“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y tienen la capacidad de contribuir de manera constructiva al desarrollo y bienestar de la sociedad.”
Por Afroféminas
El 21 de marzo de 1960, la policía del apartheid sudafricano mató a 69 personas en una manifestación pacífica contra la leyes racistas aplicadas en Sharpeville. A raíz de ello, algunos organismos internacionales tomaron conciencia de la necesidad de redoblar los esfuerzos por terminar con esa lacra que tanto sufrimiento generaba y vidas se había tomado durante siglos por todo el mundo. En 1966, la Asamblea General de Naciones Unidas instó a la comunidad internacional a profundizar en la eliminación de todas las formas de racismo, y proclamó ese día como el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial.
El racismo es diverso. En Europa, se manifiesta en forma de inseguridad jurídica y de dificultad de acceso a los bienes comunes, pero parece enmascarado por el creciente amor a la multiculturalidad. En África, en forma de marginación, persecución y estigma. En América Latina, bien arraigado a la estructura social, se ha establecido como diferencia de clase. En Asia, entre otros, en forma de opresión cultural y obligación de asimilación a la etnia predominante. Y en Oceanía, parecido a todos los pueblos llamados indigenas en el mundo, en el cautiverio en reservas y el hurto sistematizado de sus tierras para la capitalización. En común a todos ellos, la opresión económica y las dificultades para el desarrollo social y personal.
Las mujeres racializadas constituimos una de las colectividades más pobres y marginadas. Nuestros países de ascendencia siguen viviendo en la pobreza, los gobiernos faltan de democracia y sobran de corrupción. El acceso a la educación es complicado, la sanidad es precaria y el suministro de productos básicos es complicado. Todo ello, junto al terrorismo, los conflictos civiles o las guerras empujan a algunos a abandonar todo lo conocido en busca de una vida mejor. Nada más lejos de la verdad.
La emigración y las consecuencias que derivan de ella es uno de los retos más importantes a los que nos enfrentamos. Durante el camino se cruzan el hambre y la inseguridad y nos exponemos a las mafias, el asesinato, la venta de órganos, el contrabando forzado, los secuestros o la prostitución. Y una vez aquí, las migrantes y las generaciones venideras nos topamos con los muros del racismo.
Si bien los Estados de acogida en general ofrecen mejores estándares de vida, y estructuras de organización social más eficientes, efectivas y seguras, los inmigrantes y sus hijos, — naturalizados, documentados o no, — seguimos viendo limitado nuestro acceso a la vida política, a la educación superior, a trabajos cualificados y a una remuneración equiparable a la de los nativos. Seguimos sufriendo discriminación por etnia y estigma que se suma a la discriminación ya presente por edad, sexo, religión, opinión política u origen social, entre otros.
Queremos recordar también, a todas las comunidades racializadas sin otra ascendencia que la del propio estado, como el Pueblo Gitano, que se ven desamparados de igual forma.
A causa de la crisis sanitaria generada por la propagación del coronavirus (covid-19), no van a tener lugar las manifestaciones, talleres, actos y encuentros que año tras año buscan concienciar sobre la discriminación racial, impulsar redes de apoyo y trasladar peticiones concretas a los gobiernos. Sin embargo, esta misma nos deja aún más desprotegidas.
Este año, el Día Internacional contra el Racismo estaba centrado en las y los afrodescendientes, por encontrarnos a la mitad del Decenio Internacional para los Afrodescendientes de Naciones Unidas.
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Así quizás podamos suplir los actos aplazados y dejemos claro que no nos olvidamos de esta lacra y que no lo vamos a tolerar. Un pequeño gesto remueve conciencias.