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Según estimaciones que realizó la Organización de Naciones Unidas, recién dentro de 200 años se llegaría a la igualdad laboral entre los géneros.

Por Victoria Santesteban*
Edición especial La Arena

Los roles y estereotipos de género se reproducen en todos los ámbitos de la vida cotidiana, desde la intimidad del hogar al espacio público. El ámbito laboral no escapa a estas mandas ensimismadas en el binarismo y en la repartija injusta de tareas, en las remuneraciones paupérrimas para mujeres, en las menores oportunidades laborales y en la violencia explícita en el lugar del trabajo. A pesar de las conquistas de derechos laborales por parte de las mujeres -entre ellas la reciente consideración de las tareas de cuidado al interior del hogar como trabajo- la realidad continúa arrojando saldos desalentadores. Saldos que parecen confirmar las estimaciones de la ONU: recién en 200 años lograríamos la igualdad entre los géneros.

Los números de la desigualdad entre varones y mujeres recortada en lo laboral, se resume en las diferencias en elecciones educativas y así, en oportunidades de empleo, en la precarización y robotización de las tareas feminizadas, en el trabajo hacia el interior del hogar todavía realizado en un 90% por mujeres, que, no sólo a duras penas se reconoce hoy como trabajo, sino que a su vez actúa como freno en la participación femenina plena en el mercado laboral formal: engrosa techos de cristal y continúa perpetuándonos en jornadas dobles y triples de trabajo.

Educación.

En plena era de desarme de los compartimentos que dividieron roles y características en función de la genitalidad, los esfuerzos actuales para desmantelar lo patriarcalmente aprendido todavía no tiran por completo los mandatos. La brecha en el ejercicio del derecho a la educación se acortó, y las mujeres del mundo somos las más capacitadas de la historia, en relación a nuestras predecesoras, pero persisten los lastres sexistas que determinarán las elecciones de carreras y la construcción de identidades varoniles de líderes frente a las femenizadas cuidadoras.

Desde los juegos que todavía dividen en rosa y celeste – distinguiéndose los de ingenio y destreza varoniles frente a los bebés de juguete y las cocinitas para nenas – los permisos y prohibiciones aún vigentes en las infancias condicionan el futuro laboral a estos roles y estereotipos que ubican a los varones como resolutivos, racionales y prácticos, frente a la emocionalidad, la protección y la complejidad pretendidamente femeninas.

Ante el permiso de treparse a los árboles, correr desaforados en el recreo e ingeniárselas con juegos que ponen a prueba el raciocinio, todavía a las niñas se les exige comportamiento delicado, prolijidad, cuidados y obediencia, con poquísimo margen de error. Las órdenes dicotómicas operan a nivel psicológico erigiéndose como autolimitantes, y no es casual como contabiliza la ONU, que las niñas a partir de los 12 años empiezan a levantar menos la mano en clase por miedo a expresar sus ideas.

Las barreras externas forjan a nivel psicológico un sistema que batalla contra la propia estima, operando como autoboicot de las propias capacidades. Es que ya desde edades muy tempranas se detectan las exigencias desmesuradas que recaen sobre nosotras, como si estuviésemos en un período de prueba eterno, debiendo demostrar esa inteligencia siempre asociada al varón. Las relaciones entre los géneros todavía planteadas en estos términos quedan en evidencia con datos estadísticos a nivel mundial: el 47,4% de la población considera que los varones son mejores líderes políticos y un 41,4% cree que son más idóneos para mandar en los negocios.

Carreras.

La elección de carreras universitarias resulta compatible con los estereotipos sexistas: mientras las mujeres tendemos a elegir carreras relacionadas al cuidado -Ciencias Humanas y de Salud – los varones se concentran en las Ciencias Exactas y su aplicación en sectores de la economía altamente remunerados. Tamaña segregación horizontal resulta de la repartija de roles dada desde los primeros atisbos de socialización: lo social y emocional versus lo lógico y racional. El impacto de estos roles de género en el mercado laboral resulta representativo: sólo el 15% de las mujeres a nivel mundial se desempeña en Ciencias Exactas.

En Argentina, más del 75% de las mujeres se gradúa en psicología, educación, sociología, servicio social, antropología, auxiliares de la medicina, letras e idiomas. La brecha salarial entre estas carreas y aquellas elegidas mayormente por varones, es significativo: las ramas con mayor proporción de egresadas mujeres presentan niveles salariales más bajos, lo que confirma la tendencia a la infravaloración económica de los trabajos estereotípicamente femeninos.

Robots.

Otro factor reforzador de las desigualdades viene dado por la actual robotización de tareas. Los efectos de esta automatización de empleos impacta de manera diferencial a las mujeres toda vez que las tareas femenizadas son las fácilmente reemplazables por inteligencia artificial. Los trabajos administrativos rutinarios, los empleos en fábricas y muchos empleos de oficina, se erigen como tareas estereotípicamente femeninas, que importan labores mecánicas de recolección y procesamiento de información, de fácil reemplazo por los avances tecnológicos. Y frente a este auge de empleos relacionados a la robótica, la inteligencia artificial, las ingenierías y “nuevas” tecnologías, las mujeres también llevamos las de perder: nuestras oportunidades de acceso a estos puestos de mayor demanda y mejor remuneración son menores porque estamos subrepresentadas en estos campos del conocimiento científico.

Cuidados.

Que las tareas de cuidado continúen a cargo de las mujeres ensancha también la brecha en el mercado laboral. “Eso que llaman amor, es trabajo no pago” denunciaba la feminista italiana Silvia Federici, en referencia a la encomienda histórica de las tareas de cuidado en cabeza de mujeres y niñas. Hasta nuestros días, la división sexual del trabajo impacta en la cotidianeidad de las mujeres a tal punto que, a pesar de los espacios laborales conquistados, de las leyes de cupos y de los piedrazos a los techos de cristal, las mujeres continuamos estando a cargo de las tareas domésticas y de cuidado.

En Argentina, las mujeres realizamos más del 75% de este trabajo no remunerado y dedicamos, en conjunto, 96 millones de horas diarias de tareas domésticas y de cuidado. En caso de existir niños y/o niñas, la dedicación es aún mayor, con una brecha de casi cinco horas respecto de los varones. En este marco, las licencias por maternidad y paternidad-ahora en tratamiento legislativo- continúan enquistando la brecha en relación a las tareas de cuidado, con 2 días para padres y 90 para madres. Conforme estos números, las mujeres afrontan jornadas laborales dobles o triples.

Así las cosas, no es casual que las mujeres tiendan a elegir ocupaciones que posibiliten conciliar jornadas de trabajo remunerado junto con el invisibilizado trabajo -no remunerado – de cuidadoras. Que continuemos estando a cargo de tareas de cuidado (que recién hoy comienzan a considerarse “trabajo”) se suma al quantum de factores que incide negativamente en nuestro desarrollo personal y profesional, en la capacidad productiva y educativa y en la participación en la vida pública.

Techos.

Con tamañas desigualdades estructurales, los techos de cristal se engrosan en la carrera tramposa hacia los puestos jerárquicos. Frente a varones que suben por ascensores, las mujeres hacemos malabares taconeando por escaleras agotadoras. El concepto de techo de cristal -ideado por la estadounidense Marilyn Loden en 1978- refiere a la barrera que obstaculiza el ascenso de mujeres hacia mejores puestos laborales, perpetuándolas en lugares alejados del liderazgo y la toma de decisiones. Los sesgos patriarcales ubican líderes masculinos, a quienes en ninguna entrevista laboral se les indagará sobre sus deseos de paternar, la conformación de su familia o insinuaciones de contenido sexual.

En la segregación vertical que supone la existencia de estos techos, es de notar que superadas las vallas educativas y de formación, los obstáculos en la carrera profesional de mujeres vendrán dados por exigencias patriarcales todavía vigentes: el ideario colectivo refuerza el lugar de líder de varones y continúa posicionando la vida laboral de mujeres como secundaria, frente a sus obligaciones de cuidadoras por antonomasia, y a su fama de sentimentales, poco prácticas y complicadas.

Los números delatan estos techos en el país y en el mundo: en Argentina sólo el 4% de las empresas está dirigido por mujeres, y en la lista de CEOs de las 500 empresas más grandes del mundo solamente aparecen veinte mujeres (que representan también un 4%). Por su parte, el mapa de género del Poder Judicial diagramado por la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema da cuenta que sólo el 31% de los cargos máximos del sistema de justicia argentino se encuentra ocupado por mujeres. Conforme los datos de la Corte, los funcionarios varones tienen el doble de probabilidades de ser magistrados, procuradores, fiscales o defensores y 3,5 veces más de ser autoridades máximas que sus pares mujeres.

Igualdad.

Con los ayudines legislativos que prevén cupos, con políticas públicas que buscan revertir y reparar la desigualdad de antaño, con denuncias cotidianas al sistema que continúa explotando la mano de obra baratísima que suponen las mujeres, los deseos de este 1° de mayo se resumen en que las predicciones de la ONU de 200 años para la igualdad sean pura exageración, para un mundo más justo en un futuro próximo y feminista.

*Abogada, Magíster en Derechos Humanos y Libertades Civiles.

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Las brechas laborales de género
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