imagen destacada

Las infancias diversas como extranjería de lo hegemónico.

Luca es una película estadounidense de animación, una comedia fantástica sobre la amistad que fue dirigida por Enrico Casarosa.

Por Emiliano Samar*

Escucha este artículo en la voz de Marina Colado

Luca Paguro es un ser acuático. Vive en las cercanías de la costa de una ciudad italiana. Un día se encuentra con Alberto Scorfano, un ser como él pero que vive en la ciudad: así Luca se entera que al salir del agua, al estar seco, adquiere forma humana. A pesar de que sus mayores le advierten que es peligroso, se anima a probar, a conocer el exterior, la tierra. Pero descubre que las personas humanas se sienten amenazadas por seres como él, los persiguen. Entonces ocultar su identidad es la estrategia de supervivencia.

Luca
Luca

Los humanos tienen miedo de estos seres y desconocen su posibilidad de camuflarse, de parecérseles. No saben que muchas veces conviven con estos seres a quienes consideran “monstruos marinos”. Alberto y Luca se aventuran fuera del océano, a permanecer secos y parecer humanos, a convivir escondidos con esos otros. Resulta movilizante para Luca escuchar a los de la superficie hablar de los suyos de ese modo. Así, el tema de la identidad y del ocultamiento se vuelve motivo de reflexión para esta nota. Pero no cualquier modo de escondida, reflexionaremos sobre esa que se juega en la infancia, cuando uno sabe perfectamente que es mejor ocultarse que ser descubierto. La diferencia se esconde, una vez más, como estrategia de supervivencia.

Surgen dos zonas, el adentro y el afuera, lo sumergido y lo visible en la superficie. Ingresar a ese territorio de “lo otro” como extranjero. La propia extrañeza ante la falta de un territorio real y simbólico desde el cual uno pueda identificarse. Surge allí la necesidad, y a la vez el temor, de decirse, de visibilizarse, de ser reconocido. Este carácter provocador introduce, en la matriz cultural, una ocasión para repensar márgenes y límites. Entonces allí la condición de “lo extranjero” deviene en lugar de tensión y de encuentro. Analogía de lo identitario, el territorio de lo propio se reduce muchas veces en fronteras que se achican frente a matrices hegemónicas y opresivas.

Ser niña, niñe, niño y saberse diferente a aquello que se espera, más que una aventura puede volverse una epopeya cotidiana. La escuela con sus rituales y sus baños, el club con sus vestuarios, la plaza con sus juegos, son escenario de disputas que exceden a quien mide cerca del metro pero a lo vez lo empuja a la arena del prejuicio y la etiqueta.

¿Habilitamos en los espacios de socialización y educativos la diversidad identitaria desde el discurso, los mensajes, los espacios y las propuestas? ¿O presuponemos grupos homogéneos que responden a los mandatos heredados y naturalizados? ¿Somos conscientes del impacto que tiene en las infancias la falta de referencias que resuenen con sus subjetividades?

Los mandatos se inculcan y a fuerza de repetición instalan el sentido de lo normal. La normalidad como sentido único, en términos de dirección y también de discernimiento y de sentires. Una vía única que delimita un borde. Sobrevivir como extranjero en la propia tierra ha requerido históricamente camuflarse, con la inevitable sensación de no pertenencia, de no lugar, de falta de voz y de lenguaje con el cuál nombrarse.

El mecanismo de fijación del patriarcado y la heteronorma se presenta con anterioridad al nacimiento.  Dora Barranco lo señala como previo a la cuna, y lo describe como un orden simbólico y de vertebralidad completa. Dicho programa trae consigo imaginarios y expectativas. Quien nace nombrado de determinado modo hereda un surco, una huella a recorrer, un camino signado por los anhelos de otros, anhelos anclados en un programa inexorable heteropatriarcal y machista. Cuando se nace extranjero allí en la propia tribu, se carga con un condicionamiento difícil de desandar. Somos nombrados antes de poder nombrar, llegamos y somos dichos de un modo y se configura un sistema que busca moldear nuestros gustos. ¿Dónde se ubica esa infancia cuyo impulso le lleva a otros sitios? ¿Esa que se aventura a jugar otros juegos? ¿Qué sucede en la diversidad de géneros al momento de nombrar? Allí donde no hay palabra, donde reina el silencio, comienza a construirse la imposición del disfraz.

Podemos habilitar relatos inclusivos y plurales, donde haya historias y referencias diversas, discursos múltiples de modelos posibles, hileras mixtas, juegos sin imponer marcas de género. Dar espacio a la libertad, a la particularidad. Posibilitar la reparación de heridas con las que las y los estudiantes muchas veces llegan a sus espacios de socialización, marcas que son producto de contextos familiares o comunitarios menos amables, que desconocen los derechos que ciertas instituciones sí deben garantizar.

Debemos permitirnos la interpelación de lo cotidiano, mirar a las niñeces sin supuestos hegemónicos, ni presunciones heteronormativas, sin preexistencias cerradas.Superando discursos supuestamente inofensivos pero que traen consigo una lectura homogeneizante del mundo y esconden la diferencia. Allí también sobreviven supuestos estereotipados. Ni tan monstruos, ni tan héroes. La realidad brinda la diversidad como oportunidad plural y democrática, como signo vital de lo posible. Carlos Skliar señala que la consistencia cultural pretende neutralizar toda diferencia, dentro de una comunidad, por medio de representaciones que establecen los límites entre lo que está dentro y lo que se encuentra afuera. Pero la sorpresa del otro, de la otra, el misterio, la dificultad de su comprensión, la imposibilidad de asimilarlos a nuestras visiones y concepciones, a no ser que lo hagamos a costa de quienes son, supone de por sí la posibilidad de una experiencia. Allí el desafío. Allí la posibilidad de poner palabra y de nombrar. La palabra da entidad, legitima, pone voz donde antes era silencio.

El mundo se va volviendo poroso en sus bordes, y de los suburbios surgen nuevas zonas en la cartografía identitaria. Va siendo tiempo de tirar murallas y recorrer nuevos sitios, enlazar lo conocido con el misterio de lo nuevo. Quizá dar permiso a identidades nómades, identidades turistas, vagabundas… conviviendo con las enraizadas, las regionales. Unas y otras son libres de ser, de denominarse, de recorrer.

Se vuelve urgente romper con narrativas e historias hegemónicas, dar visibilidad a las diferencias, salir a la superficie. Niñas, niñes y niños esperan allí la maravillosa oportunidad de ser, sin definiciones prematuras, desplegando la naturalidad del propio impulso. Descubriéndose parte de la historia, inscribiendo allí nuevas escenas, erigiendo nuevos escenarios, y salpicando de color.

(*) Columnista de Diario Digital Femenino
@emilianosamar
emilianosamar@gmail.com

 

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *