Eso que llaman…
El escaso protagonismo de la mujer dentro de las estructuras de las distintas iglesias es histórico. Sobre el rol de la mujer en las Iglesias, opinó para Télam María de los Ángeles Roberto, teóloga, biblista feminista, miembro de la Asociación Bíblica Argentina (ABA).
Por María de los Ángeles Roberto
La frase atribuida a la filósofa feminista Silvia Federici «Eso que llaman amor es trabajo no pago», se adapta a los roles de las mujeres en las iglesias. Los varones cumplen funciones sacerdotales o de liderazgo. El «servicio a Cristo» más pesado, lo desarrollan las mujeres. Son las que atienden los comedores, las que limpian las iglesias, las que cocinan en los encuentros, las que catequizan, las que organizan los coros, las oraciones, los estudios bíblicos.
A pesar de la abrumadora mayoría de mujeres en los ámbitos eclesiásticos el abismo de género está marcado a sangre y fuego en la mayoría de las iglesias cristianas. El catecismo de la iglesia católica lo evidencia con el sacramento del orden sacerdotal y con la tajante regulación establecida en el código de Derecho Canónico: «Sólo el varón bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación». Esta exclusión lleva a desigualdades de distinto tipo, una de ellas es la económica. En Argentina, el artículo 2 de la Constitución Nacional establece que el gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano. Este sostén se otorga, entre otras cosas, para la remuneración de integrantes del clero. Estos beneficios los reciben solamente los varones porque el ministerio del Orden sagrado está vedado para las mujeres. Para el Derecho Canónico, en última instancia, desde una concepción binaria del Pueblo de Dios, las monjas no dejan de ser laicas. No tienen la misma categoría institucional que los sacerdotes. Por lo tanto, no reciben ninguno de los beneficios económicos que el Estado les ofrece a los seminaristas y a los sacerdotes.
Hay religiosas católicas que se han enfrentado al Papa por este tema. Una de ellas interpeló a Francisco en la Asamblea Plenaria de la Unión Internacional de Superioras Generales, realizada en Roma en 2015. Le preguntó de forma directa, por el diaconado, un grado de consagración anterior al del sacerdocio y que otorga la potestad de administrar algunos sacramentos como el bautismo y el matrimonio. La Superiora le preguntó por qué también se les negaba el diaconado, a pesar de que en las cartas del apóstol Pablo, en el Nuevo Testamento, hay registro de la existencia de diaconisas en los primeros años de la Iglesia. Después de la interpelación, el Papa se vio obligado a estudiar el papel que tenían en la Iglesia primitiva las diaconisas. Para ello creó una comisión, palabra tan preciada para las burocracias institucionales, para investigar sobre las diaconisas en la iglesia primitiva, pero dejó bien claro que esto no implicaría abrir la puerta a una hipotética ordenación de las mujeres. Esa comisión concluyó sus tareas en 2019, con la afirmación de que no había claridad sobre la cuestión. Pero, ante la insistencia y la valentía de religiosas que siguieron pidiendo por esta cuestión, en 2020, en el Sínodo para la Amazonia, el Papa reabrió la comisión sobre el estudio del diaconado femenino en la iglesia de los primeros siglos del cristianismo, pero, como es de imaginar, la cuestión sigue en estudio. Ahorrarían tiempo y dinero consultando a Sebastian Brock, el académico más importante en estudios siríacos. En su obra ‘Deaconesses in the Syriac tradition’ confirma la existencia de estas mujeres en la cristiandad temprana, con la función de bautizar por inmersión a las recién iniciadas, entre otros ministerios.
Otro logro que alcanzaron en el ámbito católico es que reconocieran de manera oficial, es decir que se inscriban esos cambios en el código de Derecho Canónico, a las mujeres como lectoras de la Biblia y en la distribución de la comunión durante las misas. Hace años que desempeñan estas funciones, pero se las admitió por primera vez oficialmente, en el 2021.
¿Qué sucede en las iglesias que provienen de la Reforma Protestante? El movimiento religioso iniciado por Martín Lutero en el siglo XVI en Alemania tiene ramificaciones en Argentina y según la Segunda Encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas en la Argentina, un 2,3 por ciento de la población pertenece a las iglesias protestantes históricas. Desde las bases doctrinales se admite la igualdad, mujeres y varones acceden a los mismos ministerios, especialmente desde fines del siglo XIX y principios del siglo XX. En las iglesias protestantes históricas hay pastoras y obispas mujeres. Entre ellas se destaca Alieda Verhoeven, una de las primeras mujeres ordenadas en América Latina, pastora de la Iglesia metodista, una de las fundadoras de los Encuentros de Mujeres en Argentina y de las pioneras en la lucha por el aborto legal.
La influencia del feminismo cristiano, con precursoras como Alieda y otras, es inmensa. Hay grupos organizados de mujeres con una característica novedosa, una formación exocéntrica y no endocéntrica. Se conocen de las marchas, de las asambleas feministas, de los Encuentros Nacionales de Mujeres. No todo el feminismo es ateo. No se puede negar la espiritualidad en el ser humano ni soslayar la libertad de elección de determinada espiritualidad. Algunas fueron expulsadas de sus iglesias por su postura en favor del aborto. Este tema dividió las aguas dentro de los grupos de jóvenes. Las que fueron expulsadas o están buscando una brújula se sienten contenidas en estos grupos emergentes que se reúnen en casas, en lugares alternativos que no son las iglesias. Hablan el mismo idioma del feminismo. También se sienten más fortalecidas para denunciar a pastores o sacerdotes que han abusado de ellas. Están más seguras en esos espacios que en sus propias iglesias porque los miembros de las iglesias tapan lo que ha hecho el pastor o el sacerdote. Hay casos de «varones eclesiásticos» que tienen causas legales y denuncias comprobadas de abuso o de violencia de género, pero la congregación los protege y acusa a la víctima, mecanismo propio del patriarcado.
Una de las diferencias más importantes con el anacronismo de las instituciones es que las feministas cristianas tejen redes en medio de la lucha por la legalización del aborto, por el divorcio, por el matrimonio igualitario, por la educación sexual integral, contra la mutilación genital femenina, contra la feminización de la pobreza, contra la presión social para casarse y tener hijos, contra todo tipo de violencias y contra los estereotipos marcados por el patriarcado eclesiástico sobre el cuerpo de las mujeres.
El 8 de marzo, y todos los días, las mujeres de las iglesias también nos organizamos.
Fuente para DDF: María de los Ángeles Roberto
publicada en Télam.
Teología Feminista – DDF