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Patricia, hija de una víctima de violencia de género:
«Cuando le dieron mi custodia a él, se acabó mi infancia»

Patricia, hija de una víctima de violencia de género: "Cuando le dieron mi custodia a él, se acabó mi infancia"
Patricia, hija de una víctima de violencia de género: «Cuando le dieron mi custodia a él, se acabó mi infancia»

El padre de Patricia Fernández maltrató a su madre hasta que un 20 de febrero le dio «la última paliza» y ella le denunció. La niña, que acaba de cumplir los 18, tenía entonces seis años y junto a su hermano de cuatro, que lo vio todo y se tiró tres meses sin hablar, pensó que la pesadilla terminaba, pero entonces empezaron las visitas obligadas, los puntos de encuentro y los psicólogos, una década «de sufrimiento». «Cuando le dieron la custodia a él, me mataron en vida. Mi infancia se acabó», relata.

   Lo cuenta todo en un libro en el que aspira a dar voz a quienes dice, no tienen ninguna: Los hijos de las víctimas de violencia de género que como ella, padecen de frente el maltrato y de perfil, la batalla judicial que libran sus madres. Su biografía, «Ya no tengo miedo» (Ed. Club Universitario) no aborda la trama jurídica –«a mi de eso no me contaban nada»–, sino los recuerdos de lo que vivió antes y sobre todo, después de aquella última paliza.
   «Fue un caos. Yo tenía 6 años y mi hermano 4 y lo primero que hicieron los servicios sociales fue cambiarnos de colegio. De la noche a la mañana yo estudiaba en otro sitio y me fui sin despedirme de nadie. Mi madre nos dijo que se separaban y no me puse a llorar, hasta que después nos dijeron que tendríamos que ir a verle», relata Patricia, que en el libro ha puesto un nombre ficticio al maltratador y se niega a identificarle como padre.

   En los juzgados no fue mejor. A Patricia le explicaron que unas personas le harían unas preguntas. Recuerda que estaba en una sala sentada a distancia de su hermano y la perito le dijo que estaba siendo manipulada por su madre y que a su vez, estaba manipulando al niño. «Me echó de la sala, tal cual. Yo no sabía qué era manipular y ella dijo que yo lo hacía». Tenía ocho años.
   A partir de ahí, se cerró en banda. Tiene recuerdos de sesiones de «terapia» en un piso habilitado como punto de encuentro donde ella y su hermano eran sentados en una cocina con dos personas mientras otras observaban tras un cristal con una cámara. Dice que les pedían que hablasen bien de él, que le escribiesen una carta, con «la amenaza» de que aparecería. Ese día llegó y Patricia recuerda el llanto de su hermano cuando le pusieron frente a él.
   «Los psicólogos empezaron a decir que estábamos manipulados. Si yo decía que no quería ir a verle, decían que yo estaba mintiendo. Yo sólo veía que nadie me creía y que cuando yo decía por qué no quería bajarme del coche a ellos les daba igual. Con el tiempo me enteré de lo que estaba pasando»; dice. Les habían diagnosticado un «Síndrome de Alienación Parental», una teoría sin base científica ni respaldo de la Organización Mundial de la Salud según la cual, los niños se inventan el maltrato por influencia de sus madres.
«TENÍA QUE PROTEGER A MI HERMANO»
   La consecuencia, que su custodia y la de su hermano pasaron a ser del maltratador y con ellos, la casa familiar. «No sé qué pasó en aquel juicio, pero un día nos dijeron que se tenía que ir. La casa se iba vaciando porque mi madre se tenía que llevar todas sus cosas. Era un 23 de junio, acababa de terminar las clases. Él llegó a casa y mi madre se marchó. A mi me mataron en vida. Fue lo peor. El día que se produjo el cambio de custodia me robaron mi infancia. Ahí cambié. Tenía que protegerme y proteger a mi hermano. Él tenía ocho años, yo diez», explica.
   La custodia exclusiva del padre se prolongó tres meses durante los que no tuvieron ningún contacto con su madre por decisión judicial. «Mi mayor miedo no era que nos pasara algo, sino que me quitaran a mi madre y me acababan de quitar a mi madre. No supe nada en tres meses, estaba sola con mi hermano, no tenía a nadie. En ese momento yo dejé de vivir y empecé a sobrevivir. Me volví fría. No sé si hoy lo habría soportado. Estábamos destrozados. Esos tres meses es lo peor que me han hecho en mi vida«, asegura.
   Afirma que estaban en peligro, aunque no se paraba a pensarlo. «Él nos amenazó una vez con estrellar el coche con nosotros dentro. Nos amenazaba cada dos por tres con llevarnos a un centro de acogida. Hacía como que llamaba por teléfono y me decía ‘haz las maletas, que vienen a buscarte porque allí es a donde llevan a los niños que nadie quiere‘», relata de esa fase.
«FUERA DEL COLEGIO, ERA LA NIÑA DE LOS PSICÓLOGOS»
   Nunca dijo nada en el colegio porque era «el único lugar» donde la trataban «normal» y fuera de allí, «era la niña de los psicólogos, de los puntos de encuentro, del SAMUR cada semana». «El colegio era un paréntesis, un lugar donde ser feliz y yo sacaba muy buenas notas. Creo que a nosotros nunca se nos notó. Además, hay profesores y profesores, no todo el mundo se implica y no a todo el mundo le importa de verdad lo que le esté pasando al crío de al lado«, afirma.
   El 12 de septiembre su madre recuperó la custodia y volvió a casa, pero los niños fueronobligados a un régimen de visitas que incluía 40 días al año en vacaciones y algunos fines de semana. Cuenta que él no les permitía llamar a casa durante las estancias, que «era horrible» y que acabaron necesitando una psicopedagoga.
   Todo cambió cuando en un diario de su madre encontró una fotografía del matrimonio. En el reverso, «él había escrito de su puño y letra» la fecha de la última paliza, 20 de febrero, junto a la frase «te lo mereces». «Cuando vino a por nosotros, bajé, le enseñé la fotografía y le dije que no iría nunca más. Estuvo dos horas allí hasta que vino la policía y cuando se lo conté al agente, me preguntó cómo era posible que tuviera que ir con él. Le contesté que la policía llevaba años arrastrándome», explica. Tenía 16 años y consiguió suspender el régimen de visitas.
«TE CUIDAS DE LAS PERSONAS»
   Cuenta que de todo lo vivido le queda «mucha protección hacia uno mismo», porque «si en diez años no has podido fiarte de nadie, te cuidas de las personas». También algunas ‘manías’, como la necesidad planificar cada detalle de un viaje –«yo nunca sabía donde iba los fines de semana»– y cierto ojo para reconocer relaciones tóxicas, pues dice que ve algunas parejas, gente de su edad, en las que nota que él «apunta maneras».
   Considera que «lo peor» es que nunca le dieron «la oportunidad de hablar». «Eché de menos que en vez de que mis palabras pasaran por veinte manos antes de llegar al juez, el juez se sentara conmigo y me preguntase qué quería hacer yo. Luego dicen que si los maltratadores matan a los niños pero es que a mi me obligaron a ir con él. Imagina que ese día decide estrellar el coche… Estábamos muertos de miedo», añade.
   Su madre leyó el manuscrito y se echó a llorar. Explica a Europa Press que se sintió «morir» al descubrir todo lo que sufrieron sus hijos cuando estaban separados. Reconoce que el día que Patricia cumplió 18, le volvió a latir el corazón porque ya nadie podría obligarla a ver a quien quiere olvidar, aunque él siempre acabe haciéndose notar, como cuando en marzo «montó un pollo» en el instituto para exigir las notas de su hija.
   «Ahora las autorizaciones las firmo yo«, dijo la niña en secretaría.
   Patricia ha iniciado una campaña de recogida de firmas en Change.org que ya tiene más de 89.000 avales para exigir a los líderes de los principales partidos que aclaren qué van a hacer para proteger a estos niños sin voz. Según el CIS, un 63% de los hijos de mujeres maltratadas presenciaron episodios siendo menores de edad y el 64% padecieron la misma violencia. Hasta 104 se han quedado huérfanos de madre desde 2014 y ocho han sido asesinados por los hombres que las maltrataban a ellas.

 

 
Fuente: Enrique Stola
@Stolae
Fuente Original: http://www.europapress.es/

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