que favorece y estimula la práctica de la crueldad.

Pero ¿cuáles son las opciones y los desafíos en un contexto hostíl donde el ejercicio de la crueldad y el odio se vuelve una constante que erosiona las relaciones y los contratos?

Mariana Buzeki señala que enseñar no es solo decir saberes, sino alojar vidas, habitar tensiones, producir otros mundos posibles. Como diría Luis Porta: entre el texto y el ser o ser entre textos. Ambos docentes universitarios e investigadores recuperan la palabra, las zonas “entre”, las aulas que inscriben y otorgan lugar a biografías particulares y colectivas.

En la trama de la escuela un pensamiento para la acción es una de las alternativas posibles para descomponer ciertos discursos y recomponer vinculaciones. Digo “pensamiento” como instancia reflexiva, metacognitiva, que incluya el murmullo y la polifonía, que permita voces otras. Esas voces de los textos, esas de posiciones diversas, tanto las de intercambios en salas de docentes como las de espacios de actualización entre colegas pero también esas que los docentes encontramos con nosotros mismos en los espacios de intimidad.

​Mirar de cerca las escenas cotidianas de la escuela nos permite transformar la experiencia en pensamiento y viceversa. Estamos quizá en un punto de quiebre. El tiempo de las exclusiones, de los bordes rígidos de las disciplinas, de los controles, en este vértigo de época se vuelve anacrónico. Es urgente y posible trabajar en intervenciones micropolíticas inclusivas, de accesibilidad, de divergencias e insurrecciones.

¿Dónde alojamos la diferencia? ¿Cómo reconocemos los dispositivos de crueldad que también habitan en y entre nosotros? Sin dudas no todo está fuera. También dentro de nosotros y nuestros espacios se configuran matrices sinuosas, intrincadas, contradictorias. Pero el encuentro con la diferencia será la oportunidad de volver porosa y potente la frontera. Son sentidos que, desde una mirada transdisciplinaria, nos permiten crear nuevas formas de pensar y de sentir, desafiando las vigilancias epistemológicas tradicionales, llenos de la potencia vital que aporta lo colectivo incluyendo entre esas voces autores y referencias, literatura que conversa e interpela prácticas y posiciones.

La ternura no es un estado, es un modo de mirar al otro. Se revisita cada vez. Requiere actualización y conexión. Requiere vincular y necesita de red. “La felicidad no es un acontecimiento puntual, es como un cometa, con una cola muy larga que llega hasta el pasado. Sí, y ahí en el pasado se nutre de todo lo que se vivió. Su forma de manifestarse no es brillar. Sino fosforecer”. Esto dice, Byung Chul Han en «La crisis de la narración” y yo me hago preguntas. Me pregunto y derivo. Son preguntas y sus derivas ¿Qué marcas puede abrigar la escuela en un mundo que se desarma, que alarma y que sangra? Fosforecer es sostener la luz aun en ausencia de su fuente.

Y albergar tiene algo de eso. De sostener la luz en el tiempo, con otros, para otros. Porque a veces hace falta un lugar. A veces es solo eso, un sitio que reúna, contenga y propicie tramas.

(*) Docente, Investigador, Director de Artes Escénicas

 

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