
La “Pancha Quebracho”.
“Yo rompí con el glamour del transformismo y voy a ser quien diga hasta cuándo seguir”
Ayer apareció muerto un hombre. Según el parte policial, un cartonero. Quizá porque a primera vista su caótica casita parecía el refugio de un cartonero. Pero no, el muerto era un artista, un transformista muy querido en Mar del Plata. La Pancha Quebracho, quien rompió el molde de lo que era el transformismo en los noventa y se divirtió desacartonándolo. Hace un par de años, le hicimos una nota para la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género. Miriam Bobadilla sacó unas fotos espectaculares y la experiencia, para las dos, fue inolvidable. Como inolvidable será la Pancha, para quienes tuvimos la suerte de conocerle.
Por Susy Scándali*
Ph Miriam Bobadilla.

La madrugada la encuentra desandando camino en su bicicleta, para internarse en su humilde vivienda de las afueras de Mar del Plata, allí donde de no mediar la solidaridad de la gente de la noche, seguiría sin electricidad. A sus casi sesenta años, la Pancha Quebracho, hombre de día, mujer de noche, se sabe un –o una- sobreviviente. Y no piensa parar por ahora.
A mitad de camino entre hombre y mujer –hombre de día, mujer de noche-, Héctor Alberto la “Pancha Quebracho”, reconoce dos pasiones en su vida: el transformismo y la recuperación de muñecos usados para el mal, una extraña actividad por la cual todo el terreno de su casa está sembrado de bebotes a los que le falta alguna extremidad, muñecas de mirada extraviada, brazos sueltos, cabezas atadas a palos e inocentes animalitos de plástico con los que ninguna criatura se animaría a jugar y que –afirma-, están en proceso de “curación”.
La “Pancha” es todo un misterio a descifrar. Dice que cuando se dedicó a la gastronomía, fue un mozo bastante botón y mal compañero; que le hubiera gustado hacerse travesti pero que las travestis eran muy mal vistas, algo así como el último eslabón en una cadena de injusticias, “porque hasta yo las maltrataba”. Dice que llegó al mundo del espectáculo para “patear el glamour de los transformistas que hacían de Susana”. “Con la Pancha Quebracho –se ufana- se terminó el glamour”. Y que también será él quien marque el tiempo que puede durar un transformista. Porque “soy un transgresor”.

Con más de cincuenta años y menos de sesenta –la edad exacta no la dice nunca-, se sabe sobreviviente: “vos no sabés la cantidad de amigas y amigos muertos que tengo. Las travestis viven mucho menos, ya se sabe, pero también tengo amigos homosexuales que vivían solos y murieron en hechos violentos, es muy peligrosa la vida para nosotros…”.
Romper el glamour
La Pancha Quebracho se reconoce un transgresor, a tal punto que él decidió, en el momento de comenzar con el transformismo, en los comienzos de los noventa, hacerlo a través de un personaje casi grotesco, brutal: “En el 92 un amigo me impulsó a ir a hacer un show en un lugar. Porque yo ya, entre cuatro paredes, me vestía de mujer. A mí no me importaba nada, pero vestirte de mujer era lo peor que te podía suceder en la vida. Lo veíamos como decadente, te confundían con una travesti y ¿viste lo que le pasó a María Magdalena en la Biblia?, bueno, así era con ellas, las cascoteábamos hasta nosotros. Acá no las querían porque venían de Tucumán, de Santiago del Estero y todos nosotros nos creíamos más …y además, si querían sobrevivir tenían que prostituirse. Yo tenía muchas amigas travestis, salía mucho con ellas y veía que no las dejaban entrar a ningún lado. Y eso que se vestían hermoso, pero no importaba que fueran con un vestido largo, que tuvieran los mejores tacos, no las dejaban . Yo era el único que podía entrar, porque lo hacía de varón. Y me transformaba adentro, para trabajar”.
Y no sería de casualidad, que se convertía en una santiagueña, como sus amigas, las travestis….
“Nunca fui vestido de mujer a trabajar, ser transformista en esos años era pecaminoso. Y en el barrio nadie se enteraba de nada, yo cuando llego a mi casa soy hombre, no salgo ni llego montado. Mi nombre es Héctor Alberto, ahora quiero que me llamen Alberto, por el presidente”, dice riéndose.
-Sentiste alguna vez rechazo?
– Mirá, el día que se lo dije a mi viejo, me dio una trompada y yo la acepté, como que me la merecía por ser diferente. Y me fui al hospital, porque me lastimó mucho. A mí me condenaron, me golpearon y me rechazaron. Por eso soy transformista y no travesti. Yo sobreviví todos estos años por cobarde, porque nunca enfrenté nada. Sí me desasné y creo que ahora estoy preparado para enfrentar todo. Pero en ese momento yo que no sabía nada, me adecuaba a la frase de Sócrates: “solo sé que no sé nada”. Hoy sé que sé mucho y que quiero decirlo.
-A pesar del rechazo, seguiste tu camino…
-Sí, yo seguí adelante. Vos te preguntarás por qué mi casa está así, llena de estas cosas. Y, deben ser reminiscencias de haber conocido todo tipo de curanderos, mujeres poseedoras de dones, el Niño Armando en Santiago del Estero… a mi me mandaron a un montón de curanderos para que me volvieran “normal”. Hay que tener maldad para ser curandero. Pero para tener maldad, tenés que tener un libro de ventaja, el libro de ventaja puede ser uno de medicina, uno de abogacía o cualquier otro, tenés que saber más que el otro…Y a pesar de todo lo que viví, yo lo entiendo y lo quiero a mi viejo…
-De noche sos transformista…¿y de día?
_Ahora estoy trabajando solamente en la noche por cosas de la vida, pero yo soy repositor de supermercado y maestro de mozos. Como mozo me cansé de pisar cabezas. Porque era la forma que yo tenía de hacer mérito, llegué a ser encargado, gracias a todo el mérito que hacía. Yo era un jodido de mierda, y no solo eso: amaba a los militares. Para desprogramarme, tuvo que venir un tipo como Néstor Kirchner a darme clase en la televisión pública, porque si no yo pensaba que todo lo que hacía era normal. Por eso yo entiendo a mi viejo.
-¿Cómo podías ser tan jodido con la gente, después de todo lo que vos habías sufrido?
– Nunca me puse a pensar, porque si vos sos jodido es obvio que no pensás (lo dice y se ríe). En lo que pensás es de qué manera le voy a pisar la cabeza al otro. Pero para comprender eso me tienen que dar una información y yo vivía pensando que todo lo que me decían por la televisión era verdad, todos fuimos engañados de la misma manera. Mirtha Legrand viene estupidizando a la gente mucho antes que Susana Giménez. Pero en un solo discurso de nuestra querida ex presidenta Cristina, no sólo se te destraba el nudo del odio, te saca toda la mierda de adentro. Hoy me doy la cabeza contra la pared cuando a alguien que hace el bien y lo demuestra, todo el tiempo, dándole felicidad al pueblo, le dicen yegua.
-¿Hasta cuándo vas a bailar?
-Qué, ¿ya estoy vieja? (se ríe), si, lo pienso. Yo soy un transgresor y también voy a marcar el tiempo que puede durar un transformista. Yo arranqué con la Pancha Quebracho, ella hablaba “en santiagueño”, yo no quería ser igual que los demás, quería ser argentina, quería ser autóctona, yo con el apellido que me inventé sentí la fuerza del quebracho, Si lo pensás bien, yo no le saqué glamour al transformismo, se lo aumenté, porque soy lo anti. Y la verdad, nunca pensé que iba a estar tantos años…
-¿Te gustaría hoy ser mujer?
-No, yo me siento muy cómodo así. Yo analizo mucho y me digo que ya estoy para quedarme así. El trabajo que me da solamente afeitarme…(se ríe)
-Pero hay tratamientos hormonales…
-Sí, bueno, pero no…y menos ahora que me llamo Alberto.
En los años noventa, la Pancha Quebracho era un personaje habitual en los boliches de la noche marplatense, donde el transformismo solía ser uno de los espectáculos más solicitados.
Pero las modas pasan y las economías cambian: hoy el transformismo ya no es tan buscado como en los noventa. Y muchos de esos boliches que eran furor en la época, ya no existen…
Hace unos meses atrás, en plena cuarentena, alguien supo que la Pancha Quebracho estaba viva (o vivo) y que no la estaba pasando bien, apenas si tenía para comer y tampoco tenía para arreglar la bicicleta, su único medio de transporte. Así que no salía de su humilde casa, que se levanta en el medio de un terreno caótico, con desniveles y árboles y plantas creciendo sin orden, casi selvático y donde aquí y allá se mecen al viento muñecas y muñecos de mirada extraviada.
La voz se corrió entre los noctámbulos y se hizo una colecta para pagarle la luz. Alguien le ofreció trabajo para los fines de semana. El único trabajo que hoy tiene. De transformista, claro. Que estará pasada de edad pero sigue siendo un símbolo…
Y allá va, sábados y domingos a la noche, llena de bolsas con plumas artificiales, enormes zapatos de tacos, medias de red y vestidos de lamé, en su recuperada bicicleta, cargada como alegre ekeko travesti.