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A estas alturas del tercer milenio, ya todos y todas creemos saber muy bien qué es el sexo. Sin embargo, tan pronto comenzamos a debatir, nos damos cuenta de que el concepto es mucho más polémico de lo que parece. El género y el feminismo, como categorías, podrían ser aún más problemáticos, y definitivamente son vistos en muchos casos con desconfianza. Además, las fronteras y los entrecruzamientos entre los tres términos parecen aún más complejos y enmarañados. En este artículo, me propongo analizar los sentidos y las relaciones más importantes entre estos tres conceptos, aclarando algunas confusiones a la vez que problematizando y desconstruyendo lo evidente. Al mismo tiempo, espero aportar reflexiones que sirvan para desmitificar los supuestos “monstruos”, es decir, para desmontar al menos parte de las prevenciones y los temores.

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Sexo, género y feminismo: tres categorías en pugna
Sexo, género y feminismo: tres categorías en pugna

 ¿El sexo es naturaleza y el género es cultura?

Nos hemos acostumbrado a hablar de “sexo” en todas partes, desde los programas de televisión donde los invitados revelan sus vidas íntimas, hasta las reuniones de padres de familia en los colegios y escuelas. Cada hablante parece estar muy seguro o segura de lo que significa la palabra. Para muchas personas, sexo quiere decir, además de la diferencia anatómica entre hombres y mujeres, el coito y la reproducción. En cuanto al término género, se hace necesaria, en primer lugar, una aclaración: género no es otra manera de decir “mujer”, ni un camuflaje inventado por las feministas para despistar al enemigo. El término género, que entró en boga como resultado de las luchas feministas (sobre todo en Norteamérica) y de su articulación con cierto tipo de trabajo académico, nos remite a las relaciones sociales y culturales entre mujeres y hombres, a las diferencias entre los roles de unas y de otros, y nos permite ver que estas diferencias no son producto de una esencia invariable. Por el contrario, cada cultura concibe lo que es ser hombre y lo que es ser mujer de una manera diferente. Además, estas concepciones cambian, evolucionan a través del tiempo.

En los últimos tiempos se ha convertido en un lugar común, al menos en el ámbito académico, adscribir al sexo el aspecto biológico, natural, de la distinción anatómica, y al género la elaboración cultural de esta realidad. Esta diferenciación se basa, probablemente, en la primera definición del sistema sexo/género, planteada por una antropóloga feminista, Gayle Rubin, como “el conjunto de disposiciones mediante las cuales una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de actividad humana, y mediante las cuales se satisfacen estas necesidades sexuales transformadas”. [1] En esta definición, como vemos, la sexualidad aparece como un dato inmediato, evidente, que no necesita más explicación. Cada sociedad la interpreta de manera diferente, pero la sexualidad en sí es la misma en todas partes. A su interpretación cultural, distinta en cada etnia y capaz de evolucionar en el tiempo, hemos venido a llamarla género.

Es importante destacar la fuerza revolucionaria de esta definición. Se pensaba tradicionalmente que el sexo, sobre todo lo femenino, traía consigo una determinación inevitable. En la sociedad moderna, a partir de la formación del capitalismo, nacer con genitales masculinos abría una cierta gama de posibilidades de actuación social, dentro de las limitaciones o privilegios de clase y etnia. Nacer con la posibilidad de ser madre forzaba (condenaba) a una única forma de ser y de pensar: para la mujer, la anatomía es el destino, decía el propio Freud, el mismo pensador que postuló la formación de la psiquis como un proceso, y no como la evolución de características innatas. A partir de la definición de la categoría “género”, contamos en las ciencias sociales con una herramienta conceptual que nos permite descubrir que las identidades femeninas y masculinas no se derivan directa y necesariamente de las diferencias anatómicas entre los dos sexos. Se refuta así el determinismo biológico de autores como Brooks, y Geddes y Thomson, biólogos del siglo XIX, según quienes la estructura y funcionamiento de los órganos genitales determinan la personalidad y las capacidades de hombres y mujeres, hasta el punto de que cualquier intento de “mejorar la condición de las mujeres ignorando u obliterando las diferencias intelectuales entre ellas y los hombres” (diferencias que para estos profesores se basan en la diferencia anatómica y fisiológica), “resultará en el desastre para la raza humana”.[2]

Descargar y seguir leyendo: Sexo, género y feminismo.

Ilustración de Portada: kafme.com

Centro Estudios Genero Mujer Sociedad
Una primera versión de este trabajo fue publicado en Familia, género y antropología. Desafíos y transformaciones, Patricia Tovar, editora, Bogotá: ICANH, 3003

[1] Gayle Rubin, “The Traffic in Women”, en Rayna Reiter, Ed., Toward an Anthropology of Women, New York: Monthly Review Press, p. 159. 1975

[2] W. K. Brooks, The Law of Heredity. Citado en Toril Moi, What Is a Woman, and Other Essays. Oxford: Oxford University Press, 1999, p. 17.

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