Daniel Baños Suffia reflexiona acerca del atentado sufrido por la vicepresidenta Dra. Cristina Fernández de Kirchner mediante una mirada normativa atravesada por la perspectiva de género y trazando un paralelismo con las situaciones de descreimiento ante la violencia padecida por miles de mujeres a diario.
Un ladrillo más en la pared…
Ayer asistimos a un hecho de suma gravedad institucional como fue el fallido intento de asesinato a la vicepresidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner.
Por Daniel Baños Suffia*
La historia argentina moderna en democracia no recuerda un hecho de tamaña magnitud por la impunidad con la que se realizó, en plena vía pública y en presencia de cientos de personas en la puerta del domicilio particular de la vicepresidenta en funciones.
Las imágenes, elocuentes, feroces, muestran la fragilidad en la que se sustenta la vida de una persona. El arma, apuntando directo a la cara de la vicepresidenta a escasos centímetros daba cuenta del poder de letalidad que hubiera tenido ese disparo en caso de haber sido efectuado.
Desde múltiples sectores, de los más variados espacios políticos, sindicales, empresariales y de la sociedad civil emergieron fuertes mensajes de repudio ante este grave suceso, solidarizándose con la persona de Cristina Fernández de Kirchner y ubicándose en un claro posicionamiento donde hay ciertos límites que jamás pueden ser sobrepasados.
El debate político, en sus más diversas formas debe conducir a un punto de encuentro común: el bienestar general y el crecimiento del pueblo argentino. Nunca, bajo ningún punto de vista puede polarizarse a un extremo de buscar la aniquilación personal de un dirigente.
Ahora bien, dicho esto y siendo clara mi posición al respecto al condenar enfáticamente lo sufrido por Cristina quiero detenerme en un punto alternativo que parece escapar de los análisis que estuve escuchando, y es Cristina, no como política de figura indiscutiblemente relevante y trascendente en nuestro país, sino como MUJER.
En nuestro territorio se encuentra vigente, entre otras, la ley 26.485 de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales. Asimismo, el Estado Argentino ha suscripto numerosos tratados internacionales sobre Derechos Humanos y en miras a garantizar el derecho a las mujeres a una vida libre de violencias.
Estos instrumentos legislativos, que debieran ser conocidos – de mínima – por cada funcionario y funcionaria que preste funciones en el Estado (actualmente obligación impuesta mediante la Ley Micaela), dan la pauta del enfoque con perspectiva de género que debemos tener en nuestras intervenciones, no sólo en lo institucional, sino también en lo relativo a la difusión mediática, por medios de prensa, y fundamentalmente (y no por la excelencia de lo que allí surge, sino por el potente efecto multiplicador) de las redes sociales.
Cristina Fernández de Kirchner fue sometida incesantemente a todo tipo de violencia establecida la por la normativa vigente: fue brutalmente insultada, han publicado y difundido sistemáticamente el domicilio particular de la misma con fines espurios, se han dedicado miles de horas de aire televisivo, radial, y de páginas en papel de cuanto medio se imagine con afirmaciones que atacan – y no por las vías formales de una denuncia -no su función pública, sino cuestiones atinentes a la esfera íntima de su vida personal. Se ha dicho a título de ejemplo en múltiples ocasiones que ella asesinó a su marido, que se acostó con tal o con cual fulanito, se la ha diagnosticado en un programa televisivo de gran difusión con “patologías” mentales sin siquiera haber tenido una charla con la presunta “paciente” y demás banalidades que me avergüenzan reproducir. Un ataque sistemático de violencia psicológica, política, mediática, simbólica, y finalmente física.
Lo que sucedió, en resumidas cuentas, más allá de la categorización de intento de magnicidio, es que hubo ante nuestros ojos un femicidio en grado de tentativa, frente a cientos de personas y reitero, en plena vía pública.
En este punto quiero detenerme. Luego del fallido atentado, así como dijera que muchos sectores inmediatamente repudiaron y condenaron los hechos; no lo fue en forma unánime. Diversos sectores de la sociedad, del arco político, de los medios de comunicación y representantes del pueblo elegidos democráticamente se pronunciaron con mensajes irreproducibles, cargados de un cinismo espeluznante, poniendo en duda la veracidad del hecho, las posibilidades de estrategias judiciales desplegadas con una especie de montaje, y negando en un todo la violencia ejercida contra Cristina. No debiera sorprendernos, sin embargo, que esta es la realidad de miles de mujeres que diariamente acuden a la policía y al servicio de justicia, por sufrir violencia de género y sus relatos son descreídos, tomados como falaces, como mentiras para lograr una estrategia beneficiosa para la víctima. Esta mirada patriarcal, misógina, naturaliza hasta el hartazgo la posibilidad de un varón de ejercer violencia contra una mujer calificándolo como “un loquito” o un “enfermo”. Es un sano hijo del patriarcado, alimentado y cobijado con un discurso de odio implacable, eficaz, continuo.
Es inaceptable, qué como funcionarios y funcionarias del Estado, que como dijera, estamos comprometidos internacionalmente a erradicar y combatir la violencia de género, expresiones como estas puedan ser livianamente dichas en una red social de infinita difusión.
Funcionarios y funcionarias del Poder Legislativo, con la inmensa responsabilidad de representar al pueblo que democráticamente los ha elegido, es inaceptable que emitan ese tipo de comunicados que resultan reivindicatorios de un intento de femicidio y de un brutal y sistemático ejercicio de violencia de género sobre una mujer. Las leyes nos interpelan en nuestras prácticas. Dejemos pues la hipocresía de lado, donde se reivindican mendazmente valores republicanos y en cada acción se mansilla nuestra Carta Magna.
Cristina merece, tal como cualquier mujer que atraviesa una situación de violencia de género, a una vida sin violencia y sin discriminaciones; que se respete su dignidad; y a recibir un trato respetuoso, evitando toda conducta, acto u omisión que produzca revictimización. (inc. a), d) y k) del art. 3 de la ley 26.485).
A la violencia, NUNCA MAS.
(*) Abogado, especialista en Violencia Familiar, diplomado en diversos posgrados sobre violencia de género y estudio de masculinidades. Prosecretario a cargo de la Oficina de Violencia Familiar del Juzgado de Paz de Escobar.