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Foto: El director en funciones de la RAE, Darío Villanueva, y la académica directora del diccionario, Paz Battaner, durante la rueda de prensa con motivo de la presentación de las nuevas palabras y otras modificaciones que aparecerán desde hoy en la edición digital del Diccionario de la Real Academia

La RAE tardó 98 años en «legalizar» la propuesta de Unamuno de llamar «sororidad» al vínculo solidario entre mujeres

Ni Don Miguel ni ninguno de quienes sucesivamente lo promovieron- y en varias otras lenguas – postulaban «sororidad», sisterhood o sorority como uso excluyente y obligatorio en reemplazo de fraternidad. Esto es un malentendido de los últimos años, provocado por alguna militancia fanática y minoritaria de algún lado y por la respuesta reactiva de algún otro.

La idea partió de la constatación de que existe un «tipo» especial de vínculo, de diálogo, de empatía entre mujeres, tan sui generis que no puede ser abarcado por las nociones de hermandad y fraternidad. Sororidad, simplemente, es una variable especial de lo fraterno, no una oposición.

En la ola feminista que estalló hace casi 60 años con epicentro en EE.UU. sisterhood fue una bandera de identificación positiva, contra nadie.

Por entonces Borges lo abordaba desde lo discursivo y lo significante: cuando las mujeres hablan entre ellas lo hacen en un código que es propio, original, y de algún modo secreto. Él subrayaba su admiración hacia esa habla inaccesible que imaginaba bella y poderosa.

Lo nuevo – bienvenido, aunque no necesario – es que hoy, sobre el final de 2018, los académicos le hayan otorgado «esplendor».

Unamuno lo introdujo en 1921 en su novela La tía Tula – que había escrito en 1907 – al mismo tiempo que reflexionaba sobre su pertinencia, en un ensayo sobre Antígona, de Sófocles.

La antropóloga y legisladora mexicana Marcela Lagarde – denunciante, entre otras tragedias, de los crímenes de Ciudad Juárez -la recuperó para la defensa de los derechos de las mujeres, en 1989; la definió como «un pacto político».

Fue entonces que lo incorporé y empecé a usarlo, combinando las dimensiones estéticas de Unamuno y Borges con la política de Lagarde.

No se me cayó nada, no me salieron plumas ni – tampoco – lo he vivido como un mérito. Simplemente me gusta la palabra y la siento necesaria para hablar de lo que estamos hablando.

Sí recomendaría – tanto a usadores mecánicos como a detractores ídem – informarse sobre esto para darle a sororidad el lugar que merece, muy por encima de los diccionarios.

Erasmo Arcamendia