En un tiempo donde la tecnología avanza más rápido que los debates éticos, la educación vuelve a ser territorio en disputa. Esta Guía de la UNESCO sobre Inteligencia Artificial y Educación no es solo un documento técnico: es una advertencia, una hoja de ruta y una pregunta abierta sobre el tipo de mundo que estamos construyendo. Entre promesas de innovación y riesgos de exclusión, el desafío es claro: que la inteligencia artificial no piense por encima de los derechos humanos, sino a su servicio.
La inteligencia artificial ya está en las aulas, aunque muchas veces no la veamos. Está en los sistemas que corrigen exámenes, en las plataformas que predicen rendimientos, en los algoritmos que deciden qué contenido vemos primero. No llegó de golpe: se fue filtrando, como la humedad en una pared vieja. Y ahora está ahí, modelando silenciosamente la forma de enseñar y de aprender.
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La Guía de la UNESCO sobre Inteligencia Artificial y Educación pone palabras, límites y responsabilidades a ese proceso. Advierte que la IA puede ser una herramienta poderosa para ampliar derechos, personalizar aprendizajes y mejorar los sistemas educativos. Pero también señala sus riesgos: más desigualdad, más vigilancia, más sesgos, más exclusión para quienes ya estaban afuera.
El documento es claro en algo que hoy parece necesario repetir: la tecnología no es neutral. Responde a quién la diseña, quién la financia y con qué intereses. Por eso, lejos de celebrar un futuro automatizado sin preguntas, la Guía propone una educación que forme a personas capaces de comprender cómo funciona la IA, de proteger sus datos, de reconocer la discriminación algorítmica y de defender su autonomía.
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La escuela, dice la UNESCO, no puede limitarse a usar inteligencia artificial: debe enseñar a vivir con ella sin perder humanidad. Preparar para trabajos que aún no existen, sí, pero también para pensar, para crear, para disentir, para cuidar. Porque ninguna máquina puede reemplazar la empatía, el juicio ético ni la responsabilidad política.
En un mundo cada vez más gobernado por datos, esta Guía vuelve a poner a la educación en el centro del debate social. No como un espacio de adaptación pasiva a la tecnología, sino como el lugar desde donde todavía es posible decidir qué hacemos con ella y, sobre todo, qué no estamos dispuestas a delegar.
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