La casa donde Ricardo Barreda mató a su esposa, su suegra y sus dos hijas podría ser usada como un centro para combatir la violencia de género. El proyecto tiene que aprobarse en la Legislatura bonaerense. La idea es convertir un lugar paradigmático de La Plata en un centro de ayuda a mujeres y habilitar la casa del cuádruple femicidio para debatir, sensibilizar, concientizar y ayudar a frenar estos crímenes.
Por Luciana Peker
Quiere volver a su casa de la calle 48 número 809. Es su casa. Lo indica la propiedad privada. Pero nada indica que sienta arrepentimiento, dolor, miedo o vergüenza por haber asesinado en esa casa a cuatro mujeres hace casi veinte años. Es un tipo parco, no se muestra muy cariñoso con la esposa. Ella duerme por la mañana mientras él toma mate. Le dice gorda. Y está obsesionado con heredar la casa. De hecho, se basa en que su última víctima fue una de sus hijas y por lo tanto él debería heredar”, relata el periodista Rodolfo Palacios, autor del libro (crónicas de asesinos y ladrones), que está por publicar Editorial Ross, de Rosario.
En el libro Adorables criaturas –Editorial Ross–, Rodolfo Palacios perfila un Ricardo Barreda más allá del polémico hombre al que las feministas pintan el frente de su vivienda con el mote de asesino y los medios de comunicación toman a broma, algunos grupos de rock festejan, una hinchada de fútbol le rinde pleitesía u otros creen que, simplemente, es un pobre tipo al que le decían –según su relato, ya que nadie puede preguntarle a las muertas– “conchita”. “Desde mi punto de vista, y por los casos que me tocó cubrir, Barreda supo construir un falso relato. Logró que cierta parte de la sociedad lo tomara como víctima: un hombre maltratado y humillado que un día dijo basta. Falso. Los crímenes tuvieron cierta premeditación: de hecho antes de cometerlos fue a un curso de criminalística. Y ningún hombre desesperado mata y luego va a pasear al zoo, tiene sexo con su amante y la invita a comer pizza.”
Su versión es la única que se escuchó. Todas sus víctimas murieron. El 15 de noviembre de 1992 Barreda disparó su escopeta contra su esposa, Gladys McDonald, su suegra, Elena Arreche y sus dos hijas, Cecilia y Adriana. Su relato posterior de ser un hombre burlado por un coro femenino prendió tanto como si el nombre de la genitalidad femenina fuera un insulto que justificara la muerte.
El odontólogo, ahora, quiere volver a su casa. Ser heredero de la hija a la que asesinó. Pero, en la Legislatura bonaerense, se encuentra una iniciativa para que Barreda deje de ser un villano simpático y ese hogar se convierta en un centro de ayuda a mujeres víctimas de violencia machista en un hecho inédito en el mundo. El proyecto del diputado Gabriel Bruera (hermano del intendente platense) propone la expropiación de la casa y también de los muebles (tal cual están) para que además de la atención directa se pueda visitar como museo. Aún con los riesgos de las risas, las burlas, las tomas de posición, la intención es sacar a Barreda del chiste y enmarcar ese hogar como un hogar en el que murieron cuatro mujeres…
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En el libro Adorables criaturas –Editorial Ross–, Rodolfo Palacios perfila un Ricardo Barreda más allá del polémico hombre al que las feministas pintan el frente de su vivienda con el mote de asesino y los medios de comunicación toman a broma, algunos grupos de rock festejan, una hinchada de fútbol le rinde pleitesía u otros creen que, simplemente, es un pobre tipo al que le decían –según su relato, ya que nadie puede preguntarle a las muertas– “conchita”. “Desde mi punto de vista, y por los casos que me tocó cubrir, Barreda supo construir un falso relato. Logró que cierta parte de la sociedad lo tomara como víctima: un hombre maltratado y humillado que un día dijo basta. Falso. Los crímenes tuvieron cierta premeditación: de hecho antes de cometerlos fue a un curso de criminalística. Y ningún hombre desesperado mata y luego va a pasear al zoo, tiene sexo con su amante y la invita a comer pizza.”
Su versión es la única que se escuchó. Todas sus víctimas murieron. El 15 de noviembre de 1992 Barreda disparó su escopeta contra su esposa, Gladys McDonald, su suegra, Elena Arreche y sus dos hijas, Cecilia y Adriana. Su relato posterior de ser un hombre burlado por un coro femenino prendió tanto como si el nombre de la genitalidad femenina fuera un insulto que justificara la muerte.
El odontólogo, ahora, quiere volver a su casa. Ser heredero de la hija a la que asesinó. Pero, en la Legislatura bonaerense, se encuentra una iniciativa para que Barreda deje de ser un villano simpático y ese hogar se convierta en un centro de ayuda a mujeres víctimas de violencia machista en un hecho inédito en el mundo. El proyecto del diputado Gabriel Bruera (hermano del intendente platense) propone la expropiación de la casa y también de los muebles (tal cual están) para que además de la atención directa se pueda visitar como museo. Aún con los riesgos de las risas, las burlas, las tomas de posición, la intención es sacar a Barreda del chiste y enmarcar ese hogar como un hogar en el que murieron cuatro mujeres…
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