Las violencias que se ejercen y se reproducen en nuestras sociedades, muchas veces, responden a mandatos culturales que cargamos los varones. Violencias que se reflejan en hechos concretos: los femicidios que cometen los varones que quieren apropiarse de mujeres como si fueran objetos, los homicidios que realizan varones cuando resuelven sus conflictos violentamente, el acoso callejero, las peleas entre barras y los micromachismos son prácticas netamente masculinas.
En este marco, es importante problematizar estas violencias y cuestionar los mandatos culturales sobre los cuales se sustentan. La violencia machista está inscrita en cómo fuimos socializados. Es una violencia asociada a la supuesta necesidad masculina de demostrar poder, dominar y subordinar a otras personas: “mostrale quién manda”, “no seas cagón”, “si llorás, sos un puto” y “no seas nena”, son frases que seguramente escuchaste decir. Frases que marcan el mandato de tener que imponerse mientras paralelamente se reprime lo emotivo.
Desde la cátedra Delito y medios de comunicación de la UNRN, en una encuesta que realizamos recientemente, sobre 336 varones, el 70,2 % manifestó dificultades para expresar sus emociones. Se puede vincular la represión de la emotividad con las explosiones violentas y con la alta tasa de suicidios. Cabe aclarar que, según un informe de la Universidad de Granada, el 75% de las personas que se quitan la vida son hombres.
Ahora bien, ¿qué significa ser varón en nuestra sociedad? frente a esta pregunta encontramos que para la mayoría de quienes participaron de la encuesta ser varón es sinónimo de: “fuerte”, “responsable”, “macho”, “poder” y “privilegios”. Ser varón parece presentarse como la carga de determinados mandatos que debemos reafirmar.
En este sentido, la violencia también adquiere una dimensión comunicacional. Cuando la ejercemos reafirmamos nuestra masculinidad: “me la banco”, “no soy cagón”, “no soy nena”. Para el sociólogo Pablo Alabarces en sus estudios sobre las hinchadas de fútbol lo que está en juego es la lógica del aguante: “tener aguante” es una propiedad de los que hacen del verbo aguantar una característica distintiva. Para acceder a ésta hay que “pararse”, “no correr”, “ir al frente”. Es así como en determinados grupos la violencia física entre varones es un valor positivo, que se asocia a la reafirmación de la pertenencia a determinados grupos vinculares.
En algunos casos, las violencias buscan reafirmar la pertenencia a una masculinidad hegemónica y a las miradas hetero-normativas. En tal sentido, el 55, 7 % de las personas encuestadas vio o participó de una situación de discriminación hacia otra persona por pertenecer al colectivo del LGTBIQ+ y el 34,8 % afirmó que no hizo nada al respecto.
Según la antropóloga Rita Segato, “la masculinidad se revela frágil porque se estructura como la exhibición violenta de una potencia para los ojos de los otros hombres. Es la búsqueda desesperada de afirmación”. Nuestra investigación marcó que el 69,3 % de los encuestados manifestó conocer a un varón que ejerció violencia.
Reprimir la violencia con violencia, puede acrecentar las agresiones en el marco de la cultura patriarcal y de la lógica del aguante.
La necesidad imperiosa es cuestionar la matriz cultural que sostiene y retroalimenta las violencias aprendidas de la masculinidad hegemónica. Como bien señaló Segato “hay que demostrar a los hombres que expresar la potencia a través de la violencia es una señal de debilidad”.
Magdalena Alvarado es Integrante de la cátedra Delito y Medios de Comunicación (UNRN) y especialista en análisis e investigación de homicidios.
Roberto Samar es docente de la UNRN y licenciado en Comunicación Social, especialista en Comunicación y Culturas.